La casona tenía paredes tan gruesas que el eco tardaba en morir. Valentina caminaba por el corredor principal con un plano doblado entre las manos y el celular pegado al oído. El sonido de martillos al fondo competía con la voz que venía desde Lima.
- "Sí, ya validamos los refuerzos. No, no es necesario demoler la escalera original, está sana. Vamos a conservarla", respondía Valentina con firmeza, y luego, tras una pausa. "Confía en mí, Ricardo, yo estoy acá. Yo la estoy tocando".
Cortó la llamada sin esperar despedida y se pasó la mano por el cabello. El polvo y el salitre se colaban por todos los rincones de la casa, pero también había algo noble en esa estructura que se negaba a ceder al tiempo. Una belleza tosca, como esas personas que no sonríen fácilmente, pero cuando lo hacen, dejan huella.
Al girar la cabeza, lo vio llegar. Benjamín entró por la puerta trasera con una caja de pinturas y el torso apenas cubierto por una camiseta sin mangas salpicada de colores secos. El sol de media mañana le encendía la piel morena, y traía ese andar despreocupado de quien no necesita pedir permiso para entrar en ningún lugar.
- "¿Tienes un minuto?", preguntó Benjamín, con una sonrisa ladeada.
- "Si no vienes a pedirme que pinte una pared de turquesa chillón, sí", respondió ella sin levantar la mirada del plano.
- "No. Vengo a proponerte algo mejor", dijo Benjamín y apoyó la caja en el piso. "Acabo de terminar un mural en la escuela de los chicos, y pensé en esta entrada, la que da al jardín interno, está pidiendo a gritos algo. Un poco de color, que evoque historia e identidad".
Valentina lo miró, entre curiosa y cansada.
- "¿Quieres que pinte un mural en la casona?", preguntó Valentina, levantando una ceja.
- "No un mural cualquiera", dijo Benjamín acercándose a uno de los muros con grietas. "Algo que cuente de dónde venimos. De los que estuvieron antes. De los que están por venir. Que cuando la gente cruce esta puerta, sienta que entra a un lugar con memoria", añadió con entusiasmo.
Ella lo observó por un momento, como evaluándolo desde lo más arquitectónico de su mirada.
- "La casona tiene un estilo republicano, sería un crimen meterle algo que la rompa", dijo Valentina.
- "O que la complete", replicó Benjamín, sin perder su tono calmo. "No te pido una pared entera. Dame solo este rincón, te lo pinto, y si no te convence, lo tapamos con yeso y aquí no ha pasado nada".
Valentina soltó una risa suave.
- "Estás más seguro de ti mismo que mi jefe en Lima", comentó Valentina.
- "Mi jefe soy yo. Es lo bueno de trabajar con niños. No hacen reuniones por Zoom", dijo Benjamín, con un guiño.
Ella dobló el plano y lo guardó.
- "Muéstrame qué tienes en mente", expresó Valentina.
Él sacó de su mochila un cuaderno gastado, con la tapa manchada de témpera. Lo abrió y desplegó una hoja con un boceto en carboncillo: un rostro de mujer de mirada firme, con una flor de algodón brotando de su cabeza y un horizonte costero dibujado detrás.
- "Ella es doña Tomasa. Vivía aquí en la década del 40. Mi abuela la conoció. Dicen que vendía alfajores en la puerta de la casa, que tejía para todo el barrio y que escondía a niños pobres cuando los policías venían a sacar a los que no iban al colegio", manifestó Benjamín.
Valentina miró el dibujo, luego el muro, luego otra vez el dibujo.
- "Es precioso", admitió ella, bajando un poco la guardia.
Benjamín se encogió de hombros.
- "Yo solo le devuelvo color a lo que la ciudad se empeña en olvidar", expresó Benjamín.
Ella se acercó al muro, lo tocó con la palma abierta.
- "Puedes usar esta pared, pero nada de spray", dijo Valentina.
- "¿Me estás dando permiso?", cuestionó él.
- "Te estoy dando una oportunidad", respondió ella, y ya iba de vuelta a revisar la estructura del techo.
Benjamín la observó irse, como quien mira una silueta entre el humo de algo que se cocina lento. A pesar del polvo, de los detalles por resolver, de los errores que aún no cometían, algo en él sabía que esa mujer no había llegado solo a reparar paredes.
Valentina, sin mirar atrás, sonrió apenas. Le gustaba su proyecto, pero le gustaba más cuando Benjamín hablaba de los muros como si tuvieran alma.