Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 11: UN POCO MÁS CERCA

Las paredes de la antigua casona crujían con cada paso, como si el pasado que albergaba hablara a través de la madera. Valentina sostenía los planos extendidos sobre una mesa improvisada, rodeada de polvo, eco y luz natural. Sus dedos marcaban puntos clave, anotaciones en rojo que hablaban de demoliciones, refuerzos estructurales y un diseño que buscaba conservar el alma del lugar sin traicionar su modernidad.

- "Si derribamos esta pared, el ingreso de luz se triplica, y podríamos convertir este espacio en una galería central", dijo ella, sin mirar a Benjamín, que la observaba desde la otra esquina, con las manos manchadas de pintura y una sonrisa a medio hacer.

- "Suena hermoso", respondió él. "Pero también podría ser una trampa para turistas si no se siente real".

Ella levantó la mirada.

- "¿Eso crees? ¿Que lo que propongo es una puesta en escena?", cuestionó Valentina, poniendo una mano en su cintura.

Benjamín negó con la cabeza, caminando hacia ella con calma.

- "Creo que tú quieres hacer algo verdadero, pero este lugar no necesita maquillaje. Solo necesita que lo escuchen", respondió Benjamín en un tono sereno.

Valentina bajó los ojos un segundo, tocando el borde del plano con los nudillos.

- "¿Y tú sabes cómo escuchar a un edificio?", preguntó Valentina. Benjamín se encogió de hombros.

- "Sé escuchar a los niños cuando pintan en las paredes de mi taller. Y a veces, esos muros también me hablan. Te sorprendería todo lo que puede decirte un pedazo de adobe rajado", dijo Benjamín.

Ella no supo si reír o molestarse. Se limitó a alzar una ceja.

- "¿Siempre hablas como si estuvieras dando una entrevista para un documental?", inquirió Valentina.

- "Solo cuando me gusta la arquitecta", dijo Benjamín sin reparo.

El silencio fue breve, pero traspasó el alma como un recordatorio, que la vida continúa aún cuando no dice nada. Valentina fingió no escucharlo. Retomó sus planos, aunque la tinta parecía haber perdido urgencia.

- ¿Y tú las paredes de tu taller que te dicen? —preguntó, buscando redirigir el momento.

- "A veces me regañan por dormirme, por no experimentar lo que te brinda este momento, otras tararea canciones que había olvidado. Incluso una que me insultó el otro día", expresó con tono solemne. “¿Otra vez azul? ¿Eres sordo o solo testarudo?, me dijo".

Ella soltó una carcajada.

- "Vamos, entonces. Quiero conocer a esa pared malcriada, suena interesante", dijo Valentina con un brillo en los ojos.

Minutos más tarde llegaron al taller de Benjamín. El espacio era amplio, lleno de color, con murales en proceso, pinceles en vasos, y dibujos secándose en cuerdas colgantes. Había olor a témpera, a madera, y a algo que no se podía nombrar del todo, algo que parecía hogar.

- "Aquí enseño los fines de semana", explicó Benjamín. "A veces los niños del barrio vienen después del colegio. No hay reglas, solo respeto por el otro y por los muros, claro".

Valentina caminó entre las obras, observando los trazos torpes y brillantes, el caos ordenado de la creatividad infantil. Se detuvo frente a un mural donde un niño gigante alzaba una flor sobre una ciudad diminuta.

- "¿Lo pintaste tú?", preguntó Valentina.

- "No. Lo pintaron ellos. Yo solo ayudé a no arruinarlo", respondió Benjamín, tan relajado como siempre.

Ella se giró para mirarlo. Él estaba cerca, con los brazos cruzados y la camisa arremangada. Tenía pintura en la mejilla y algo en los ojos que la desarmó un poco.

- "¿Por qué volviste a Puerto Eten? Con tu talento, podrías estar en París, Nueva York, vendiendo cuadros por miles de dólares", dijo Valentina.

Benjamín la sostuvo con la mirada.

- "Porque aquí nadie me pide que explique lo que pinto. Solo lo viven. Y eso para mí vale más que cualquier galería", comentó Benjamín.

Valentina asintió, bajando un poco la cabeza.

- "Suena a libertad", dijo ella.

- "Lo es. Aunque a veces, da miedo", respondió él.

- "¿Qué cosa?", preguntó Valentina.

- "Que alguien entre, vea todo esto y se quede", contestó Benjamín.

Sus miradas se cruzaron. Hubo un silencio extraño, porque sonaba a mar. Él dió paso más cerca. Ella no retrocedió. Benjamín no avanzó del todo.

- "Entonces, que ese alguien valga la pena", susurró ella.

El aire entre ellos parecía vibrar, suspendido, como el instante previo a una tormenta o a un beso; pero aún no era tiempo, el momento adecuado se siente cuando prestas atención, y aún no lo era.

Benjamín sonrió, ladeando la cabeza, sin dejar de mirarla.

- "¿Quieres pintar algo?", preguntó él.

Valentina levantó la mirada, como si despertara de un hechizo.

- "¿Y si arruino tu taller?", dijo Valentina, con una voz aniñada, que no reconoció de dónde salió.

- "Entonces lo pintamos todo otra vez. Total, el arte vive de rehacerse", comentó Benjamín con una sonrisa.

Y así, entre pinceles, risas, y una tensión que ya no se podía ignorar, la historia comenzó a colorearse por dentro.



#3420 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.