Valentina se quitó los guantes manchados de pintura y dejó el pincel sobre una mesa improvisada. Afuera caía una garúa fina, persistente, y el olor a tierra mojada se mezclaba con el de trementina. La luz del taller era cálida, tenue, como si el mundo hubiera bajado la voz para no interrumpir lo que estaba naciendo entre ellos.
Benjamín se acercó con una toalla en la mano.
- "Tienes pintura en la frente", dijo él, y sin pedir permiso, estiró el brazo y le limpió con suavidad. Sus dedos apenas rozaron la piel, pero bastó para que Valentina contuviera el aire un segundo.
- "No sabía que la pintura podía ser tan terapéutica", dijo ella, intentando sonar natural.
- "Lo es, cuando no intentas controlarlo todo. Como la vida", contestó él, con una media sonrisa. Ella lo miró de reojo.
- "¿Siempre tienes una respuesta así de filosófica para todo?", cuestionó Valentina.
- "Solo cuando alguien me obliga a pensar distinto", respondió Benjamín.
Se quedaron ahí, de pie, sin saber si seguir bromeando o simplemente dejar que el silencio hablara por ellos. Él le señaló una banquita junto a la ventana. Se sentaron. Afuera, las luces del pueblo parecían reflejarse en los charcos del patio.
- "Cuando estoy aquí, me olvido del mundo", confesó Benjamín.
- "¿Y ahora?", preguntó ella.
- "Ahora no quiero olvidarlo", dijo él.
Valentina bajó la vista. Sentía el pulso en la garganta, como si el cuerpo supiera lo que la mente aún se resistía a nombrar.
- "No esperaba esto", dijo ella en voz baja.
- "¿Esto qué?", consultó Benjamín.
- "Sentirme así. Con alguien que no planeé", comentó Valentina.
El taller olía a madera mojada, a lienzo húmedo, a una esperanza tibia recién descubierta. Afuera, la lluvia seguía cayendo, ahora más constante, golpeando los techos de calamina con una melodía que parecían llevarte a otro tiempo.
Valentina observó su reflejo difuso en el vidrio de la ventana. Le pareció otra mujer. Una más suave, menos contenida, como si algo se hubiera aflojado en su interior sin su permiso.
- "Cuando era niña", dijo Valentina de pronto, sin mirarlo, "me encantaba desarmar cosas. Radios, relojes, lapiceros. Todo lo que pudiera abrir y ver por dentro".
Benjamín la escuchaba con atención, sin interrumpir.
- "Una vez rompí la cámara de mi papá. Una de esas antiguas, con rollo. Pensé que si la entendía, podría hacerla funcionar mejor. Pero no volví a armarla nunca más. (Guardó silencio por un momento) Él me gritó tanto que dejé de tocar cualquier cosa que tuviera tornillos", expresó Valentina.
El silencio que siguió no fue incómodo, como si las palabras no supieran que decir, como se costara ordenar las ideas.
- "¿Y ahora?", preguntó él suavemente. "¿Todavía tienes miedo de desarmar cosas?".
Valentina se encogió de hombros.
- "Solo las que no quiero perder", respondió ella, sin pensar mucho.
Benjamín se quedó en silencio un momento. Luego tomó una pequeña brocha del banco de trabajo y la giró entre sus dedos.
- "Yo también rompí algo una vez. Algo que no pude arreglar. No era una cámara. Era mi manera de confiar. Desde entonces, siempre ando con una especie de manual en la cabeza, para no equivocarme, para no volver a dañar a nadie", manifestó Benjamín.
Ella lo miró con atención, como si esas palabras revelaran más de lo que él mismo creía.
- "¿Y si el error no está en romper?", preguntó Valentina. "¿Y si el verdadero daño es no intentar armar nada más después?".
Benjamín la miró de nuevo, con esa ternura honda que aparece cuando alguien te ve, no por fuera, sino por lo que cargas.
Y entonces estiró la mano, y con el dorso de los dedos le acomodó un mechón suelto tras la oreja. Lo hizo con tanta lentitud que parecía querer memorizar el momento.
- "No me acostumbro a que alguien me mire así", susurró Valentina.
- "¿Así cómo?", preguntó el.
- "Como si pudiera romperme o salvarme", se atrevió a decir.
Benjamín se inclinó apenas. Su rostro quedó a centímetros del de ella. El calor de sus respiraciones se confundía en el aire húmedo. Él no la tocó más, tampoco la besó, solo la observó con una intensidad que parecía hablar por los dos.
- "Si te beso ahora, vas a salir corriendo", dijo él, con una sinceridad que desarmó toda defensa.
Valentina parpadeó sorprendida.
- "¿Y si no?", dijo Valentina.
- "Entonces elijo esperar, pero no por miedo, sino por respeto", comentó Benjamín.
Ella sonrió levemente, sin saber si estaba triste o emocionada.
- "No estoy rota, ¿sabes?", cuestionó Valentina.
- "Lo sé, pero estás sanando; y eso también necesita cuidado", respondió él.
La lluvia afuera se hizo más densa, y dentro del taller, el silencio era una promesa. Y aunque no se besaron esa noche, los dos sabían que ya no podían deshacer lo que habían empezado a construir.