Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 13: EL PRIMER BESO

Benjamín estaba recostado contra la baranda del mezzanine, con una camisa vieja arremangada y salpicada de pigmentos secos. El cuello abierto dejaba ver parte de su pecho amplio, marcado, como si lo hubiera esculpido la misma vida que lo llevó a dejarlo todo. Tenía el cabello ligeramente alborotado, con mechones castaños que le caían sobre la frente, y unos ojos miel, serenos, que parecían mirar más allá de lo visible. Había algo en su forma de moverse, una mezcla de fuerza contenida y calma peligrosa.

Pocos imaginarían que aquel hombre, que vivía en un taller abierto al barrio y daba clases a niños sin cobrar un sol, había llenado galerías en Barcelona, Lisboa y Ciudad de México. Lo dejó todo atrás, los contratos, la crítica, los aplausos, porque se cansó de que sus obras terminaran colgadas en salas donde nadie entendía de verdad lo que él quería decir. Volvió a su ciudad porque aquí, al menos, podía pintar en las paredes que sí hablaban su idioma.

Valentina estaba vestida con jeans y una blusa blanca de lino. El cabello, lacio y largo, lo llevaba suelto, y algunos mechones aún húmedos por la llovizna le caían sobre la espalda, no se había ido del todo cuando regresaron a la casona. No se había molestado en maquillarse: no lo necesitaba. Su belleza era de las que no piden permiso. A sus treinta y dos años, tenía la elegancia natural de alguien que no buscaba impresionar, pero impresionaba. Arquitecta de Lima, acostumbrada al orden, al control, a no dejarse afectar, pero en un lugar muy diferente a su habitual residencia, empezaba a parecer más ella misma que nunca.

- "Encontré los planos originales", dijo ella, dejando una carpeta sobre la mesa.

- "¿Y qué dicen?", preguntó él.

- "Que la estructura está vieja, pero no vencida. Como tú", bromeó ella.

Benjamín rió con esa voz grave que a ella le gustaba más de lo que admitiría.

- "¿Viejo? Tengo treinta y cinco, arquitecta. Apenas estoy comenzando a entenderme", comentó él.

Ella lo miró sin sonreír, sin apartar la vista.

- "¿Y ya te entiendes?", preguntó Valentina.

- "No del todo. Pero hay cosas que ahora me importan más que antes, dijo ella, acercándose.

- "¿Como qué?", consultó Valentina

- "Como esto", expresó él, señalando el espacio entre ellos.

Ella no respondió de inmediato. Bajó la mirada, y con los dedos tocó sin querer una mancha de pintura seca sobre la mesa.

- "Siempre fui buena para los planos, para medir distancias, calcular estructuras, pero contigo, todo se me desarma", confesó Valentina.

Benjamín se detuvo frente a ella. Tan cerca que pudo sentir el leve aroma a papel y a jazmín que la envolvía.

- "Entonces estamos en la misma situación", expresó Benjamín.

- "¿También te desarmo?", preguntó ella.

- "Más de lo que quisiera", dijo él.

El momento no necesitaba más palabras. Él levantó la mano con lentitud y le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Sus dedos rozaron su mejilla con ternura, como si tocarla implicara pedir un permiso.

Valentina alzó la vista. Por un instante, fue como si toda su historia, la niña que construía maquetas para escapar del ruido de su casa, la adolescente que nunca se permitía errores, la mujer que vivía planeando el futuro, desapareciera. Solo quedaba ella, frente a él.

Benjamín se inclinó despacio. No con ansiedad, sino con la certeza de quien reconoce un momento irreversible. Y cuando sus labios tocaron los de ella, fue como abrir una puerta que llevaba mucho tiempo cerrada.

Él la besó como si supiera que ella no había sido besada así en mucho tiempo. No por falta de labios, sino por falta de alma. La beso con con calma, con una intensidad que no necesitaba prisa. Su mano quedó en la base de su cuello, mientras la otra seguía suspendida en el aire, como si temiera invadir más de la cuenta. Las manos de Valentina se apoyaron en su pecho, abiertas, sintiendo el latido constante bajo la tela suave de su camisa.

La boca de ella respondió con hambre contenida, con un temblor sutil que no era inseguridad, sino emoción. El mundo alrededor se volvió una sombra borrosa. Ya no existía la carpeta con planos, ni la casona antigua que parecía temblar con el tiempo. Solo el roce de dos pieles que se buscaban con la intensidad exacta de quienes saben que el cuerpo también es una forma de decir te creo.

Cuando se separaron, lo hicieron apenas. Como si sus frentes no quisieran distanciarse aún. Los labios de él rozaron los de ella una última vez, muy despacio, como si no quisiera que terminara, sino empezar de nuevo.

- "Podría acostumbrarme a esto", murmuró Benjamín, rozando su frente con la de ella.

- "Entonces acostúmbrate", respondió ella, con una sonrisa leve, vulnerable, real.

Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, sabían que después de ese beso, ya no serían los mismos.



#4757 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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