Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 15: CADA VEZ MÁS CERCA

La mañana en Puerto Eten tenía un resplandor suave. La casona que Valentina había empezado a restaurar aún olía a polvo y madera antigua. El eco de sus pasos se deslizaba por los corredores altos, cruzando las puertas coloniales que aún crujían al moverse.

Benjamín llegó sin anunciarse, llevaba una camisa remangada, jeans gastados y una bolsa de tela colgada al hombro. En su rostro había ese gesto que mezclaba calma con curiosidad.

- "¿Interrumpo?", preguntó Benjamín, sin dejar de mirar las paredes. "Es que esta luz no me dejaba en paz".

Valentina, con las manos manchadas de yeso, sonrió sin voltear.

- "No me sorprende. Este lugar tiene alma", expresó ella.

- "Y la tuya ya se está mezclando con la de la casona", dijo él, dejándose caer sobre uno de los bancos de madera que ella había rescatado del desván.

Estuvieron un momento en silencio. No era incómodo. Era ese tipo de silencio que sólo ocurre con quienes no necesitan llenar vacíos para sentirse cerca.

- "¿Sabes qué pensé anoche?", dijo Benjamín, observándola mientras ella removía una mezcla para las molduras. "Que hace mucho que no conocía a alguien que me hablara desde un sitio tan honesto".

Valentina lo miró, con la mirada ladeada, como si no esperara ese tipo de confesión a plena luz del día.

- "¿Y eso es bueno o peligroso?", preguntó Valentina.

- "Depende. Si uno ya está medio herido, puede ser letal", respondió él.

Ella dejó la mezcla, se limpió las manos con un trapo viejo y se acercó a él. Se sentó a su lado, pero sin tocarlo. Lo suficiente cerca para que el aire entre ellos se volviera espeso.

- "¿Estás herido, Benjamín?", consultó ella.

- "¿Quién no?", contestó él con una sonrisa leve. "Lo importante es con qué intentas reconstruirte".

Valentina bajó la mirada. Se sentía vulnerable, pero también segura. Era un terreno nuevo, estaban lejos de las grandes ciudades, de sus rutinas, de los nombres que otros les habían dado. En esa casona, eran sólo ellos, con todo lo que cargaban.

- "Yo también estoy hecha pedazos", admitió Valentina. "Pero contigo no siento que tenga que esconderlos".

Benjamín la miró con una dulzura que se sentía más íntima que cualquier caricia.

- "¿Puedo mostrarte algo?", preguntó él, y Valentina asintió.

Él abrió la bolsa de tela y sacó un lienzo envuelto en papel kraft. Lo desenvolvió con cuidado y se lo entregó. Era un retrato a medias. No tenía rostro definido, pero el cuerpo, la postura, los hombros y la curva del cuello eran inconfundibles. Era ella, o mejor dicho, una versión de ella que sólo alguien enamorado podría ver.

Valentina sostuvo el cuadro con las dos manos. El corazón le latía como si la hubieran desnudado sin haber sido tocada.

- "No sabía que me veías así", manifestó ella.

- "Tampoco yo sabía que podía mirar de esta manera otra vez", confesó él.

Ella dejó el cuadro a un lado, con cuidado. Luego se acercó, esta vez sí, rozando con la rodilla el muslo de él.

- "No sé si esto es una locura", susurró Valentina. "Pero hay algo contigo, algo que me hace querer quedarme".

- "Quédate", le dijo él sin dudar.

Y no fue una orden ni una súplica. Fue una invitación sin promesas, pero con todas las puertas abiertas.

Se miraron por un largo instante. Y entonces él la acarició, no con urgencia, sino como quien toca algo sublime. Primero la mejilla, luego el mentón. Ella cerró los ojos. No hubo beso esta vez, sólo el calor de sus manos, el roce de su respiración, el latido en el pecho de ambos.

Era una entrega distinta. Un momento suspendido donde no se necesitaban palabras ni piel descubierta. Sólo la certeza de que algo importante estaba creciendo entre ellos.

Y cuando ella volvió a abrir los ojos, susurró: "Pinta el resto cuando estés listo". Él sonrió, diciendo: "Sólo si me dejas seguir viéndote así".



#4683 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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