Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 16: CONOCIÉNDOSE MÁS

Como cada sábado, desde que empezaron a salir, ellos dejaban Puerto Eten, para conocer algo nuevo en la capital de la región.

La noche en Chiclayo tenía el sabor de la costa y el murmullo de una ciudad que no duerme del todo. El aire era tibio, perfumado por el humo de los anticuchos en los carritos, por el orégano que escapaba de alguna cocina criolla cercana.

Valentina bajó de la camioneta ajustándose el vestido liviano, azul marino, que se ceñía a su figura con natural elegancia. Benjamín la miró por un momento, sin decir nada, sólo con la expresión de quien admira una obra terminada sin atreverse a tocarla.

Valentina soltó una risa suave. No era el tipo de mujer que se dejaba conquistar con frases bonitas, pero algo en Benjamín, en su voz segura y su manera de observar, la desarmaba sin que ella lo notara del todo.

Caminaron despacio, como si el tiempo les perteneciera. Benjamín le contó que de niño su madre lo traía al Parque Infantil lleno de todo tipo de flores cuando sacaba buenas notas. Le compraban helado y él soñaba con ser pintor, con retratar no sólo a las hermosas flores, sino a la ciudad misma.

- "¿Y por qué te fuiste?", preguntó Valentina.

- "Porque sentía que para que me tomaran en serio, tenía que probarme fuera", dijo él con sinceridad y las manos en los bolsillos. "Fui a Buenos Aires, luego a Barcelona. Trabajé, pinté, vendí, expuse. Tuve reconocimiento, sí; pero también me perdí un poco".

- "¿Y volviste para encontrarte?", consultó ella.

- "Volví porque me harté de pintar para otros. Quería que los niños del barrio sintieran que el arte les pertenecía. Que no es sólo para museos", respondió él.

Valentina asintió, sin poder ocultar la admiración en su mirada. Esa era una parte de él que no conocía completamente. Ella le habló de Lima, del ritmo agotador de los encargos, de cómo cada proyecto que diseñaba la alejaba más de sí misma. Y de esa necesidad inexplicable de respirar otro aire, de tocar tierra, de mirar un mar distinto; como si quisiera frenar, dejar de correr, de seguir escudándose en el trabajo, para obligarse a no sentir.

- "Por eso aceptaste lo de la casona", dijo Benjamín.

- "Exacto. No sé si vine por el proyecto, por el único recuerdo que quedaba de mi hermano, o porque necesitaba huir de algo sin nombre", manifestó Valentina.

Benjamín solo le tomó la mano y siguieron caminando, mientras el cielo se hacía más oscuro, y el estómago les llamaba a probar algo.

El restaurante donde entraron tenía un aire bohemio. Luz tenue, música criolla de fondo, paredes llenas de cuadros y detalles de madera oscura. Se sentaron cerca de la ventana. Valentina pidió un arroz con pato. Benjamín, un chinguirito con yuca sancochada.

- "Lo mejor de salir contigo", dijo él, "es que siempre eliges lo más sabroso".

- "No me hables de comida con ese tono", replicó ella, divertida. "Pareces estar hablando de otra cosa".

Benjamín no respondió de inmediato. Sólo la miró con esos ojos de miel que tenían la calma de quien ha vivido intensamente.

- "Tal vez sí lo estoy haciendo", expresó Benjamín.

El silencio se instaló brevemente. Los platos llegaron, y aunque hablaron de anécdotas, de arte, de música, había una corriente invisible bajo cada palabra. Cuando terminaron, salieron caminando de nuevo por la ciudad.

Frente al mural que adornaba una de las calles laterales, un rostro femenino con labios cerrados y ojos abiertos como ventanas, Benjamín se detuvo. Sacó un marcador negro del bolsillo de su chaqueta y sin decir nada, escribió en la esquina inferior del muro: “Valentina”

Su letra era firme, segura.

- "¿Qué haces?", susurró ella, conmovida.

- "Firmo lo que empiezo a querer", respondió él.

Y entonces, sin prisa, la besó.

Fue un beso sin promesas, pero con todos los fuegos encendidos. La ciudad se volvió distante, todo se volvió lejano. En ese instante no eran un muralista y una arquitecta. Eran un hombre y una mujer que habían empezado a caminar juntos sin saber hasta dónde llegarían.

Cuando se separaron, él le acarició el rostro con el dorso de los dedos, como si aún no pudiera creer que estuviera ahí.

- "No sé cuánto tiempo va a durar esto", dijo ella, en voz baja. "Pero no quiero desperdiciarlo".

- "Entonces no lo hagamos", afirmó Benjamín.

Y caminaron de vuelta, más cerca, como si el beso hubiera trazado una línea nueva sobre el mapa de sus vidas.



#4794 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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