Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 23: OBRA CONCLUIDA

En la casona, el último clavo fue colocado una mañana sin anuncios, ni siquiera hubo brindis, ni palabras ceremoniosas, solo el silencio de la casa, como si supiera que estaba completa.

Valentina caminaba descalza sobre el piso de madera, admirando el reflejo de la luz sobre los vitrales ya limpios, sintiendo el aire nuevo entre las cortinas recién instaladas. Las paredes, antes cuarteadas y tristes, ahora parecían contar otra historia. Cada rincón tenía algo de ella, y de él.

- "¿Y ahora qué?", preguntó Benjamín desde el umbral, con las llaves en la mano.

Ella lo miró. Tenía polvo en la camisa, pintura seca en los dedos, y una sonrisa a medio formar. Lo amaba más así, cuando no intentaba parecer perfecto.

- "Ahora se respira", dijo ella.

Él entró y se paró en el centro de la sala principal, aquella donde meses antes habían encontrado ratones, goteras y un aire de abandono que dolía.

- "¿Te das cuenta? Lo lograste", dijo él, girando despacio sobre sus pies, como si viera la casa por primera vez.

- "No solo eso, Benjamín. Esta casa ya no duele", expresó ella con una sonrisa.

Valentina se apoyó en una de las columnas, observando las ventanas restauradas, los techos que ya no amenazaban con caer. Era como mirar una versión nueva de sí misma. Algo en ella también se había reconstruido.

- "¿Sabes qué extraño?", dijo él.

- "¿Qué?", preguntó Valentina.

- "Tus maldiciones cuando algo no encajaba. Ese ¡carajo! tuyo que se escuchaba desde el jardín", respondió Benjamín.

Ella se rió.

- "¿Y yo? Voy a extrañar verte con la camisa empapada de sudor, jurando que no sabías lijar, cuando eras el mejor", expresó Valentina.

Benjamín se acercó, la tomó por la cintura y la besó en la frente.

- "Quiero que este lugar quede contigo, aunque tú te vayas. Aunque un día decidas volar a otra ciudad o seguir con tu vida. Esta casa siempre va a tener algo tuyo", manifestó Benjamín acariciándole el cabello.

- "¿Y si no me voy?", preguntó Valentina.

Él la miró serio.

- "¿Y si te quedas?", inquirió él.

Ella no respondió, pero lo abrazó fuerte. No hacía falta decirlo aún. No ese día. Ese día era para respirar, para soltar.

Más tarde, al atardecer, encendieron velas en el comedor restaurado. No había visitas, ni aplausos, ni un acto oficial de cierre. Solo ellos dos. Dos copas de vino. Dos cuerpos cansados. Y una cena sencilla que sabía a despedida y a promesa a la vez.

- "¿Te acuerdas de cómo era esto cuando llegaste?", preguntó él, partiendo pan.

- "Sí. Había humedad, paredes grises y un piano desafinado en el salón principal. Todo parecía a punto de colapsar. Como yo", respondió Valentina.

- "Y ahora, mírate", dijo él, alzando su copa. "Eres parte de esta casa. Y esta casa es parte de ti".

Ella bebió, pero sus ojos no se apartaron de los de él.

- "¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?", preguntó ella.

- "Seguir, quedarme o esperarte. Lo que tú elijas", respondió él.

- "¿Y si elijo no irme?", inquirió Valentina.

- "Entonces te amo aquí mismo", contestó Benjamín sin dejar de mirarla.

Esa noche, durmieron en la habitación más antigua de la casa, la primera que restauraron juntos. No encendieron música. No hablaron mucho. Solo se buscaron bajo las sábanas, como si esa cama fuera el primer hogar real de ambos. No hicieron el amor con ansiedad, sino con una ternura de obra concluida, de historia escrita con manos propias.

Y mientras él la acariciaba con los ojos cerrados, Valentina pensó en su abuela. En los cuentos que escuchaba sobre casas con alma. En cómo tal vez no era un mito. Tal vez las casas también sanaban. Tal vez esa casona vieja, en un rincón polvoriento de Puerto Eten, les había devuelto la posibilidad de empezar.



#4763 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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