Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 25: LA DECISIÓN DE VALENTINA

La madrugada en Puerto Eten era distinta después de una celebración. Quedaban los ecos de la música, el vaivén apagado de las risas, y ese silencio cálido que solo existe en los pueblos donde el mar está cerca y las decisiones importantes no se toman con ruido, sino con alma.

Valentina no había dormido. Sentada en la pequeña terraza del hostal, con una manta sobre los hombros y una taza de café a medio terminar, miraba el cielo ya sin estrellas. Pensaba en la casa, ya entregada, y en todo lo que le había costado soltarla.

El proyecto había terminado. Eso decía el contrato. Eso decía la lógica, pero algo dentro de ella no encontraba paz.

Escuchó pasos detrás, no necesitó voltear.

- "¿No puedes dormir?", preguntó Benjamín.

- "No quiero dormir", respondió ella. "Si duermo, me despierto y ya es mañana. Y mañana tengo que tomar un vuelo, que no tiene pasaje de retorno".

Él se sentó a su lado. No la tocó.

- "No voy a pedirte que te quedes", dijo Benjamín.

Valentina soltó una risa breve, pero triste.

- "¿Por qué no?", preguntó ella.

- "Porque si lo haces por mí, te vas a arrepentir. Yo… (hizo una pausa), yo ya cometí el error de quedarme por alguien antes. No lo haré contigo", respondió Benjamín.

Ella lo miró por fin.

- "Y si me voy, ¿te vas a arrepentir tú?", dijo Valentina.

Benjamín no respondió. Sus ojos hablaban. Valentina se levantó. Caminó unos pasos hasta el borde del barandal. El mar no se veía, pero se oía. Ese rumor eterno que parecía recordarle que todo, incluso lo más intenso, sigue su curso.

- "He pasado un año reconstruyendo una casa ajena. Y al final, terminé reconstruyéndome a mí", dijo en voz baja. "Cuando llegué, pensaba volver a Lima con más prestigio, más portafolio, más encargos. Pero no sabía que lo que me iba a doler, era irme vacía".

- "No estás vacía, Valentina", dijo él. "Estás llena de cosas que no sabías que te hacían falta".

Ella respiró hondo. El viento traía olor a mar mezclado con madera antigua, como si la casona aún quisiera hablarle.

- "Anoche soñé que estaba en el aeropuerto", continuó ella. Y cuando me llamaban para abordar, no podía moverme. Mis pies se hundían en la pista, como si la tierra no me dejara ir. Me desperté con el corazón en la garganta".

Benjamín se acercó, pero no la interrumpió.

- "No es solo por ti", añadió Valentina. "Es por mí. Me gusta quién soy aquí. Me gusta despertarme sin agenda. Me gusta mirar las fachadas sin pensar en presupuestos. Me gusta caminar sin escapar".

- "Entonces...", dijo él, conteniendo la esperanza.

- "Entonces no voy a tomar ese vuelo", aseveró Valentina.

El silencio fue tan profundo que solo el mar parecía estar aplaudiendo.

- "No sé qué haré", admitió ella. "No tengo todo planeado. Tal vez abra un estudio aquí, o trabaje a distancia. O tal vez simplemente pinte. Es lo de menos. No me importa tanto lo que haga, sino dónde lo haga. Y con quién".

Benjamín la abrazó. Fue un abrazo largo, sin apuro. Uno de esos abrazos que no prometen finales felices, pero sí comienzos verdaderos.

Y cuando el cielo empezó a teñirse de un naranja tímido, Valentina supo que su lugar ya no era el que la esperaba en Lima, sino el que había encontrado, casi sin buscarlo, entre techos viejos, paredes que hablaban, y un corazón que, después de mucho, ya no quería irse.



#5297 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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