Tres años después, Puerto Eten no había cambiado mucho, seguía oliendo a mar por las mañanas y a tierra caliente después del mediodía. Los mismos perros vagaban por las calles de tierra, y la misma brisa salada se colaba por entre las rendijas de las puertas antiguas; pero en el corazón de Valentina, todo era distinto.
Desde la colina donde habían construido su casa, una pequeña vivienda con techos altos y ventanas que daban al mar, podía verse la iglesia y el muelle viejo, testigos silenciosos de los regresos y las despedidas de su vida.
En sus brazos, dormía un niño de apenas siete meses. Se llamaba Inti Benjamín. Tenía los ojos de su madre y la frente amplia de su padre. Era un niño tranquilo, observador, con una sonrisa que nacía fácil.
Valentina lo miró, sentada en la hamaca de la galería, y lo acunó con una canción antigua que le había enseñado su abuela. La letra hablaba de montañas, de maíz, de estrellas que guiaban el regreso.
Benjamín apareció en la puerta, con una taza de café en la mano y el cabello aún mojado por la ducha. La miró con esa forma silenciosa que tenía de decirlo todo sin decir nada.
- "¿Ya se durmió el emperador?", bromeó él en voz baja.
- "Sí", respondió ella. "Y está soñando con con todo el amor que le damos".
Él se acercó y le besó la frente. No había apuro en sus gestos, vivían sin urgencias.
A lo lejos, el mar rugía como un animal domesticado. El viento trajo un aroma a albahaca y tierra mojada. Dentro de casa, sobre una repisa de madera, estaba la chakana de piedra que Benjamín le había dado en Machu Picchu. Al lado, una foto en blanco y negro de la abuela de Valentina y otra de su madre, como si ambas velaran por ellos desde otro tiempo.
Esa tarde, salieron a caminar por el malecón. La gente los saludaba con afecto. Ya no era "la arquitecta de afuera", sino parte de todos. Valentina seguía enseñando en la universidad en Chiclayo, pero los fines de semana, seguía ofreciendo talleres gratuitos en el centro cultural. A veces, cuando el sol bajaba, leía poemas en voz alta frente a los pescadores, mientras Benjamín dibujaba retratos rápidos de quienes pasaban.
- "¿Te das cuenta?", le dijo ella una vez. "Nos quedamos".
- "¿Tenías dudas?", respondió él, apretándole la mano.
Ella no dijo nada, solo miró hacia el mar. Sabía que no se trataba de quedarse en un lugar, sino de quedarse en una historia. Una historia que por fin les pertenecía.
Mientras el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, Valentina supo que, aunque todo volviera a cambiar, aunque el tiempo siguiera su curso, habría cosas que no se moverían jamás: el amor, la memoria, y esa forma especial en que algunas almas, cuando se encuentran, ya no se pierden nunca más.
Y entonces, con su hijo dormido en brazos y la mano de Benjamín entrelazada a la suya, Valentina cerró los ojos y le dio las gracias, en silencio, al destino que, a pesar de todo, no la olvidó.
💕❤️💗 FIN 💕❤️💗
Esta historia termina, pero siempre habrán nuevas, espero me puedan acompañar en la próxima.
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🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪 DEDICATORIA 🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪
A mi tierra,
que habla con la voz del mar y el eco de las montañas.
A cada rincón del Perú donde late la memoria y florece la esperanza.
A quienes, como Valentina, regresan para sanar, para sembrar, para quedarse.
Y a quienes, desde donde estén, siguen sintiendo que el Perú los habita.
FELIZ 28 DE JULIO.
Que la patria viva no solo en las banderas, sino en nuestras decisiones, en nuestras raíces, y en los amores que elegimos construir.
🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪🇵🇪
Muchas gracias a todos los lectores, ha sido lindo realizar este viaje creativo con ustedes.
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