Durante el trayecto que nos servía como atajo a mi destino me acercaba a algunos arbustos para recoger flores silvestres. Entre estas, unas flores blancas similares a la rosa y otras de color violeta y rosado de un tono suave. Cada una seleccionada con cuidado, para lograr una bella creación. Así poco a poco armaba una pequeña pero linda corona de flores para mi hermana, enlazando ramitas verdes con una cinta envuelta en una pequeña vara de madera, apretando lo suficiente para que se ciñeran unas con las otras otorgando firmeza a toda la manualidad.
—¿Te gusta? —le pregunté a mi acompañante que soltó un breve ladrido en respuesta.— Lo sé, a Selene le encantará.
Mi respiración era algo agitada a pesar de que no lleváramos mucho tiempo caminando. En realidad el causante de mi respirar dificultoso eran los nervios instalados en mi abdomen. Me sentía rígida, por más que intentaba distraerme al hacer la corona de flores. En cambio, Dakota unos paso más adelante, sólo se detenía para oler algunas partes que parecían de mucho interés para él.
Para mi suerte, no pasó mucho tiempo para que llegáramos a la parte del bosque que colindaba con la intersección que seguía para ir hasta mi casa. Me asomé para ver la calle, a mi izquierda podía ver la carretera que tomaba siempre y a la derecha la que llevaba a un sector donde casi no habían casas, sin mencionar la existencia de las ruinas de la mansión que tenía por nombre Morrigan y algo ilegible. Una casa vieja con reputación paranormal.
Me giré para mirar con advertencia a mi lobo.
—Puedes venir conmigo pero ni se te ocurra separarte de mí —le señalé con mi dedo, él lo miró fijamente— ahora vamos.
Golpee mi muslo en señal de que caminara conmigo y ratificando que no venía ningún vehículo, crucé la calle.
Mis piernas siguieron el camino conocido de manera automática, algo que me favorecía en esos instantes por el creciente malestar en mi estómago. Enfoque mi atención en mi respiración, inhalando y exhalando en intervalos que pretendían relajarme.
No obstante, apenas divisé el arco de piedra que se levantaba imponente como entrada al cementerio, todo ese intento de permanecer calmada se fue al diablo. Como si nunca hubiera probado su factibilidad.
Junto a mi, sentí a Dakota chocar su costado contra mi pierna restregando su cabeza contra mi. Ese gesto me sacó una sonrisa, era como si intrínsecamente él supiera cuándo me sentía mal, sin necesidad de que yo lo expresara de forma verbal o física. Él simplemente lo notaba.
Observé a mi alrededor para averiguar si había más gente, pero los pocos que circulaban cerca no prestaban atención más allá de su espacio. Ingresé por la reja que estaba ligeramente abierta, indicando que podía pasar sin problemas. Si bien era temprano, al parecer se permitía entrar en este horario.
Camine algo temerosa por el angosto camino de piedras entre el verde campo que se extendía vivaz. Pese a ser un cementerio este distaba de ser como en las películas de terror, y me atrevía a decir que estaba bien planeada su estructura y orden, por donde mirases había cierta armonía que llamaba a la calma. De cierta manera, podrías imaginar que caminabas por el edén y que las lápidas en realidad eran las almas de las personas descansando de la abrumadora vida humana.
Haciendo memoria, intenté localizar el lugar de descanso de mi hermana. No fue difícil encontrarlo gracias a mi buena memoria. Disminuí mi andar a medida que me acercaba, haciendo larga la llegada. Mi mirada acaramelada, un tanto nublada en estos momentos, recayó sobre la lápida en la cual lograba leer el nombre de mi hermana.
Selene Armida Roux.
—"Rayo de sol, la bella rosa que nunca se olvida" —leí el epitafio con nostalgia, aquel que yo había escrito a pedido de papá.
Mordí mi labio instantáneamente al notar como mis ojos se humedecieron. Pestañeé un par de veces antes de terminar junto a la tumba.
—Hola, Sel —saludé apenas me arrodillé, depositando la corona de flores.
Entonces fruncí mi ceño extrañada.
—¿Y esto, hermana? —susurré para mí misma al notar una única flor que yacía sobre la lápida, demasiado fresca como para haber sido cortada hace mucho tiempo— ¿quién vino a visitarte?
Por el rabillo del ojo vi como Dakota se echaba junto a mi, gimoteando.
—Supongo que Roy vino a hacerte un poco de compañía —dije fijando mi mirada de nuevo a la flor. Nunca la había visto antes, tampoco en el bosque. Era de un bello tono celeste, en el centro se enrollaban los pétalos casi como una rosa, pero en los extremos cinco de ellas se extendían sin vergüenza, majestuosas.
Saqué mi celular para fotografiarla, con intención de consultar su nombre más tarde. Era muy bella, tanto como mi hermana, tan única y misteriosa. Me daba algo de pena tener que verlas marchitándose... como Selene.
De inmediato mi mirada recayó en césped y casi al segundo sentí el hocico de Dakota apoyarse sobre mi regazo. Agradecí tenerlo a mi lado, sobretodo por lo que iba a verbalizar pronto.
Me erguí al notar mi postura encorvada, tan tensa como una cuerda que se extiende en el mástil de una guitarra. Respire hondo, preparándome para hablar.
—Selene, yo... vine a disculparme —murmuré con dificultad, sin poder evitar el nudo en mi garganta. Trague saliva y acomode un mechón de pelo que me impedía ver bien.— Nunca debí ausentarme ni haber huido de la verdad, de este lugar. Sé que tiendo a huir de los problemas, de todo lo que se salga de mis manos y no pueda controlar. Fue peor cuando la culpa y todos estos sentimientos comenzaron a ahogarme. No sabía cómo controlarlos y... la verdad es que aún no sé cómo. Sólo desearía que se esfumaran, pero es obvio que no será así. Sobretodo por lo que hice...
Dejé a la brisa mover mi melena rebelde, aprovechando de cerrar los ojos e intentar fortalecerme. En el fondo, con la esperanza de que esa misma brisa me librara de lo que sentía.