—Deja de moverte —solté irritada. Al ingresar a la cabaña, el lobo no se había detenido por ningún momento a descansar. Estaba ansioso, caminando por todas partes y revisando el reducido espacio.
Preferí ignorarlo, eso hasta que lo escuché gimotear con angustia al dar con la fotografía que yo antes había botado al suelo por el susto. Se había detenido frente a esta para olfatear con interés.
Me apresure para recogerla, temiendo que la dañara. Podría ser importante para alguien, aunque pareciera haber sido olvidada en la cabaña. La volví a depositar en su lugar, deseando tener algo para que permaneciera resguardada del polvo y la humedad, pero entre las hojas destintadas no había nada más con que cubrirla.
Resignada la dejé allí, esperando que así como había permanecido ligeramente intacta hasta ahora, si la dejaba seguiría a salvo.
—Es hora de irse —volteé a ver a Dakota que al olfatear la mesa empolvada estornudó. Aquello tuvo un efecto positivo en mi, que distanciada de mis previas cavilaciones, necesitaba protegerme de la agobiante realidad.
Con una tímida sonrisa asomándose, lo invité a seguirme fuera del lugar. No sin antes cerrar bien, retome el camino de regreso sin detenerme. Volver al exterior, con el frío calando mis huesos y el miedo latente, fue suficiente para que olvidara el cansancio y caminara rápido.
Cruzamos el río sin gran dificultad, solo mojando mi calzado que se liberó del barro que había adquirido en el camino. Durante el trayecto, algo ansiosa, me giré varias veces para comprobar que nadie nos seguía. Estaba odiando seguir en el bosque, sentía la imperiosa necesidad de volver a casa donde me sentiría a salvo.
Una vibración en el bolsillo de mi chaqueta me alertó. Saqué de allí mi celular y advertí que tenía varios mensajes por llamadas perdidas de mi madre.
—Ay, no...—murmuré preocupada, sobretodo al chequear la hora. No lo había notado antes, pero mi estómago se sentía vacío por el hambre, y con mucha razón pues ya era hora del almuerzo. ¿Qué le diría?, ¿que me había perdido por el sendero de la vida?
Di un salto al escuchar el repentino sonido de llamada. Descolgué automáticamente.
—¿Hola? —salude temerosa. Mis manos estaban tan heladas que sudaban, o tal vez por los nervios.
—Ness Ilona Roux, ¿dónde estás? —escuché la voz claramente disgustada de mi madre.
Balbuceé unas palabras antes de responder con coherencia.
—Hola, mamá —fingí tranquilidad al hablar mientras fijaba mi vista en el camino — Fui a ver a Selene.
—¿Cómo te has demorado más de cuatro horas? —inquirió.
—Es que... perdí la noción del tiempo —respondí, con cierto tono de duda.
Supliqué mentalmente que me creyera. Aunque lo había intentado, penosamente mi respuesta había sido lo contrario a lo que necesitaba. Ahora probablemente tendría que escuchar como enumeraba las mil razones de porque iba a ser castigada por mis acciones. Sobretodo las consecuencias de estas. Estaba segura de que mi cerebro no resistiría y se activaría el modo de autodestrucción.
La oí susurrar algo antes de hablarme.
—No me digas que estás en el bosque —pidió, sin creer mis palabras. Podía imaginarla con la mano en la cara, preguntándose porque tenía una hija tan irresponsable.
Yo, creyéndome astuta en el peor momento, respondí:
—No, no lo estoy —dije con cierto toque de gracia, a su retórica petición.
—¡Ness! —la escuche regañarme a través del auricular, acostumbrada a mis respuestas sarcásticas.
—Esta bien, lo siento.—me disculpé— De todas formas ya voy llegando. No tienes que preocuparte.
Y era cierto. Desde el momento en que recibí su llamada, no me había detenido. Al final, entre el tiempo en que intentaba responder con calma y mis piernas que se movían con prisa, había comenzado a divisar mi casa entre los árboles que disminuían cada vez en cantidad hasta encontrarme frente al cerco de madera.
—Bien. Que no se vuelva a repetir —e inesperadamente cortó. No más regaños ni un castigo por desobediencia. Nada.
Me quedé observando la pantalla con extrañeza, pero luego simplemente alce mis hombros en señal de indiferencia.
Tras guardar el aparato me acerqué a tantear el trozo de madera suelto que por el que siempre pasaba. Al encontrarlo lo levanté y dejé pasar a Dakota. Este de inmediato se dirigió a un plato con agua fresca y comenzó a beber.
Dejándolo descansar, entré a mi casa. El olor a pasta entró por mis fosas nasales a penas me encontré en la cocina y en respuesta mi estómago gruñó con fiereza.
—¡Ya llegué! —alcé la voz, mientras lavaba mis manos en el fregadero. Escuché el sonido de los servicios contra los platos desde donde se encontraba el comedor y la voces apagadas de mi familia.
—¡Tu comida está en el horno! —las palabras de mi padre sonaban raras, como si tuviera la boca llena de comida.
Solté un vago "ya" para hacerle saber que había escuchado.
Una vez me había servido caminé hasta donde estaban los demás. En gran sala mitad comedor estaban los tres, sentados en la mesa rectangular de modo que mi padre estaba en una esquina y mi madre a su derecha junto a Essie.
—¡Vaya, hermanita! —soltó la más joven al verme. Su rostro estaba perfectamente iluminado, no como tras las noches en que tenía pesadillas.— ¿Acaso diste la vuelta al mundo? Casi me hago vieja.
No hice caso a sus palabras y me senté.
—Lamento la demora, no fue mi intención llegar tarde —dije más por respeto, acomodándome frente a mi madre. En la familia existía una regla que indicaba que nunca faltábamos a las comidas cuando estaban mis padres. Muchas veces era difícil tenerlos en casa así que aprovechábamos de esos momentos para estar juntos.
—Tranquila, tienes una buena razón. Además, estamos recién comenzando y no tenemos turno hasta la noche —me tranquilizo mi padre, esbozando una leve sonrisa.