La mitad superior de su cuerpo estaba al descubierto, la modista le colocó la camisa blanca de mangas largas y acomodó los puños, luego lo cubrió con una prenda que llegaba hasta su torso y abrochó los botones uno por uno. Finalmente le colocó la chaqueta que cubría hasta sus rodillas. Le indicó al joven príncipe que se mirara en el largo espejo vertical y así lo hizo. Él se miraba en silencio, de frente y de lado, pero no emitía juicio alguno. El príncipe lucía inigualablemente atractivo, el novio más apuesto al que le había tocado diseñar un atuendo. Cada una de las prendas se ajustaba perfectamente a su figura, la combinación de colores claros y oscuros resaltaban su apariencia. Los ojos de distinto color del príncipe se entrecerraron casi imperceptiblemente, suspiró profundo y emitió un leve suspiro, sin encogerse de hombros ni perder su perfecta postura.
—¿Hay algo que no le agrade, su alteza? —preguntó la dama.
—¿No podría ser de un color más vivo, como el rojo? —mencionó el príncipe.
—Nunca he visto a un novio vestir de rojo en su boda —La dama sonrió ante sus palabras—. Aunque usted se vería apuesto con cualquier color.
—Concuerdo contigo, Anya. Quizá algún día se haga costumbre asistir a la ceremonia religiosa con colores más divertidos —expresó con un tono serio a la vez que se quitaba la chaqueta.
Se vistió con uno de sus usuales atuendos, una levita profunda de rojo puro, a la que acompañaba en ocasiones, con una capa de la misma tonalidad. Resaltaba en su atuendo los accesorios de oro y preciosas piedras azules, que combinaban armoniosamente con los colores de sus ojos. Se desplazó por los pasillos desde su habitación hasta su despacho, siempre manteniendo su perfecta postura, así como su cálida y deslumbrante sonrisa. Las doncellas se inclinaban ante su paso y suspiraban extasiadas a sus espaldas, era como mirar una obra de arte en movimiento, una suave brisa que acariciaba sus rostros y les hacía revolotear su interior. El príncipe cerró la puerta a sus espaldas, su semblante se relajó, similar a cuando una luz se apaga, mantener una perfecta fachada resultaba agotador. Caminó hasta su escritorio dentro de su despacho, donde lo esperaban papeles apilados, recorrió el desastre con la mirada, se detuvo frente al gran espejo que tenía a un lado para acomodar su cabello y cerciorarse de que su aspecto estuviera impecable. Las comisuras de sus labios se elevaron, pero sus ojos no reflejaban la misma emoción. Luego continuó hasta el balcón, reposó ambos brazos sobre la baranda y se inclinó un poco para mirar hacia abajo, luego hacia arriba. Cerró los ojos para sentir aún más la refrescante brisa como puntas de dedos pertenecientes a una dama de manos frías acariciando su rostro y entrelazándolos en su claro cabello. Los golpes que llamaban a su puerta alejaron los mimos de la celestial dama de viento. Se apresuró a su escritorio y se sentó de golpe en la silla de amplio respaldo, tomó algunos papeles sin darse cuenta que los sostenía al revés, acomodó de nuevo los mechones de su cabello y frunció leve el ceño para fingir que leía a la vez que daba la orden de que entraran.
—Buen día, alteza —escuchó una familiar voz grave que le hizo elevar la mirada y observar a un joven inclinado con la mano a la altura del corazón.
—Eres tú, Gilbert —respondió el príncipe al relajar su semblante y soltar los documentos—. ¿A qué se deben los formalismos?, capitán Gifford —empleó un tono sarcástico al final.
El joven de ojos rosáceos, cabello corto y oscuro se incorporó para acortar la distancia entre ambos. Poseía una estatura similar a la del príncipe, con piernas cuya longitud llegaba a la mitad de su cuerpo y un torso proporcionado. Así como una nariz perfilada y labios definidos. Portaba un uniforme con el emblema plateado del reino y su ser desprendía integridad moral.
—Pensé que como pronto tendrás esposa, quizá debería tratarte con más respeto —respondió el capitán.
—No me recuerdes mi casamiento —Se quejó al apoyar la espalda en el respaldo.
El príncipe hizo la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, su semblante, su postura desprendían agobio. El joven Gifford reflexionó sobre los preparativos para un casamiento podrían resultar agotadores para cualquiera. Elegir la fecha, enviar las invitaciones, organizar el menú, el papeleo general, incluso planificar el viaje posterior. Sin embargo, el joven de la levita roja era más que su mejor amigo, era el príncipe heredero y no debía preocuparse por nada de ello.
—Riveren es ampliamente reconocido por sus bellezas femeninas. Un buen ejemplo de ello es la segunda esposa de tu padre, además, escuché que tu prometida posee una extraordinaria belleza —señaló el joven Gifford.
—Indiscutiblemente, Elaine es una mujer hermosa, aunque a veces tengo la sensación que no le agrado. En cuanto a apariencia, supongo que la princesa Aurora es la mujer adecuada para mí —adoptó un gesto reflexivo.
Había visto en una sola ocasión a su prometida, una princesa de tez blanca, de ojos azules como el agua del lago más cristalino, larga cabellera rubia y visiblemente sedosa. Su encantadora apariencia cautivó la atención del príncipe y él aún más la de ella, pues en su reino nacían en mayoría mujeres, por lo que escaseaban los varones, todavía más los de buen ver. Le fue difícil apartar su mirada de él, sus ojos rebosaban fascinación y en sus labios se dibujaba una dulce sonrisa cuando él volteaba a verla. Conforme el afecto de ella crecía, el interés del príncipe se disipaba, pues no lograban mantener una conversación entretenida, sus temas eran limitados y sus gustos muy distintos.
#1557 en Fantasía
#469 en Joven Adulto
romanceprohibido, boyslovechicoxchicogay, fantasía drama romance
Editado: 13.08.2025