Valtrana: La Máscara del Príncipe [1]

CAPÍTULO 2.- Ella es real

Suspiraba con frecuencia, con una sonrisa boba en sus labios. Esa noche tampoco pudo dormir, pero los motivos fueron distintos. Experimentaba un constante cosquilleo, una emoción desbordante. Imaginaba el rostro de esa joven de largo cabello oscuro, tan hermosa y poderosa. Se cuestionó su nombre, su procedencia y el motivo por el cual no la había visto antes. Sus pensamientos se trasladaban a la reacción de molestia que tuvo ante sus palabras. A la mañana siguiente, Valtrana sintió el contorno de sus ojos un poco hinchado, fue hasta el gran espejo en su habitación y comprobó el terrible estado en el que se encontraba su perfecto rostro. Buscó un frasco que contenía una espesa pasta blanca y la aplicó en el contorno de sus ojos. Cuando las doncellas llamaron a su puerta para asistirlo como lo hacían todas las mañanas, el príncipe les negó el acceso con la excusa de dormir más tiempo, pues no pretendía que lo vieran de esa manera. Después de que la mezcla hizo efecto, la retiró, acomodó su cabello y permitió a las doncellas cumplir con su labor.

Esa mañana no se saltó el desayuno, sentía un racimo de mariposas hambrientas y cosquilleantes en su estómago. Luego se dirigió a los establos por su Pegaso y salió sin avisar, para regresar de nuevo al lugar donde había tenido ese encuentro. Lo recorrió por cielo y tierra, aunque siempre terminaba perdiéndose en su trayecto a pie, además tardó horas en salir del bosque. Tenía la idea de que, si se ponía de nuevo en peligro, ella aparecería para salvarlo, pero no fue así. Estuvo días intentando encontrarla, aunque la suerte parecía eludirlo, pues no encontraba una sola pista del paradero de su dama.

—Buen día, Val —Se detuvo al escuchar su nombre.

—Hola, Gil —respondió el príncipe con un tono apagado.

—Cielos, este no eres tú ¿qué te pasó? —cuestionó preocupado.

—Conocí a un ángel —soltó sin pensar.

Valtrana solo se relajaba en su presencia, no mostraba su verdadero ser a nadie más que no fuese su mejor amigo, el joven Gilbert Gifford, capitán segundo de la Guardia Real de Erdine. Se conocieron en la academia, a pesar de que no congeniaron al principio, con el tiempo se volvieron inseparables. Incluso al joven Gifford le desconcertó la respuesta del príncipe, así que le pidió que tomara asiento para explicarle a detalle lo sucedido en lo que les preparaban té. Las doncellas vertieron el agua caliente sobre las hojas, dejaron reposar unos minutos y escurrieron las hojas para servirles en un par de tazas y platillos de porcelana con diseño floral y bordes dorados. Tan pronto finalizaron su labor, las doncellas se retiraron. Para el caballero, el relato de Valtrana tuvo sentido hasta que se perdió en la profundidad del bosque que se encontraba al Este de Caddos. A partir de ahí la exposición de los hechos se volvió falaz; un ser divino que descendió para salvarlo de un grupo de bandidos en el momento justo parecía una historia fantasiosa producto de la vasta imaginación del príncipe heredero. El joven Gifford se puso de pie y acortó la distancia entre ambos.

—¿Qué haces? —preguntó Valtrana cuando su amigo inclinó su cabeza con las manos.

—Quiero ver dónde fue el golpe —respondió a la vez que inspeccionaba la parte superior de su cabeza —. ¿Quizá comiste alguna hierba o seta alucinógena? —Adoptó un gesto reflexivo al no notar ningún bulto ni herida en su cabeza.

—Mi ángel es real, no lo imaginé —replicó al acomodar los mechones de su cabello desarreglado en el reflejo de un cristal.

—En primer lugar, me parece increíble que una damisela haya enfrentado y derrotado a tres bandidos, pero lo más extraño es que te expreses tan efusivamente de alguien que no seas tú mismo —Señaló.

—Concuerdo en la parte donde dices que es increíble, porque ella es impresionantemente hermosa y fuerte. Lo único que considero extraño fue que se mostrara molesta y huyera luego de recibir mi halago. Tal vez es tímida —Llevó el borde de la taza hasta sus labios para beber.

—¿No has valorado la posibilidad de que la ofendiste de alguna manera o no se sintió atraída por ti? —preguntó Gilbert y el príncipe se ahogó un poco con su bebida.

—¿Qué sandeces estás diciendo?, alabé su agraciado rostro. Además, es imposible que no se enamorara de mí. Soy el hombre más apuesto del reino, del mundo entero. Debe ser por algo más… —Limpió las comisuras de sus labios con la punta de la servilleta. Estaba convencido de que ella sentía lo mismo o más que él.

—Sí… y ¿qué piensa hacer su alteza, Valtrana “el magnífico” Aurión? —expresó con ironía.

—Aunque noto una pizca de mofa en tu muy acertado apelativo, compartiré contigo mi brillante plan para encontrarla.

Le pidió al caballero que fueran a su despacho por los materiales que necesitaba. El príncipe caminó hasta su escritorio, de uno de los cajones sacó pergaminos, un pincel y tinta. Gilbert esperó en el sofá, veía que el príncipe impregnaba con tinta el pergamino, fruncía el ceño y arrugaba los pergaminos antes de arrojarlos al suelo. Así repitió el mismo patrón en varias ocasiones. El capitán Gifford quería marcharse para continuar con sus deberes, pero el príncipe le ordenó que permaneciera hasta que terminara su creación. Cuando finalmente quedó como quería se la mostró a su mejor amigo.

—¡Qué monstruosidad! —exclamó al ver el dibujo hecho por el príncipe.

—Disculpa, pero no te permito que te expreses así de mi ángel —Abrazó el pergamino.




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