Valtrana: La Máscara del Príncipe [1]

CAPÍTULO 3.- ¿Será él o ella?

El caballero se adentró en el despacho del príncipe heredero, recorrió con firmes pasos la enorme habitación con estanterías empotradas repletas de libros a lo largo de las paredes, las cuales llegaban hasta el elevado techo. Abrió los ventanales que se encontraban en el fondo y que conducían a un balcón. Durante el día los rayos del sol iluminaban agradablemente la habitación y durante la noche se apreciaba el magnífico resplandor de las lunas. Un lugar ideal para relajarse, para realizar de manera grata y eficiente cualquier tipo de trabajo. Sin embargo, el escritorio del príncipe siempre estaba repleto de documentos pendientes por revisar. Mientras lo esperaba, el capitán Gifford ordenó los documentos en dos grandes pilas, en una estaban los asuntos de gran relevancia asignados por el rey y en otra los asuntos sociales, como las invitaciones y cartas de damiselas que llegaban cada vez con mayor frecuencia desde el anuncio del matrimonio del apuesto príncipe heredero.

—¿Tan pronto estás aquí? —preguntó Valtrana al observar a su mejor amigo dentro de su despacho.

—Buen día, Val —respondió el caballero—. Es momento de que dejes de postergar tus deberes —expresó con una sonrisa que no reflejaba felicidad.

—Más que mi mejor amigo pareces mi niñero —Se quejó.

—Triste, pero cierto. A pesar de tener la misma edad.

El príncipe resopló y se acercó al escritorio, ese día pretendía visitar a la joven Vawdrey, pero el joven Gifford le estaba obstaculizando sus planes. Intentó distraerlo con otro tema para eludir nuevamente sus responsabilidades.

—Te dije que mi ángel era real —soltó de pronto el príncipe.

—Sí, sí. Ya demostraste que no estas demente, ahora es tiempo de que te olvides de eso y te concentres en tus asuntos reales —Gilbert tomó varios documentos, los puso en posición vertical para nivelarlas.

—No puedo, quiero ir a verla y mostrarle mi gratitud apropiadamente —replicó a la vez que acomodaba su cabello al mirarse en el espejo.

—Val, ¿ya olvidaste que estás comprometido?, dentro de poco contraerás matrimonio.

—Lo olvidé por un momento —Se mostró sincero.

—Nunca deja de sorprenderme lo distraído que puedes llegar a ser.

Gilbert consideró que los sentimientos que el príncipe decía tener por esa joven no eran más que una ilusión avivada por las circunstancias en que se conocieron. No se proclamó en contra de ello, a pesar de que consideraba la actitud del príncipe como una falta de respeto hacia su prometida y su deber como sucesor, ya que conocía bastante bien su personalidad y temía que se encaprichara con esa joven. Optó por mantenerse cerca de Valtrana para evitar que cometiera alguna imprudencia por causa de un sentimiento fugaz.

—Mientras tú revisas eso, yo revisaré esto —Señaló Valtrana al tomar las misivas e invitaciones que estaba hasta arriba y tumbarse en el sofá.

—Un momento, este es tu verdadero trabajo —reprochó el capitán al extenderle los documentos que estaba ordenando para él—. Leer cartas de jovencitas enamoradas no es importante.

—Por supuesto que es importante, tengo en mis manos sus frágiles corazones. Además, esto es más divertido —Mostraba una sonrisa de satisfacción al leer lo que estaba escrito.

El joven Gifford frunció el ceño ante el descarado comportamiento del príncipe, se dirigió hacia la chimenea que se encontraba dentro de la habitación, echó algunos leños que estaban al lado de esta y creó chispas entrechocando dos rocas de color negro, lo cual provocó que la leña ardiera. Regresó hasta donde se encontraba Valtrana, tomó todas las cartas que tenía a un lado, incluso la que estaba leyendo y, sin emitir palabras, fue hasta la chimenea para lanzarlas al fuego. Luego hizo lo mismo con las que se encontraban aún sobre el escritorio.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Valtrana al ver como se consumían las cartas en el fuego.

—Listo, ya puedes volver a tu trabajo —mencionó Gilbert sacudiendo sus manos —. Esa iba a ser tu respuesta a todas ellas, solo adelanté el resultado —sonrió con ironía.

Le entregó varios documentos al príncipe para que los revisara, Valtrana suspiró desanimado, pero sabía que su amigo tenía razón. Además, Gilbert se ofreció a ayudarlo como muchas otras veces. El día le pareció eterno y desgastante, cuando se percató de la hora, el sol se estaba ocultando para dar paso a la noche, la cual era hermosa, con un inmenso cielo estrellado e iluminado por ambas lunas que lucían más hermosas que nunca. No bajaron para comer ni cenar, tenían mucho trabajo por realizar, ordenaron que llevaran la comida hasta el despacho, ya que de salir el príncipe se negaría o escaparía de nuevo. A pesar de lo que pensaba su mejor amigo. Valtrana tenía la intención de terminar sus pendientes esa misma noche, así tendría tiempo libre para visitar a su dama. Gilbert estaba sorprendido por la concentración en los ojos del príncipe. No dudaba de su capacidad, sabía que era un hombre inteligente y capaz, solo que no era común verlo usar sus habilidades sabiamente. Muy entrada la noche terminaron agotados por el extenuante trabajo y el príncipe se dejó caer en el escritorio para apoyar su cabeza con los brazos extendidos.

—Gil, dame un masaje en los hombros —mencionó.

—Ni lo sueñes, también estoy muerto —replicó al relajar sus músculos.




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