El joven príncipe conseguía tiempo entre sus deberes para visitas frecuentes a casa de los hermanos Vawdrey, esto lo lograba al hacer a un lado su trabajo con regularidad o dedicarse por completo a terminarlo. A pesar de que el joven Gifford, quién estaba cargado de compromisos debido a su posición como capitán que custodiaba la capital del reino, le ofrecía su ayuda para que llevara a cabo sus actividades con la seriedad requerida como primogénito y futuro gobernante. Las palabras de su mejor amigo eran un recordatorio constante de lo que debía ser, de no decepcionar a su padre ni a las personas que confiaban en él. Como príncipe heredero, Valtrana se ocupaba de algunos asuntos políticos, redactaba documentos por su propia mano, a veces se limitaba a leerlos y daba su conformidad al firmarlos. Además, practicaba el arte de la esgrima o al menos fingía de manera impecable delante de su maestro. También aprendía sobre literatura, gramática y dialéctica, así como otros múltiples saberes. Era un consumado jinete de Pegaso, anfitrión de banquetes y fiestas, moderado en la bebida y el jolgorio. Por otra parte, era pésimo en cuanto a la caza y demás cuestiones protocolarias, pero lograba engañar a los demás haciéndoles creer que era adiestrado.
La formación del príncipe podía compararse con esculpir una bella figura de mármol, debía ser moldeado y pulir sus imperfecciones hasta convertirlo en un magnífico gobernante, un digno ejemplo a seguir. Debía ser un hombre con gran fortaleza y templanza, ser justo, capaz y prudente. Poseía todo lo que se podía desear, belleza, títulos, lujos, grandes cantidades de dinero, un amplio castillo, docenas de sirvientes bajo su mando y respeto reverencial, pero para él eso era insuficiente. Quería experimentar emociones más intensas, quería poder mostrar sus asperezas, sin forzarse a sonreír ni ser perfecto todo el tiempo, quería deshacerse de sus responsabilidades, escaparse a un lugar lejano y tener a su lado a una persona que compartiera sus mismos intereses.
Hacía poco pasó su cumpleaños número diecinueve, era un hombre adulto en edad de contraer matrimonio. Desde pequeño su padre le había exigido mucho y su madre lo alentaba a cumplir con los designios del rey. Miró por la ventana de su despacho, su hermano pequeño jugaba con una doncella en el jardín que se encontraba debajo. En sus labios se dibujó una sonrisa al ver lo feliz y libre que era. Envidiaba la buena fortuna de Lucalus, a la vez que se mostraba agradecido de que no tuviera el mismo destino.
Trajo a su mente la imagen de la joven Vawdrey y todos los pensamientos desagradables se disiparon, para convertirse en escenarios encantadores. Su corazón comenzó a latir al recordar cuando sostuvo su mano por primera vez, esa sensación electrizante que no volvió a experimentar cuando conoció su nombre y sostuvo su mano la segunda vez. Sin embargo, eso no mermaba sus sentimientos, quería tener de nuevo la oportunidad de probar esas sensaciones. Suspiró decaído, pues ese día no le era posible escaparse, una vez que salió de su despacho, su semblante cambió radicalmente, como si no estuviera triste ni nada le afectara, lucía alegre, templado, con una agradable sonrisa en sus labios. Cayó la noche y se dirigió a los aposentos de su pequeño hermano, en ocasiones solía leerle historias antes de dormir, cuando Elaine, ya no se encontraba cerca. Esto se debía a que podía percibir el desagrado proveniente de ella.
Tanto su madre, la reina Hesda Aurión como la concubina del rey no mantenían una relación de cordialidad, guardaban las apariencias delante de otros, pero era evidente su desdén. Esto trascendía más allá de ellas, dado que las costumbres de Erdine le permitían al rey tener más de una esposa. La reina ni siquiera le dirigía la mirada o unas palabras a Lucalus, lo ignoraba por completo, como si no existiera. Por su parte, Elaine evitaba que Valtrana se relacionara en la medida de lo posible con su hijo. Aunque no era tan tajante como la reina, ya que Lucalus adoraba a su hermano mayor y cedía constantemente a sus peticiones.
El pequeño se incorporó entusiasmado al escuchar el sonido de la puerta al abrirse, pues solo su hermano lo visitaba a esas horas de la noche. Había colocado con antelación su libro favorito en la mesita de al lado.
—Lucalus, solo te leeré una historia esta vez —El príncipe caminó hacia él, tomó el libro y se sentó en el borde de la cama.
—Pero no tengo sueño —protestó el pequeño.
—Si te vi jugando toda la tarde en el jardín, debes estar exhausto —revolvió los largos y claros cabellos de su hermano.
—Nunca me canso de jugar con Rupru —Aludió a su pequeña y esponjosa mascota felina.
—¿Entonces preferirías seguir jugando con esa bola de pelos a que te lea un cuento? —empleó un tono dramático.
—¡No, no!, me gusta que mi hermano mayor me lea antes de dormir —Se cubrió con las sábanas y acomodó la cabeza sobre la almohada para escuchar.
Las historias que Valtrana le relataba siempre incluían seres mágicos y míticos, pero que en su mundo eran una realidad que pocos conocían. Gigantescos y feroces dragones que respiraban fuego, seres alados con garras y poderes extraordinarios, bestias con habilidades únicas, lugares tan fantásticos como misteriosos y valerosos caballeros que enfrentaban todo tipo de adversidades para salvar a la hermosa princesa. Además, su hermano mayor utilizaba un tono especial que volvía cada historia más interesante. Los ojos de Lucalus brillaban con esa inocencia que solo se tiene a su edad.
—Siempre quise ser un poderoso dragón o caballero de la guardia —soltó Valtrana de pronto —. «Hasta que me di cuenta de que eso era imposible» —reflexionó.
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Editado: 13.08.2025