El velo negro había caído y la fría brisa nocturna se hizo presente en el pórtico, revolviendo los oscuros y largos cabellos del joven que esperaba impaciente el regreso de su hermana. Su postura reflejaba una mezcla de preocupación y molestia, su inquietud le hizo caminar hacia enfrente con la intención de salir a buscarla, pero se detuvo al divisar su silueta a lo lejos. Luciel la reprendió por lo tarde que llegaba, pero era evidente que Lucina lo hizo a propósito para evitar encontrarse con la visita del príncipe heredero.
—Me parece muy descortés de tu parte, su alteza ha sido muy amable contigo —reprochó Luciel con los brazos cruzados.
—¡Es insufrible! —exclamó al adentrarse en la vivienda—. Además, no es conmigo con quién debe ser amable, solo dile la verdad y dejará de molestar.
—No puedo hacerlo, tú le agradas mucho y él es una persona honesta, seguro se decepcionará si conoce la verdad.
—¿Cómo puedo agradarle si ni siquiera me conoce? —se rio—. ¿Y persona honesta?, ese sujeto está comprometido y viene aquí con motivos bastante sospechosos. Hermano, nadie puede ser tan perfecto —Se acercó y colocó la mano sobre su hombro.
Lucina experimentó una extraña sensación a través de la palma de su mano, una luz que solo ella pudo ver la encegueció. Sus ojos se abrieron de más y su semblante se congeló, lo mismo le había sucedido en ocasiones anteriores, pero en ese momento lo que vio y sintió al tocar a su hermano, la perturbó.
Sintió como si una parte de su alma fuese arrancada, como si una mano atravesara su pecho y le estrujara el corazón. Fue ese dolor lo que la despertó.
—Está bien, no le diremos la verdad, pero debes alejarte de él —Lo sujetó fuertemente con ambas manos—. Es peligroso.
Luciel no comprendía el cambio en la actitud de su hermana, aunque la cuestionó, ella negó que algo malo le sucediese, aun así, se mostró enfática sobre sus palabras. Esas imágenes daban vueltas en su cabeza y las sensaciones se aferraron a su piel, a su interior. No compartió con su hermano lo que le sucedía, evitaba conversar acerca de lo que solo ella veía, pues en ninguna de las ocasiones anteriores había hecho diferencia, temía que, al decirlo con palabras, la realidad la aplastaría más pronto.
Se enfiló erguido y con la cabeza en alto por el pasillo, bajó las escaleras, cruzó el salón y se detuvo frente a las puertas que conducían a la sala del rey. Los guardias que permanecían como sólidos robles a los lados de las mismas, las abrieron para permitir la entrada del príncipe heredero.
Cuando su padre, el rey Leofris Aurión se encontraba sentado en lo alto de su trono, lucía aún más imponente y distante. Era un hombre difícil de abordar, de pocas palabras, mirada feroz y silenciosa. Siempre acompañado por Waldrion, un hombre de avanzada edad con cabellos grisáceos y un rostro lleno de pliegues, muy similar a su padre, aunque de cabello medianamente largo y complexión más delgada, un individuo que, más que su fiel consejero, parecía su sombra.
A Leofris no se le escapaba nada, aunque Valtrana saliera del castillo con demasiada frecuencia y algunos sirvientes actuaran de cómplices no delatando sus acciones, al final las noticias llegaban a oídos del soberano. El príncipe llevó su mano derecha extendida hasta su corazón y se inclinó leve.
—Me han informado que en los últimos días has acudido a la ciudadela con regularidad —mencionó con un tono bajo y áspero.
—Así es, majestad —respondió Valtrana.
—¿Cuál es el motivo de tales salidas? —Lo miró con recelo.
Valtrana estaba acostumbrado a soportar todo tipo de miradas, menos de indiferencia, por lo que tenía cierta sensibilidad especial para mantener la calma y dar respuestas no verbales, engañar a los demás con sus reacciones.
—Llevé a cabo algunas diligencias personales y aproveché la oportunidad para despejar mi mente —respondió de manera directa y respetuosa.
No había tensión en sus hombres ni quijada, le sostenía la mirada abierta a su padre, aunque en ocasiones recorría con los ojos la habitación y conectaba con el consejero.
—Me congratula tu responsabilidad —aludió al trabajo realizado por su primogénito—. Es bueno distraerse de vez en cuando, aunque dentro de poco contraerás matrimonio, no significa que la diversión deba acabarse.
El rey se levantó de su trono y descendió hasta donde se encontraba su hijo para salir de la sala y dar un paseo. Waldrion se mantuvo a una moderada distancia de ellos que les permitía conversar. Se desplazaron a paso lento por los corredores que conectaban las torres del castillo, mientras el rey ponía el tema del matrimonio en la conversación. Valtrana se distraía a la mínima, pues no era un asunto de su agrado, solo atendía a lo último de cada frase y repetía las mismas respuestas cortas con un tono convincente de genuino interés. De manera sutil el soberano introdujo su consentimiento en una cuestión que capturó la verdadera atención de Valtrana. Aun con su inminente enlace nupcial, el príncipe heredero tenía permitido descargar su tensión, sus frustraciones y aliviar sus deseos más íntimos, podría probar cosas nuevas con alguien que siempre tuviera las luces encendidas y la cama dispuesta. Con la clara advertencia de que ese tipo de relación no podría ser del dominio público.
—Solo debes ser más discreto con tus “diligencias personales” —Apoyó su grande mano en el hombro de su hijo y se marchó.
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Editado: 13.08.2025