La noche se hizo eterna, a la vez que el tiempo para el nefasto día se apresuró. A pesar de no haber dormido con propiedad debido a la intensa angustia, Luciel se despertó muy temprano. Se paró frente al vestido de novia, imaginando lo hermosa que su hermana se vería con ese elegante atuendo. Quiso retroceder en su descabellada decisión, pero la culpa y la admiración hacia el príncipe heredero lo instigaron a continuar. Debía proteger a su hermana y no podía hacer a un lado de nuevo su responsabilidad.
Con la mayor vergüenza jamás experimentada, Luciel vistió la prenda que no estaba destinada para él. Observó su reflejo y su rostro se tornó de un rojo intenso, el cual cubrió inmediatamente con sus manos. Quería ocultar su cabeza, deseaba desaparecer, tan solo ponerse ese vestido le hacía sentir humillado, patético, lo peor en el mundo. Aunque si comparaba esa enorme vergüenza con el hecho de perder a su hermana, se reducía a nada, un bajo precio que debía pagar por el bienestar de su único familiar. Así que retiró sus manos del rostro, volvió a mirarse frente al espejo, la vergüenza no abandonaba su sitio, pero su mirada era más firme que antes y eso hizo que el color disminuyera hasta regresar a la normalidad.
El vestido solo revelaba sus manos, cuello y cabeza, agradecía que esa prenda cubriera sus hombros y la gran mayoría de su cuerpo, puesto que tenía la misma cara que su hermana, pero sus hombros y pecho eran más firmes y rectos. Aun cuando no poseía mucha masa, sus músculos si estaban definidos debajo de la ropa. Logró colocarse de manera adecuada las prendas, pero observó que su cabello no se veía arreglado para la ocasión. Recordó cómo su hermana cepillaba y recogía su cabello, de forma bonita y sencilla, haciendo que se viera pulcro y brillante. Le tomó varios intentos lograr un resultado aceptable, entonces comprendió lo difícil que les resultaba a las mujeres lucir hermosas y acicaladas todos los días. Sus pensamientos pasaron de un extremo al otro, pues sintió desprecio por sí mismo al convertirse en aquello que tanto luchó por evitar, ser comparado con una mujer. Se miró por última vez en el espejo para cerciorarse de que no pudieran reconocerlo, él mismo pensó estar viendo a su hermana en el reflejo, a diferencia de que Lucina tenía una mirada distinta a la suya, una más desafiante, a pesar de que la consideraba una joven dulce y apacible. Su corazón comenzó a latir deprisa cuando escuchó que llamaban a la puerta, se trataba de la persona designada para llevarlo al castillo.
Luciel cubrió con el velo dorado su rostro, forzó su garganta para suavizar su voz y sonar similar a una dama. todo le era vergonzoso y prefería morir a ser descubierto en tan bochornosa situación. El chofer no tuvo la leve sospecha de que la persona que escoltaba no fuera una damisela, se mantuvo distante y silencioso, ni siquiera volteaba a mirarla, pues la consideraba una advenediza, una mujer sin valor que se valió de sucias artimañas para seducir al príncipe heredero. El carruaje que fue a recogerlo era de un hermoso color blanco con detalles dorados, tenía los asientos más suaves y cómodos de terciopelo rojo, un vehículo digno de la realeza. El lujo que lo rodeaba le inquietaba aún más, su ser se llenó de temor por la incertidumbre de cometer algún error que lo delatara. Sentía la garganta seca y la respiración agitada, el camino pareció corto desde su pequeña vivienda hasta las imponentes murallas del castillo. El corazón le golpeaba con fuerza su pecho, hacía mucho que no experimentaba un temor tan grande, ni siquiera cuando enfrentaba bestias en el bosque sentía algo igual. Luciel podía enfrentar cualquier tipo de peligro empuñando su espada, incluso con sus propias manos, pero en esa situación se percibía vulnerable, llevaba metros de tela encima y, aun así, se sentía desnudo, incapaz de defenderse.
El carruaje finalmente se detuvo, se abrió la puerta lateral y el conductor le prestó su mano para ayudarle a bajar. Los movimientos de Luciel eran toscos, pues no estaba acostumbrado a ser tratado de esa manera, se percataba del reproche en la mirada del sujeto, lo mismo sucedió con las doncellas que lo guiaron hasta una habitación donde debía aguardar hasta el comienzo de la ceremonia. Era demasiado evidente que nadie estaba contento con ese enlace. Una vez que se encontró a solas y dentro de la habitación, oró con todas sus fuerzas para no ser descubierto, para que algo sucediera y evitara el matrimonio, con la esperanza de que sus súplicas fuesen escuchadas por los Dioses. El sonido de la puerta al abrirse lo paralizó del miedo, se trataba de un caballero que debía escoltar a la prometida hasta un pequeño templo dentro de las murallas del castillo. Luciel solo asintió con su cabeza, pues su garganta estaba tan seca y dolorosa que no tenía la seguridad de fingir correctamente. Ese hombre lo llevó hasta la entrada principal del recinto y golpeó con el dorso para que abrieran las grandes puertas. Lo primero que vio en el interior fue una alfombra que se extendía desde ese punto hasta el altar, un tramo bastante largo y, a los lados de dicha tela, se encontraban decenas de personas extrañas de pie y mirada fría. Luciel se quedó inmóvil, luego le indicaron que debía caminar hasta el final del pasillo donde lo esperaba el príncipe. El joven divisó el punto más alejado y, en efecto, Valtrana se encontraba ahí.
Respiró profundo para dar el primer paso hacia su inevitable destino. Tuvo la idea de que las fuerzas abandonarían sus piernas y se derrumbaría antes de llegar. Se sentía desnudo con cada paso que daba y frágil por las miradas hostiles que los asistentes le dedicaban. Imaginaba que todos conocían su secreto y lo juzgaban en silencio, respirar se volvió pesado y una sensación de escalofríos se alojó en su espalda, dificultando su caminar. Para Luciel era complicado mantenerse firme en tan insólita y desagradable situación, aunque en el fondo le consolaba saber que su hermana no tendría que pasar por ello y, ese pensamiento, le dio el soporte necesario para continuar su camino. Al encontrarse cada vez más cerca, podía sentir las agudas miradas de los soberanos posadas en él.
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Editado: 13.08.2025