La celebración concluyó hasta que el sol se ocultó en el horizonte, cediendo su lugar en lo más alto a las dos lunas que brindaban su protección divina en el lapso más vulnerable. Conforme oscurecía, los invitados se fueron retirando poco a poco hacia sus respectivos hogares. Valtrana se despidió de cada uno de los invitados, con ansias de que ya fuese el último. Gilbert hizo uso de la distracción del príncipe para acercarse de nuevo al joven.
—Impide que Valtrana duerma en la misma habitación que tú —Le sugirió a Luciel en tono bajo.
—No tenía pensado pasar la noche en la misma habitación que él. Además, no creo que haya de que preocuparse, porque él es un caballero —respondió convencido.
Gilbert desvió su mirada hacia Valtrana y la regresó al joven que estaba cerca de él, se contuvo lo que tenía para decir y su frente se arrugó leve, intentaba paliar la decepción y sufrimiento del joven. De nuevo le aconsejó mantenerse lejos de él y que tomara rumbo hacia las caballerizas, la zona detrás del castillo. Los constantes acercamientos del caballero hacia su recién esposa no pasaban desapercibidos para el príncipe heredero. Le parecía extraña la confianza entre ellos, se sentía inquieto ante el interés que ella mostraba por otro hombre, por uno tan cercano a él. Quería ser más cercano a ella que cualquiera, que solo lo mirara a él, que tuvieran tiempo exclusivo para los dos.
El lugar se llenó de la servidumbre que se disponía a limpiar, pues todos los invitados se habían retirado, incluso el rey y la reina, ya que fueron de los primeros en hacerlo. El joven estaba por dar su primer paso hacia el lugar que el capitán le había señalado cuando una mano lo sostuvo del brazo. Volvió su mirada hacia atrás y se encontró con la presencia de Valtrana. Le sacudió una gran preocupación, aunque intentó ocultar su emoción. La mano que sostenía su brazo bajó hasta la suya y entrelazó sus dedos. El príncipe le sugirió dar una caminata por los jardines, aprovechando el silencio y la belleza del firmamento que hacían del lugar el escenario perfecto. Recorrieron un sendero iluminado por diversas gelums, piedras especiales que absorbían la luz del sol y la emitían en la oscuridad de la noche. Luciel estaba fascinado por el majestuoso paisaje, solo había visto esa clase de rocas en la ciudadela, dentro de contenedores especiales que alumbraban las calles con una cálida luz, pero en ese sendero se veía rodeado de docenas de ellas que emanaban luz de distintos colores.
—¿Te sucede algo, mi dulce ángel? —preguntó Valtrana con voz suave.
—No, solo admiraba los hermosos colores de las gelums —respondió Luciel con voz baja.
—Yo admiro lo hermosa que eres —Lo tomó de la barbilla y el joven experimentó un escalofrío que recorrió su espalda.
Le tenía un gran respeto y se sentía en deuda con el príncipe, pero Luciel no podía evitar sentir cierto desagrado cada vez que él lo tocaba, a la vez que le dedicaba esas extrañas palabras que iban dirigidas a una damisela y no a cualquiera, sino a su hermana. El ambiente se tornaba más incómodo para el joven, debido a los constantes acercamientos del príncipe.
—No me di cuenta hasta ahora, pero no vi a tu hermano por ninguna parte —soltó Valtrana de pronto.
—Le dio pena venir a un evento como este —titubeó.
—Así que fue por eso, puedes decirle que es bienvenido cuando guste venir a visitarte —Valtrana sonrió.
Luciel bajó la mirada por el remordimiento que sus palabras originaron en su ser. Sentía una mezcla de angustia y tristeza que se agrandaba con cada mentira que de sus labios salía. Se forzaba a sonreír y se limitó a responder con su cabeza, con sus gestos ante la amabilidad del príncipe. Sus halagos y afecto comenzaban a asfixiarle y le dificultaba ocultar su incomodidad. Valtrana quiso obtener otro beso en más de un intento, pero Luciel lo evitaba de manera sutil, se convencía a sí mismo de que ninguno de los dos estaba corrompido después de ese primer beso, que no eran desleales a su esencia y solo se vieron forzados por las circunstancias. Imploraba a los Dioses para salir bien librados de ese acto que habían cometido y que iba en contra de sus designios divinos.
Al terminar su paseo por los luminosos jardines, se adentraron en el castillo, subieron por las amplias y prolongadas escaleras, continuaron por el extenso pasillo del lado extremo donde se encontraban los aposentos reales, hasta que se detuvieron frente a la puerta del fondo. El joven tenía idealizado el tema del amor, creía que existían dos tipos, el amor refinado y cortés, propio de los caballeros, la nobleza y realeza, y el amor vulgar que abundaba en las clases sociales más bajas. Los encuentros íntimos solo tenían cabida en el cuadro de la procreación y no con el objeto de sentir placer sexual, así fuese en el matrimonio. Al entrar en la habitación, Valtrana le puso el pestillo a la puerta a sus espaldas. Los firmes ideales de Luciel se vieron derrumbados al ver que el príncipe tenía la intención de compartir, no solo la misma habitación, sino el lecho.
—¿Te incómoda que me quede contigo esta noche? —preguntó Valtrana al invadir el espacio personal del joven.
—No, es solo que… —titubeó
—Descuida, no haré nada que pueda incomodarte —Lo tomó de la mano para besarla.
La pieza destinada para su esposa era más pequeña que los aposentos del príncipe heredero, carecía de lujos en comparación, tampoco estaba impregnada con el aroma a rosas púrpuras, pero para Luciel, ese lugar era más amplio que su casa, tenía demasiados muebles de madera en su interior, desde mesas y sillas hasta un sofá. De paredes ocre, adornadas con distintas obras de arte, jarrones, figuras de porcelana, detalles de oro y plata, espejos y candelabros. Había buena iluminación a diferencia de su hogar, no todos tenían acceso a gelums. Aunque se trataba de una simple habitación para invitados, para él desbordaba lujo y comodidad. Luciel se sentó en el borde de la amplia cama blanda con mullidas almohadas y telas forradas en pieles, elevó su mirada y observó cortinas que se extendían alrededor para conseguir una mayor intimidad y eso le preocupó.
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Editado: 13.08.2025