Valtrana: La Máscara del Príncipe [1]

CAPÍTULO 11.- Acuerdo

Los tenues rayos del sol se adentraron por las ventanas de la gran habitación. Esa sutil luz natural molestó a Valtrana a un nivel que jamás lo había hecho, como si quemara sus párpados, debido a que el lugar donde durmió estaba colocado cerca de la ventana, justo donde toda la luz coincidía. Al incorporarse, se quejó de dolor muscular, arrugó el ceño y fue directo al aseo para refrescarse. El agua en su rostro era agradable luego de una mala noche de sueño, se sentía bastante cansado, a pesar de no haber llevado a cabo ninguno de sus planes con respecto a su noche de bodas. Valtrana se miró en el espejo y al hacerlo emitió un grito al observar su rostro cansado y apagado.

El fuerte sonido de su voz fue suficiente para despertar a Luciel, pero se sentía tan cómodo en la suavidad del lecho sobre el que se encontraba recostado que se giró para seguir disfrutando de ello. Tardó unos segundos en percatarse que esa no era su cama, dado que la suya era muy dura, casi como dormir sobre una roca y en la que se encontraba parecía una nube esponjosa, fue esa notoria diferencia lo que le hizo incorporarse de un sobresalto. Miró a su alrededor la enorme y esplendorosa habitación, comprobó que lo sucedido la noche anterior no fue producto de una pesadilla y se sintió abrumado por la realidad. Más aún cuando el príncipe salió del cuarto de baño.

—Ya despertaste —dijo Valtrana.

Luciel volteó a verlo y le desconcertó una mezcla blanca que cubría el rostro del príncipe.

—¿Qué es eso en tu cara? —Inclinó la cabeza.

—Esto es lo que tengo que usar por tu culpa. Pasé una horrible noche y mi cara no se veía como siempre —respondió el príncipe al elevar la barbilla.

—¿Y tienes que ponerte eso?, que no sé lo que es —Señaló.

—Es un remedio que me sugirió mi estilista. Lo único malo es que casi no puedo mover mi cara —mencionó entre dientes.

Valtrana no permitía que nadie lo viera con un rostro apagado o utilizando esa pasta espesa sobre su piel, pero le restó importancia a ser visto por el joven debido a la situación en la que ambos se encontraban. Para Luciel todo parecía un mal chiste, Valtrana no tenía ninguna cualidad aparente, más allá de ser extremadamente irritante, un ser patético que no merecía ocupar el trono real. Valtrana regresó al cuarto de baño para limpiar su rostro, el cual recupero su buen aspecto. Demoró en vestirse, puesto que no podía llamar a las doncellas y requería de su ayuda. Luciel se miró a sí mismo, también se percibió patético, no podía seguir vistiendo ese atuendo femenino, así que le pidió a Valtrana que le prestara algo más. El príncipe se dirigió al armario de madera oscura que se encontraba a unos pasos de distancia, al abrir sus puertas solo había vestimenta femenina, misma que había escogido para la que sería su compañera. Sacó algunos vestidos que crisparon el rostro del joven, estaba cansado de esos atuendos y de su actitud irónica. A pesar de que todos le disgustaban, eligió el menos horrible y comenzó a desvestirse.

—¿Qué haces? —Se quejó Valtrana.

—Quitarme esto —Luciel descubrió su torso.

—Detente —Desvió su mirada y obstaculizó su campo visual con la mano—. No puedo ver el rostro de mi dulce ángel con el cuerpo de un hombre.

—Es ridículo —expresó con molestia al terminar de mudarse—. Lo haces para burlarte de mí, ¿no es así? —Al ver las prendas en el interior del armario.

—Es lo único que hay, yo estaba preparado para recibir una linda mujer no a un tosco hombre —reprochó.

Luciel chasqueó la lengua y desvió la mirada, no podía culpar a Valtrana por eso, en realidad estaba molestó consigo mismo. El príncipe salió de la habitación para que terminara de vestirse, se quedó custodiando la puerta para evitar que alguien entrara y lo viera o peor, que el joven tratara de escapar. En ese momento, escuchó pasos ligeros acercándose, se trataba de pequeño hermano.

—Luca, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó Valtrana al inclinarse.

—Quería verte, ayer no me leíste un cuento—respondió Lucalus decaído.

—¿Ya no me leerás ni jugarás conmigo por tu esposa? —cuestionó.

—No será así, ¿por qué piensas eso?

Lucalus se quedó callado, no sabía si creer las palabras de su madre o en las de su hermano mayor.

—Ella no me agrada —refunfuñó.

—A mí tampoco —dijo en voz baja y Lucalus lo miró confundido—. Ahora tendrás dos hermanos para que jueguen contigo y que te cuenten historias, ¿no es eso mejor?

—¿Ella también es mi hermana?

—Claro, al ser mi compañera se convierte en tu hermana. Así que no quiero caras feas —Presionó sus mejillas.

Su pequeño rostro evidenciaba el temor por la posibilidad de perder el afecto de su hermano y el enfado que le provocaba la existencia de la persona que lo había desposado. La puerta de la habitación se abrió, los ojos de Lucalus se agrandaron y su boca se entreabrió, experimentó gran entusiasmo al contemplar el rostro y el largo cabello oscuro del joven. Las emociones negativas se desvanecieron en el instante que lo vio, su alegría fue tan grande que lo abrazó al llamarlo “hermana”. Luciel se sintió extrañamente confundido ante la inesperada muestra de afecto del pequeño con cabello color turquesa y ligeramente largo, tenía grandes ojos dorados y un aspecto adorable, muy distinto al de Valtrana. El príncipe miró al joven a detalle, el vestido seleccionado tenía la parte superior, de cuello alto, mangas largas, detalles en dorado, un moño en el centro superior de color oscuro y la falda del mismo tono. La vestimenta poseía una gran cantidad de tela en tonos sobrios y por lo tanto no era muy llamativo, ocultaba las partes de su cuerpo que podían delatarlo, engañaba a la vista y fácilmente podía ser equiparado con una mujer.




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