Waldrion se distinguía por su capacidad para procesar la información y emitir conclusiones acertadas. Tras meditarlo, el soberano aprobó la sugerencia de su consejero, daba la impresión de que ambos compartían los mismos pensamientos, al igual que hablar con su propia sombra. Acomodó los documentos sobre la mesa e indicó a la servidumbre de atender al rey que se disponía a dormir. Leofris no estuvo presente en el gran comedor durante la cena, se negaba a compartir la mesa con esa plebeya. Aunque su ausencia disminuyó la tensión en el ambiente, no fue fácil para el joven estar en presencia de la reina y la concubina. Tan pronto terminó sus alimentos, se levantó de la mesa para retirarse a sus aposentos. Buscó en el armario ropa más cómoda, pero solo había atuendos femeninos, ya que la habitación fue preparada para la esposa del príncipe y éste tenía su propia vestimenta en sus aposentos privados. Así que no tuvo otra opción que escoger alguno de ellos, luego tomó uno de los libros que ahí se encontraban y se metió bajo las sábanas. El estar en completa soledad le brindó paz a su cabeza y corazón, un sentimiento que le duró poco, pues el príncipe llamó a la puerta y entró sin autorización.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Luciel con recelo.
—Es evidente que vengo a dormir aquí —respondió Valtrana al quitarse el abrigo para dejarlo sobre el respaldo del sofá.
—¿No se supone que tienes una habitación en la otra ala?
—Sí, pero deben verme entrar aquí para no levantar sospechas —Se quitó los guantes para ponerlos sobre el abrigo—. No pienso dormir de nuevo en el sofá —mencionó al ver el mueble.
—Entonces duerme en el piso —sugirió Luciel.
—Eso jamás, quiero la cama —demandó el príncipe.
—No tengo intenciones de moverme de aquí —Cerró el libro y se cruzó de brazos.
—Bien, igual dormiré en ella —Se sentó en el borde para quitarse las botas.
Valtrana se acercó al lado opuesto de la cama donde yacía el joven y continuó desvistiéndose. Luciel observó el torso desnudo del príncipe, apreció su tronco musculado, los hombros anchos y brazos fuertes, a pesar de su complexión delgada, tenía un cuerpo formidable oculto bajo metros de tela. Le parecía increíble que alguien con su altura y complexión fuese más débil que él, a la vez que envidiaba sus buenos genes.
—Tienes muchas otras habitaciones, ve a dormir en alguna de ellas —reprochó Luciel.
—He dicho que no puedo hacer eso, levantaría sospechas y ni siquiera pienses en irte, recuerda que tenemos un acuerdo —Se metió bajó las sábanas.
—«Creí que nos habíamos entendido, pero veo que sigue siendo el mismo» —reflexionó al dejar el libro sobre la mesilla y darle la espalda.
Aunque cada uno permanecía en un extremo de la cama, para Luciel resultaba difícil, asfixiante tenerlo tan cerca. Retiró las sábanas y el peso de su cuerpo al intentar incorporarse delató sus intenciones de abandonar el lecho. Su movimiento se vio limitado por los brazos de Valtrana, quién lo sujetó de tal manera que se colocó por encima de él.
—No me atraen los hombres, por lo tanto, no te haré nada, así que no es necesario que te vayas —mencionó tan cerca de su rostro que el joven pudo sentir su aliento mezclado con el suyo.
Luciel se sintió pequeño y restringido por los brazos del príncipe, su excesiva cercanía hacía estragos en su cabeza y asentó una extraña sensación en su estómago que lo dejó sin palabras.
—O quizás estás muy enamorado de mí. Siendo así no te culpo y entiendo que te resulte incómodo dormir a mi lado —expresó con ironía y una sonrisa burlona.
Las cejas del joven se contrajeron hacia el centro, apretó la mandíbula y lo apartó de encima con las manos, se cubrió la manta y de nuevo le dio la espalda. Para Luciel, no existían palabras suficientes que crearan respuestas adecuadas a los incesantes disparates que el príncipe decía, pues una simple negativa no bastaba. Estaba en contra de caer víctima de sus burlas, pero las reacciones del joven provocaron una sonrisa en el rostro del príncipe, ni siquiera hacer enfadar al joven Gifford le divertía tanto. Se acomodaron en los extremos, dejando un gran espacio entre ambos para evitar encontrarse. El viento sopló con tal fuerza que abrió una de las puertas del balcón, haciendo que la fría brisa nocturna se adentrara en la habitación. Valtrana comenzó a temblar, se cubrió la cabeza y acurrucó, pero los escalofríos no desaparecían, así que se dio la vuelta para acercarse a la fuente de calor más cercana.
Cuando los rayos del sol comenzaron a salir por el horizonte, Luciel sintió que su cuerpo sudaba por el calor y su cabeza estaba algo aturdida, abrió los ojos lentamente y se percató del peso de unos brazos que lo envolvían. Se crispó al darse cuenta que era Valtrana quien lo abrazaba, quiso gritar, despertarlo a golpes, pero ver que él dormía plácidamente le hizo contenerse. Permaneció por más de un momento en esa incómoda posición, sentía la respiración de Valtrana en su cuello y eso le provocaba escalofríos. Intentó zafarse de su agarre, pero lo estrechaba con mayor fuerza, el calor tiñó su rostro de un rojo intenso, el aire le faltaba y se sentía un poco mareado. Su paciencia estaba por llegar al límite, así que se giró quedando frente a él y lo empujó con las manos, pero en ese instante el príncipe despertó.
—Ya era ho… —Luciel no pudo terminar su frase, de forma repentina, Valtrana unió sus labios a los suyos.
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Editado: 13.08.2025