Luciel quería soltarlo, pero le fue imposible, el príncipe había aprisionado su mano con el brazo hasta llegar al comedor. Al atravesar el gran arco, Luciel se vio deslumbrado por las gemas en los candelabros que iluminaban el amplio salón, no dejaba de sorprenderle ese espacio que se encontraba en el piso inferior, cerca de la cocina. Tenía la chimenea más grande con elaborado tallado de piedra que contenía sus escudos y emblema. Con molduras en cada marco de las ventanas y las decoraciones más hermosas, sin mencionar la mesa recta a lo largo del salón, en cuyo extremo se ubicaba el rey.
El aire se sentía pesado, la sola presencia del soberano ocupando el lugar principal de la mesa daba esa impresión de intransigencia. Sobre la mesa estaban acomodados los cubiertos de forma perfecta y los platos blancos lucían impecables, solo faltaba la presencia del príncipe heredero y su esposa. Tomaron los asientos contiguos a la reina Hesda, siendo el asiento de Luciel el más alejado del rey. Leofris evitaba mirarlo, pero cuando lo hacía, su mirada era tan dura como la primera vez, tratando de descifrar lo que su hijo encontró fascinante en ella. Luciel se sentía incómodo ante el peso de tantos ojos sobre él, pues no solo el rey lo examinaba, también su concubina lo hacía. El joven se retrajo y mantuvo la mirada baja para no cometer errores que delataran su verdadera naturaleza. En cambio, Valtrana se concentraba en sí mismo, ignorando por completo la situación en la que su compañero de al lado se encontraba. El silencio en el comedor solo empeoraba el ambiente.
Hesda analizaba el entorno sin emitir una postura, se mostraba neutral a la decisión de su hijo al desposar a una plebeya. Para aligerar un poco las cosas, comenzó a hablar sobre los nuevos establecimientos de la ciudadela. El rey desvió su atención del joven y él se sintió agradecido por ello. Los sirvientes se dispusieron a servir la cena, abundaban las frutas de temporada, lácteos y el pan hecho con harina refinada de trigo. El plato principal contenía carne jugosa bañada en vino que desprendía un olor exquisito que abría el apetito a cualquiera. Ese tipo de alimentos eran exclusivos de las clases altas, por lo que resultaba una experiencia nueva para el joven Vawdrey. Los miembros de la realeza tomaron los cubiertos con una elegancia de la cual él carecía. Solo reconocía la cuchara y cuchillo, ya que el tenedor resultaba algo nuevo, además, era habitual para la mayoría de personas comer con las manos y sin usar servilletas. No se percató de una pequeña mancha en su comisura izquierda, pero los demás sí. Fue motivo de burla interna y molestia, hasta que el príncipe le hizo un gesto con su dedo a la altura de la comisura y éste la quitó. La velada resultó más tranquila de lo esperado por Valtrana, hasta que su padre le pidió reunirse en sus aposentos privados.
Valtrana le indicó a Luciel que se adelantara para atender la solicitud de su padre. El joven de inmediato lo hizo, prefería estar recluido en esa habitación que en cualquier área donde se encontraran los miembros de la familia real y el consejero. Una vez en el lugar acordado, el soberano estaba acompañado por su fiel consejero, como era usual. El príncipe intuía malas noticias con solo ver a ambos, pero se mostró relajado y abierto al asunto que quisiera abordar su padre. Tomaron asiento y el rey no demoró en manifestarle sus deseos, le ordenó que fuera al territorio de los Picos del Oeste para inspeccionar la zona debido a los constantes reportes que involucraban bandidos en dicha región.
—Jamás me había solicitado algo así, ¿por qué lo hace ahora? —señaló el príncipe.
—Te has convertido en un hombre adulto, aunque hayas tomado la nefasta decisión de desposar a una mujer tan ordinaria que ni siquiera conoce los modales básicos de etiqueta —Se mostró enfático—. Considero que puedes encargarte de esta clase de asuntos.
Más que una recompensa o reconocimiento por sus recientes nupcias, lo que su padre le proponía sonaba a un castigo por desafiar sus mandatos. Aunque por dentro le daba la razón, ya que habría evitado cometer el error de desposar a un hombre, por fuera se mantenía firme.
—Será un viaje fatigoso, sería prudente que fuera solo —Sugirió Waldrion.
Valtrana entrecerró los ojos, estar lejos de Luciel le parecía una propuesta atractiva, puesto que se sentía frustrado al tenerlo por compañero, pero de inmediato descartó la idea, pues dejarlo solo en el castillo podría significar que su secreto fuese descubierto.
—Aprecio su sugerencia, lo tomaré en consideración —Evidenció una sonrisa de falsa gratitud.
Le dieron el resto de indicaciones y la reunión finalizó. Tenía muy poco tiempo para prepararse, no solo le preocupaba mantener vigilado al joven para proteger su secreto, además, cargaba con el peso de una responsabilidad a la que no estaba acostumbrado, todavía menos preparado. No estaba de ánimos para discutir, tampoco para comentarle al joven sus planes, pues si se rehusaba a acompañarlo, no había mucho que pudiera hacer para convencerlo de lo contrario. Había demasiadas cosas que bullían en su cabeza, así que Valtrana prefirió recluirse en sus aposentos privados, tras un largo tiempo despierto, el peso de sus párpados finalmente lo venció. A la mañana siguiente, envió una carta urgente al capitán Gifford, pues tenía solo un día para preparar su viaje. Como era usual, el capitán llegó tan pronto recibió la misiva, pues en ella estaba escrito el motivo de la reunión.
—Gil, necesito que me acompañes en ese viaje —Valtrana se aproximó a él.
—Es imposible, tengo demasiado trabajo, además, no puedo abandonar la capital sin una orden del rey —Le invitó a tomar asiento.
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Editado: 13.08.2025