CAPÍTULO 14.- El inicio del viaje

El rostro de suaves líneas se puso repentinamente rojo debido a la excesiva y descarada cercanía del príncipe, que le provocó una extraña sensación en su estómago, a la vez que sentía la cabeza un poco pesada. Lo empujó para alejarse lo más posible de él, lo cual fue tomado como una victoria por el príncipe, así que abandonó satisfecho la habitación y solo regresó a la hora de dormir para guardar las apariencias. El día se le fue como agua entre las manos a Luciel, no existía tiempo suficiente para permanecer lejos de él. Notó que traía consigo una pequeña caja similar a una jaula, la cual Valtrana colocó sobre una de las mesas, abrió la pequeña puerta, un punto luminoso se encontraba en su interior, el cual salió y reveló a una diminuta criatura que se sostenía en el aire.

—¿Qué es? —El joven se inclinó hacia ella con la boca y ojos ligeramente abiertos.

—Un hada melodiosa —Valtrana extendió su dedo índice y la pequeña criatura se posó sobre él.

El joven se acercó motivado por el asombro, habías escuchado de las hadas melodiosas, pero eran seres difíciles de ver y, todavía menos, capturar. Sintió un vuelco en el corazón al observar que el hada se mantenía demasiado cerca de Valtrana, incluso parecía feliz al recorrer su brazo hasta llegar a su hombro. Luego recordó haberla visto en el jardín, pues el color que desprendía era idéntico. El joven quería saber más sobre ella y el príncipe le contó su historia. Cuando era un niño se perdió en una de sus excursiones en el bosque del oeste, comenzaba a oscurecer cuando el resplandor en un arbusto llamó su atención y se acercó a revisar, se encontró con la pequeña hada, ambos compartían el color púrpura en sus aspectos y el dorado en los ojos. Como si se hubieran estado buscando, él le extendió la mano y ella voló hasta la palma, Al final de ese día, sus sirvientes lo encontraron, pero él mantuvo oculta al hada. Desde entonces ella permaneció a su lado, en secreto de los demás, menos de su mejor amigo.

—Ella es Colibrí —Valtrana señaló al hada—. Colibrí, este joven es mi… enamorado no correspondido —Llevó la palma de su mano en dirección a Luciel quién entrecerró los ojos.

—Así que ella es como tu mascota —Se cruzó de brazos.

—Jamás, ella es mi tesoro más preciado —Acarició su pequeña cabeza con la punta de su dedo índice—. Te explicaré —Le pidió tomar asiento.

Las hadas melodiosas tenían un excepcional oído y la habilidad de emitir a la perfección cualquier voz o sonido que escucharan. Era sabido que producían hermosas melodías compuestas por los diversos sonidos del bosque, pero era la primera vez que Luciel escuchaba que tales criaturas eran capaces de reproducir voces humanas. Por un instante, el joven consideró que se trataba de una broma más del príncipe, pero Colibrí reprodujo sus mismas palabras empleando su tono voz cuando Valtrana se lo ordenó. Las cejas del joven se elevaron para después mirar con recelo al príncipe.

—¿Y la utilizas para que te diga lo atractivo que eres? —cuestionó.

—Sí, pero su tarea es mucho más importante que eso —Valtrana sacó del bolsillo interior de su abrigo una singular máscara, de color blanco y detalles en dorado, con un colgante en forma de rosa al costado y se la entregó a Luciel—. Colócala sobre su rostro.

El joven no comprendía el motivo por el cual le prestó tal objeto, tampoco que le haya mostrado su hada. Se mostraba desconfiado ante las acciones del príncipe, pues solo se alababa a sí mismo, parecía un niño presumiendo sus costosos juguetes. Valtrana protestó por la reacia reacción del joven, aludiendo que compartía con él su mayor secreto, añadió que debía sentirse honrado y le ordenó que se pusiera la máscara. Luciel resopló y la colocó sobre su rostro, su vista se tornó un poco borrosa y, cuando se aclaró no notó diferencia alguna.

—Mírate en el espejo —sugirió Valtrana.

—¿Qué demonios es esto? —exclamó Luciel al darse cuenta de que su apariencia era idéntica al príncipe.

—Esto, mi estimado Luciel, es la clave de mi éxito.

No dejaba de mirarse en el espejo y tocar su rostro que en el reflejo era el de Valtrana, pero cuando bajaba la mirada para ver sus extremidades eran las de él mismo. Luciel estaba desconcertado, jamás había visto algo así, una especie de ilusión lograda al máximo nivel. Aunque su aspecto era el mismo del príncipe, su voz seguía siendo la propia.

—Es una máscara especial que tiene la excepcional habilidad de convertirte en mí —expresó el príncipe con la barbilla elevada—. ¿No es maravilloso?

—No lo es, ¿de dónde la obtuviste? y ¿cómo es que esta máscara es la clave de tu éxito? —Interrogó.

Aunque el joven estaba harto de escuchar las presunciones del príncipe heredero, ese objeto había despertado su curiosidad. Valtrana se desplazó de un lado al otro con las manos en su espalda, para contarle la historia. Un día como cualquier otro se adentró en la bodega de los tesoros de la familia Aurión. Buscaba una joya que combinara con el magnífico atuendo que vestía para la ceremonia de bienvenida a la academia real. Revisó por todos lados, pero ninguna le parecía perfecta, hasta que un cofre de madera algo desgastado llamó su atención, pues distaba del resto de objetos valiosos, además, se encontraba oculto en el fondo. Dentro de la caja estaba la máscara con un colgante blanco en forma de flor. Se la probó por diversión y fue hasta el espejo más cercano para admirarse. Al hacerlo, Valtrana expresó en voz alta que sentía pena por los demás, ya que no podían ser tan hermosos como él. En ese momento, no se percató de que el colgante se tornó de color rojo, simplemente guardó la máscara en el bolsillo interior de su abrigo. Tiempo después, hubo una fiesta de máscaras en la academia, Valtrana la colocó sobre su rostro, pero al mirarse en el espejo, el antifaz no estaba. Llamó a Gilbert y le entregó la máscara para que se la probara, quien dudó del príncipe en su momento al igual que el joven Vawdrey. Valtrana observó como Gilbert se convertía en un reflejo exacto de él, aunque no comprendía lo que sucedía, le pareció divertido que su mejor amigo adoptara su forma física.