Valtrana: La Máscara del Príncipe [1]

CAPÍTULO 17.- El hogar de los Grifos [Parte 2]

Las personas de ese lugar llevaban un estilo de vida diferente al de los habitantes de la capital. Estaban adaptadas a vivir bajo circunstancias difíciles, donde su principal actividad económica era la ganadería, debido a la infertilidad de los suelos a gran altitud. Individuos que permanecían en constante alerta ante la llegada de Grifos, algo que en los últimos días no había sucedido, pues no habían visto uno solo de ellos, ni siquiera volando en los picos, lo cual resultaba fuera de lo común. Al mismo tiempo que los Grifos dejaron de aparecer, comenzaron los saqueos por bandidos cuyas vestimentas cubrían a la perfección sus cuerpos y rostros. Aun así, esos sujetos lucían feroces.

Valtrana reflexionaba sobre el motivo por el cual su padre lo envió allí, si pretendía que tuviera un enfrentamiento contra un grupo de despiadados forajidos, estaba claro que lo evitaría por encima de todo, tampoco se dedicaría a buscar Grifos, bestias salvajes como si fuesen animales domésticos. Eran situaciones peligrosas para el príncipe heredero, además, se requería de una investigación a fondo, la cual no consideraba su responsabilidad. A pesar de las dificultades, Valtrana les hizo creer que se haría cargo, por lo que su estadía se prolongó algunos días, luego dejaría a un pequeño grupo de su escolta en ese lugar para continuar vigilando y se dirigiría al Valle de la Fe.

Para el joven, Valtrana tenía una excepcional habilidad para envolver a las personas con sutiles y firmes palabras, les creaba una falsa seguridad y los convencía de lo que fuese.

«Una poderosa habilidad en manos tan torpes como las suyas» —reflexionaba Luciel.

Conocía la verdadera personalidad que se ocultaba tras esa radiante y confiable sonrisa, tras ese impecable porte de un ser cercano a los Dioses. Valtrana se deleitaba al estar rodeado de personas más que complacidas con su presencia, pero en medio de la muchedumbre se percató de que Luciel lo miraba con recelo en la distancia, lo sentía de una manera distinta a las miradas del resto de hombres y mujeres que en ese momento lo cercaban. Le parecía que el joven veía algo más en él, algo que otros no percibían, quizá porque ambos compartían un secreto o, tal vez, existía otra cosa. De pronto, el príncipe concibió una idea equivocada que le hizo sonreír y se abrió paso entre las personas con suma cortesía para acercarse al joven. Se detuvo tan cerca de él que lo sacó abruptamente de su ensimismamiento y, sin decir una palabra, Valtrana lo estrechó entre sus brazos.

—Mírame como si me amaras —Le susurró al oído.

Los ojos del joven se abrieron de par en par, sintió como la piel se le erizaba y una sensación electrizante le recorría el cuerpo desde su oído hasta la punta del pie. Se quedó inmóvil por la invasiva cercanía del príncipe, con una pesadez en su cuerpo que le impedía reaccionar, solo experimentó una enorme vergüenza por las miradas que atrajo esa descarada acción.

—Ahora, bésame —Valtrana lo miró a los ojos sin disimular la diversión que le causaba.

Luciel podía ver la burla reflejada en sus orbes de distinto color y en la mueca de sus labios. Esbozó una sonrisa fingida al rodear el cuello del príncipe con sus manos, quería estrecharlo hasta impedir el paso del aire, pero se contuvo. Subió las manos hasta su rostro y lo acercó al suyo, pues no estaba dispuesto a continuar siendo la víctima de sus mofas. Los ojos del príncipe parecían desorbitados por la sorpresa, no esperaba que su broma resultara de esa manera, pero antes de que sus labios se tocaran, Luciel giró la cara del príncipe y lo besó en la mejilla. Para los presentes, la joven pareja desposada desprendía una cálida atmósfera romántica, que llenaba de envidia a las damiselas que recientemente conversaban animadas con el príncipe. Luciel se retiró del recinto, a diferencia de Valtrana, no podía mirar a ninguno de los presentes a los ojos, tampoco permanecer un momento más siendo el centro de atención, protagonista de una escena tan absurda.

«No fue lo que esperaba, pero estoy complacido» —pensó Valtrana al tocar su mejilla con la palma de su mano.

El joven subió las escaleras y se encerró en su habitación con la intención de no salir hasta el día siguiente, algo que no le sería difícil, puesto que el sol ya había caído. Se volvió consciente del silencio abrumador al no tener a Valtrana a su alrededor. Colibrí lo observaba en la distancia y él se percató de su luminosa presencia, pero mantuvo su espacio para no incomodarla, ya que ella solo era cercana a Valtrana. Recordó que el príncipe traía un mapa del reino entre sus pertenencias, aunque al inicio dudó en abrir su equipaje, no solo por respeto a la propiedad privada de Valtrana, sino por las cosas extrañas que pudiera encontrar en su búsqueda, se limitó a revisar con cuidado y solo tomó el pergamino. Lo llevó hasta una mesa para desplegarlo y examinó la ruta que tomaron desde la ciudad de Caddos hasta las montañas del oeste, se dio cuenta de que el mar quedaba cerca de esa zona, no demasiado, pero si más próximo que la capital. El mar solo le era conocido por las imágenes en los libros y le causaba curiosidad poder admirarlo con sus propios ojos. Se maravillaba con los diversos lugares que conformaban el reino de Erdine, los cuales le eran desconocidos. Su mirada desprendía el brillo de la curiosidad y en sus labios se dibujó una sonrisa. La pequeña hada se acercó atraída por la expresión de su rostro y se colocó sobre el pliego. Escuchó que llamaban a la puerta, el joven fue abrir y se encontró con una doncella que llevaba su cena. No quería que Colibrí se alejara de nuevo, así que tomó la bandeja con tapa para evitar que la doncella entrara en la habitación. Depositó los alimentos sobre una mesa más grande, corrió una silla para sentarse y levantó la cubierta de metal, el olor de codorniz condimentada con especias, aceite y hortalizas hizo protestar a su estómago, pues olía tan bien como se veía. Tomó los cubiertos para degustar su cena, la cual combinaba exquisitamente con la bebida de hojas verdes que la acompañaba. El aroma invadió el olfato de la pequeña hada y la condujo a un lado del joven, quien se percató de como ella miraba la comida, por lo que cortó un trozo y se lo entregó. Colibrí lo miró con recelo, aun así, tomó de inmediato la comida, el sabor fue más delicioso de lo que esperaba, la reacción en su rostro así lo demostraba. Para Luciel fue lo mismo, el sabor de la carne era delicioso y al deleitar su paladar no dejaba de preguntarse cómo la habían preparado. Fue un instante placentero, no solo por la buena comida, sino por el agradable silencio y la ausencia de Valtrana que menguaba con frecuencia su felicidad.




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