—Evald, despierta —alguien seguía insistiendo. Las gotas de lluvia golpeaban el cristal del ventanal. Su respiración agitada hacía que sus músculos se tensaran en un intento por despertar de sus pesadillas.
De repente, se levantó de golpe, completamente desubicado por la luz de los relámpagos. Sus ojos grises brillaron con el destello y se dirigieron al rostro pálido de Kasper, su compañero de sección. Supuso que lo notó balbucear mientras dormía, o peor aún, gritar.
—Relájate, si el orfanato se inunda seré el primero en avisarte —Kasper volvió a la comodidad de su cama con pereza.
El orfanato. Ewald respiró profundamente, aliviando cada uno de sus músculos. Pasó su mano por su cabello enredado, tratando de averiguar la hora del día. Al ver el brillo en sus pálidos dedos, se dio cuenta de que sus rizos marrones estaban húmedos. A pesar de ser otoño, las noches eran increíblemente bochornosas, gracias al húmedo clima del bosque de Valtremix.
Las antiguas paredes de piedra del Orfanato Pflege cada vez filtraban más goteras, lo que las hacían parecer como si estuviesen llorando. Era como una versión miniatura de un castillo, pero bastante amplia para albergar a más de cien huérfanos.
Pensó que aún tenía unas dos horas más de sueño por la poca luz que se filtraba a través de los grandes ventanales arqueados. Volvió a recargar su cabeza sobre la almohada. Rogando por un momento de paz con su mente.
El orfanato Pflege, estaba rodeado de un bosque de pinos y árboles frondosos que se iluminaban en dorado con cada rayo que atravesaba las nubes. En los alrededores, niños y adolescentes de todas las edades paseaban por los jardines descuidados. Algunos jugaban a saltar los charcos, otros conversaban con euforia sobre su semana. Ewald no podía compartir su entusiasmo, para él todos los días eran igual de aburridos.
Las puertas del castillo antiguo medían al menos tres metros de altura, tenían techos abovedados y góticos. Durante la mañana, dejaban las puertas abiertas para que los niños no tuvieran que tirar de ellas.
Ewald las atravesó comenzando su rutinario día y llevando su típica chaqueta negra despintada con un patrón de cuadros bordados. Y en su espalda, cargaba una pequeña mochila oscura.
Era la mitad de la semana y debía asistir a la escuela de Valtremix, en el pueblo de Nuevo Feuer. El camino era tranquilo, invadido por la naturaleza que ofrecía el bosque: árboles altos, cerezos, distintas razas de aves que cantaban a diferentes ritmos, y el sol tardío de otoño atravesando las nubes.
—¡Hola, Evald!, ¿pudiste dormir?
Ewald se dio la vuelta en el momento en que Amalie lo abrazó por sorpresa desde su torso. No pudo contener su sonrisa y recargó su barbilla en la media coleta rubia y sus rizos recorriendo el ancho de su espalda. Ya no era tan flaca como la recordó en sus sueños, ahora ambos tenían dieciséis. Mientras que él seguía pareciendo un niño desnutrido, ella tenía un cuerpo maduro con muslos gruesos y cintura.
Cuando se separaron, examinó rápidamente su atuendo: una chaqueta corta gris y un vestido con encajes azul marino que volaban suavemente con el viento. Sus ojos color miel resplandecieron a la luz del sol. Tal vez lo único alentador del día, era poder observar a la única persona suficientemente optimista para iniciarlo.
—No… tuve pesadillas —dijo su voz tranquila, distrayendo sus ojos fuera de ella.
—¿Las mismas de siempre? —preguntó mirándolo.
Ewald asintió aún desanimado, y su sonrisa se desvaneció mientras se obligaba a caminar el tramo que lo llevaba hasta la escuela de Valtremix Studium. Amalie lo tomó del brazo, enganchándolo con el suyo, tratando de animarlo. Al contrario que él, ella caminaba de la mano con su felicidad a todas partes, como si nadie pudiera robársela. Ewald solía ser sombrío casi todo el tiempo, su vida solo se resumía en servir al rey.
—He tenido pesadillas más seguido, solo que… ahora veo cosas que no veía antes —susurró, mientras caminaba atormentado por el camino de piedra que siempre seguían.
—¿Qué cosas? —preguntó curiosa, acercándose más a su brazo.
Pensó en su respuesta por un momento, no estaba seguro de contarle. —Es como si fuera varias personas a la vez.
—No has pensado en —Amalie guardó silencio por unos segundos —en qué… tal vez signifique algo.
Ewald se río y suspiró. Sabía que ella no se refería a eso. Pudo haberle prometido que nunca vería su mente, pero, después de conocerla durante años, no tenía la necesidad de estar leyendo sus pensamientos. Simplemente los adivinaba. Quería que buscara ayuda con alguien más. —¿Para qué? —contestó sin darle importancia. —Tal vez importaría si supiera algo de mi pasado, pero no es así, Amy.
Ella apretó su brazo ligeramente, haciendo que mirara al suelo desalentada. Se sintió culpable al borrar su hermosa sonrisa de sus mejillas. A menudo tenía ese efecto con ella. Lo detestaba.
—Bueno, estamos igual —susurró.
—Al menos tú puedes recordar.
—No mucho. Los primeros años en el orfanato fueron… muy duros. Tuviste suerte de entrar después —ella levantó su mirada hacia el camino.
Ambos guardaron silencio. Ewald conocía la historia, cuando todos los hijos que pertenecían a una familia noble o sirvieron fielmente a los Valtre, los seguidores, fueron despojados de sus nombres y sus derechos. Ninguno de ellos conocía a su familia, solo los niños mayores se quedaron con sus nombres a la fuerza.