Valtremix

6. AMALIE

En las primeras horas del amanecer, ya había movimiento en la sección de las chicas del orfanato. Eran tres secciones diferentes: la principal era donde se colocaban la mayoría de las camas de los adolescentes varones, era la sección más grande y donde dormía Ewald. Luego, seguía la de las chicas, en otro espacio igual de grande, aunque la mayoría se ocupaba con armarios, cofres, buros y cortinas que les daban privacidad.

La sección de los varones también tenía cortinas, pero rara vez las usaban. En la última sección, dormían todos los menores de diez años. No eran más de veinte niños que carecían de algún familiar o guardián que los protegiera. La mayoría de la población del orfanato eran adolescentes que empezaban a crecer y a querer valerse por sí mismos.

Amalie se levantó temprano. Sus clases empezarían un poco tarde hoy y quería aprovechar para ir al bosque con Ewald. De vez en cuando, los dos se escapaban y practicaban con sus poderes a escondidas, lejos de las miradas curiosas.

Jaló una de las cortinas para cambiarse. Normalmente, el baño se abarrotaba de chicas a esas horas, así que prefería ser práctica y hacerlo en su propio lugar. Se puso una blusa holgada y unos pantalones ajustados que resaltaban su figura curva. Rápidamente, trenzó su cabello en una coleta y se fue directo a la cocina por un par de manzanas amarillas. Rojas no porque no le gustaba su textura a papilla.

Salió por una de las puertas traseras del orfanato, hacia el gran jardín con vistas al bosque de Valtremix. En los campos había chicos ejercitándose, otros descansando y almorzando. En una de las bancas, Ewald estaba sentado observando el paisaje. La luz dorada de la mañana le pegaba en la cara, delineando la orilla de su nariz y sus rizos en oro como una pintura religiosa.

Amalie llegó por detrás y soltó sus brazos rodeándolo con un abrazo. —¿Trajiste tus cosas? —preguntó en su oído mientras apretaba sus brazos con los suyos.

Ewald sonrió levemente mientras la observaba de reojo, le enseñó la parte del fondo de su mochila y la volvió a cerrar. —Vamos.

Ambos se levantaron de la banca y caminaron alejándose de los jardines sin que nadie los viera. Cuando se adentraron en el bosque, empezaron a jugar carreras. Había un lugar donde alguien había talado algunos árboles y tan solo quedaban los troncos enterrados en la tierra. Ahí era donde los dos solían practicar, era perfecto porque no tenían obstáculos. Amalie llegó primero, y detrás, venía Ewald algo cansado.

—Es la tercera vez que te derroto en dos semanas, ¿me estás dejando ganar? —dijo sorprendida.

—¿Dejarte ganar? —se quejó ofendido mientras tomaba un respiro profundo, inclinando las manos en sus piernas. —Haces trampa tomando atajos —exclamó con una sonrisa burlona.

—Cómo digas —ella lo empujó, haciéndolo caer sobre el pasto recién mojado. Ewald se levantó inmediatamente y la abrazó haciéndole cosquillas. No era fácil quitárselo de encima, él era demasiado grande y ella pequeña.

—¡Ya, déjame en paz! —gritó, reclamando entre risas.

Ewald la soltó y ella se alejó lo más rápido que pudo. Cuando recobró la postura, lo miró sonriendo y le preguntó. —¿Y qué vas a enseñar hoy?

Ewald tardó en pensar en una respuesta y miró a su alrededor. —Sería más fácil si estuviera oscuro.

—¿Y qué hay de tus otros poderes?

—No hay otros poderes, lo sabes —la miró resignado.

—Quizá seas uno de esos a excepción de la regla. Sabes que es posible.

—¿Tú tienes un segundo poder?

—Tal vez —afirmó mientras sonreía.

—Enséñame.

—Primero tú —Amalie cruzó sus brazos.

—De acuerdo, pero tienes que correr —sus labios sonrieron.

—¿Qué tan lejos? —preguntó, soltando sus brazos.

—Presume lo rápida que eres, vamos.

Amalie se puso a trotar hacia el bosque, pasando por varios árboles frondosos y arbustos de moras. El ejercicio le sentaba bien y el pasto crujía con cada paso de su cuerpo. Podía escuchar los pájaros cantar al unísono. Entonces se detuvo para admirar la belleza del bosque.

¿Te detuviste? Sonó la voz de Ewald en su cabeza.

Segura de que no había nadie, habló en alto. —Cuéntame, ¿qué sucedió en el baño? —dudó si había hecho la pregunta ideal.

Lo de siempre... Voces que no puedo controlar, pensamientos de otras personas... dijo desinteresado. No pensó nada y volvió a escuchar su voz de nuevo. Si puedes escucharme, ¿verdad?

—Claro, te escucho. Hans nos dijo que rompiste los espejos con tu poder. Parecía algo… perturbado.

Escuchó una carcajada. ¿Y quién no lo estaría?

—Yo no —contestó sincera. Por un momento, no escuchó una respuesta inmediata hasta que pasaron algunos segundos.

Ayer me topé con… un tipo extraño al salir del castillo. Estaba espiando al rey y pude escuchar que alguien más lo llamaba… en su cabeza. La voz de una mujer. Explicó pausando en cada frase.

—¿Y sabes quién era? —ella paseaba en círculos alrededor de los árboles y escuchó el crujido de unos pasos acercándose lentamente.




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