Valtremix

10. LEA

Lea había salido a comprar los últimos preparativos para la fiesta. Cerca de la escuela, en el centro de Nuevo Feuer, vendían todo tipo de productos: ropa, comida, accesorios, pociones, libros y cualquier cosa imaginable que pudieras encontrar en el reino. El centro estaba frente al enorme y lujoso Castillo Feuer, lleno de colores y cúpulas que brillaban incluso en la oscuridad.

El padre de Lea, el famoso Hendrik Schulz, se había convertido en un gran arquitecto. Él mismo había diseñado la estructura del castillo y las casas más lujosas de las familias ricas de Valtremix. La familia Schulz tenía el poder de manipular materiales como la madera, el metal y la piedra, que sirvieran para la construcción y la creación de diseños perfectos de cualquier cosa que se propusieran. Lea prefería usar su poder para la moda y crear las últimas tendencias.

Después de la rebelión, los Schulz, habían ganado una enorme fortuna apoyando la causa del rey Arnold Friedrich. Aunque nadie supo cómo se hicieron de tanto dinero, corrían muchos rumores al respecto. Algunos pensaban que le robaron a la corona cuando los Valtre gobernaban. Otros decían que el rey les había obsequiado con los tesoros del erario real. Realmente no lo sabía, ya que era muy pequeña como para fijarse en esos asuntos.

En cambio, se preocupaba por cómo vestir y lucir bien, jugar con sus muñecas cuando era pequeña y pasar tiempo en largas charlas con sus amigas sobre cotilleos del reino. Su vida había sido tal y como debía ser: una infancia feliz, sin preocupaciones y lujos exorbitantes. Ahora ella crecía, y tenía que descubrir su vocación en la vida.

Aún le quedaba un año por cursar en la preparatoria, pero todo lo que tenía en mente ese día era cómo terminaría de organizar la fiesta que tendría esa noche en su casa, con arcos góticos y elegantes tallados. Y después, se ocuparía del aniversario de Valtremix, tal vez esa era su vocación, organizadora de eventos del reino.

Antes de ir a casa, pasó por una tienda a recoger la ropa que había diseñado, de verdad le gustaba destacar entre los demás. Se sentía diferente, moderna, incluso vendía sus diseños a las costureras para que las chicas estuvieran a la moda impuesta por ella y su hermana Carie. Cuantos más halagos recibieran por sus inventos, mejor.

Caminó por las calles empedradas del reino, había una zona boscosa durante su trayecto. La mayoría de las casas habían invadido parte del bosque, convirtiéndose en residencias con ventanas redondas en la parte superior, y caminos arreglados de malvas y orquídeas de todos los colores.

Sin embargo, uno podía darse cuenta de cuáles eran las zonas más lujosas del reino, donde vivían las familias ricas como los Schulz. Su casa era de tres pisos, en la cima, había un cuarto pequeño con tejado de pico donde se podía ver el bosque desde lo alto. Las paredes eran de un ladrillo color vino, los tejados de color café oscuro y bordes dorados adornaban los grandes ventanales con molduras finas. La casa era una obra de arte de su propio padre. La entrada de la puerta se extendía hacia unas escaleras de mármol con barandales llenos de figuras geométricas y líneas.

Al entrar, se apreciaba la sala principal con adornos góticos, ornamentales y florales. Talladuras finas grabadas en paneles de madera oscura que se extendían por los muros iluminados con luces blancas de gemas encantadas y una fina alfombra de tela en medio del cuarto.

Lea subió por las escaleras hacia su recámara. Tenía que arreglarse antes de que llegaran sus amigas. Kirsten y Amalie se habían ofrecido a ayudarla a organizar la fiesta. Muchos de los chicos de su generación y otros mayores que conocía vendrían esa noche.

Ella escogió una falda por debajo de las rodillas, que se cortaba por un lado mostrando su pierna. La tela era de cuadros negros y líneas carmesí, delineando su delgada figura hasta la cintura con un par de listones ajustables. Arriba, tenía una blusa negra con mangas acampanadas y cuello v. Y para el toque final, unas botas negras con tacón, tan finas que la textura brillaba con el más mínimo resplandor de luz en la habitación.

Arregló su cabello en una media coleta, con sus rizos cobrizos resaltando sobre su blusa negra. Se miró una última vez en el espejo, asegurando que no faltara ningún detalle en su aspecto regio y bajó a atender la puerta.

Las chicas habían comenzado a acomodar las bebidas y la comida. Amalie se asombró por la arquitectura de la casa. En medio de la cocina, habían construido una barra cuadrangular de mármol. Los bancos de barra estaban hechos de madera fina, acojinados con tela carmesí y patrones florales. Había un horno de piedra que calentaba a fuego lento la parte superior de la parrilla. A su padre le encantaba inventar cosas fuera de lo ordinario.

Las chicas habían hablado de quiénes asistirían, de la pequeña pelea entre los chicos y del momento en que Hans se acercó a ellas. Últimamente, Adlar se metía mucho con Hans y Ewald. Aunque sabía que era por puro entretenimiento de él. Se conocían desde que eran niños, incluso fueron mejores amigos durante un tiempo, pero ahora, Adlar se había vuelto muy engreído y arrogante desde que entró a la preparatoria. Se empezó a distanciar de él. A veces, no soportaba su humor y prefería evitarlo.

A pesar de eso, admitía que aún le tenía cierto afecto, aunque ahora cada vez que hablaban, era para pedirle favores personales de mal gusto.

Adlar la había amenazado con contarle a todo el reino, el incidente que sucedió en la casa de Hans hace más de dos años. El día en que su relación se vino abajo. Hans había invitado a algunos amigos, Adlar y Lea entre ellos.




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