Amalie salió de la casa de Lea en una fresca noche de otoño. Había jóvenes alrededor conversando y tomando. Ella se había recogido el pelo en una cebolla suelta, con mechones que caían sobre sus hombros, y, con la noche, su pelo rubio brillaba bajo las cálidas luces de la casa. Llevaba un vestido morado strapple, con un cuello de malla que cubría sus hombros y mangas cortas. La falda seguía el mismo patrón de flores con encaje. Se había arreglado más de lo normal.
Frente a la casa de Lea, los árboles de pinos se alzaban formando parte del paisaje nocturno y podía escuchar el aire soplar suavemente contra las ramas en paz.
Ella esperaba a que Ewald apareciera. Su turno había acabado y no tardaría en llegar, si es que vendría. Era extraño que lo invitaran a fiestas y suponía que necesitaría el apoyo emocional para poder disfrutarla. No era muy sociable, no tenía amigos, salvo ella.
Amalie caminó hasta donde empezaba la calle empedrada y se sentó en el borde de la acera. De vez en cuando, pasaban carrozas con gente voceando sus conversaciones, las carrozas más grandes se impulsaban solas, y las más pequeñas, eran jaladas por dos caballos y un hombre que los manejaba.
Una carroza pequeña se paró a una cuadra de la casa. No alcanzó a ver quién salía, solo pudo ver un par de zapatos lustrados bajar. Luego, la carroza pasó por delante. Amalie se dio la vuelta y vio que la sombra se metía en el bosque. Sintió una extraña sensación, el viento sopló en esa dirección y decidió caminar con la corriente.
Había luna llena y el bosque entero se iluminaba con tonos fríos. Cualquier alma asustadiza dudaría en caminar por el bosque en la noche, pero ya estaba acostumbrada a esa oscuridad. Vio una niebla negra flotante avanzando lentamente y mezclándose con la oscuridad. Las hojas se movían a su paso. La nube se escondió en un rincón donde las ramas tapaban el paso de la luz de la luna.
Se detuvo y cerró los párpados tratando de concentrarse en los signos vitales; un latido, un suspiro silencioso. Abrió los ojos y sabía a dónde dirigirse. Caminó lentamente hasta el rincón oscuro frente a un tronco caído.
—¿Por qué no quieres entrar?
La niebla empezó a tomar forma de silueta humana. El rostro pálido de Ewald resplandeció con la luz, recargado sobre el tronco. —Tú no necesitas leer mi mente —hizo una pausa mientras miraba al vacío, con una media sonrisa. —¿Te siguió alguien?
—No, ¿por qué? ¿Pasó algo? —preguntó curiosa.
Ewald miró a su lado y subió los pies sobre el tronco —No.
Amalie lo siguió y se paró al lado donde dirigía su mirada. Quería ver sus ojos, sabía que le mentía, era tan simple solo notar sus palpitaciones para saberlo. —Dime.
Ewald giró, se topó con sus pupilas plateadas y suspiró. —Sucedió algo extraño, en la escuela. Había un chico. Nunca lo había visto antes —se detuvo dudoso y evadió su mirada por un momento. —Creo que me estaba buscando, pero no sé quién es —Ewald la volvió a observar esperando su respuesta. Está nervioso.
—¿No crees que tenga que ver con el hombre que nos atacó?
—Tal vez, pero, no parecía que... quisiera hacerme daño. Quería llamar mi atención.
Era extraño ver a Ewald preocupado, o si quiera que le importara algo. Su mano descansaba sobre su regazo y la tomó con delicadeza, sentándose a su lado. Su mano era diminuta comparada con la huesuda de él.
—Deberías ser cuidadoso, no sabes lo que quieren.
Ewald alzó la mirada hacia ella. —¿Tú estás bien? ¿No te han seguido? —preguntó mientras ella miraba su mano cálida unida a la suya.
Se sorprendió por unos segundos, rara vez mostraba interés, pero podía ver a través de él cuando se dedicaba a hacerlo. —Estoy bien, Evald —dijo, al tiempo que alzaba la mirada y él la miraba fijamente con las pupilas dilatas. En ese momento, sintió un temblor y soltó su mano abruptamente. Me está leyendo. Ella odiaba que lo hiciera, y aún más, que él ignorara sus sentimientos hacia él. Siempre sentía que la veía como su pequeña hermana.
—Deberíamos volver a la fiesta —dijo mirando al suelo, tratando de distraerse. —Vamos, hay mucha comida —sugirió.
Ewald sonrió y se levantó de un brinco. Le dio la mano y ella se levantó. No necesitaba su ayuda, meramente era pura caballerosidad. Ambos caminaron entre los árboles del bosque hacia la casa de Lea.
La fiesta se había llenado de grupos de jóvenes tomando, hablando y riendo. Otros bailaban al ritmo de una música extraña, nunca había visto un aparato tan peculiar que reprodujera sonidos sin ayuda de un ser humano. Ewald la siguió desde atrás, luciendo arrepentido por haberse presentado. Ella se dio cuenta y lo agarró de la muñeca, obligándolo a avanzar. Kirsten llegó caminando con una bandeja de bebidas en las manos.
—¿Dónde estabas? Pensamos que te habías ido —dijo mientras le daba una bebida. Luego se fijó en Ewald. —Veo que trajiste a alguien —ella sonreía impresionada.
—Hola, Kirsten — saludó Ewald forzado.
Ella le dio la otra bebida a Ewald. —Toma. Si quieres más, puedes pasar a la cocina —Kirsten dirigió sus ojos a Amalie. —¡Ven, tengo que decirte algo! —le dijo, jalando su brazo con la mano.
Amalie volteó hacia atrás, Ewald la miró por un segundo y sus cejas se fruncieron. Ella se giró, pero no sabía a quién miraba, había mucha gente amontonada. Ewald trató de caminar entre la multitud que habitaba en la sala, pero en su camino, cometió el error de derramar su bebida sobre alguien. Demonios. Se detuvo con un jalón y Kirsten volteó hacia atrás, contemplando la escena que estaba a punto de estallar.