Adlar siguió lloriqueando en el suelo por la gran marca roja que Hans dejó en su piel magullada. Ewald volvió a escuchar la voz de ese chico en su cabeza. Sígueme.
—¿A dónde fue? —preguntó mientras Hans se le acercaba.
Afuera. Dijo la voz del chico.
Ewald empujó a la gente que se amontonó por la pelea y salió adolorido de la casa de Lea, ignorando los aplausos y las risas del público por el fracaso de Adlar. Se sentía aliviado por abandonar la fiesta, le estresaba estar entre tanta gente.
¿Por qué lo estoy siguiendo? No sabía qué quería de él o si lo lastimaría, pero, había omitido una parte cuando habló con Amalie sobre el chico. Soy Valtre ¿Y tú? Recordó.
Se suponía que los Valtre estaban muertos, el rey se había asegurado de ello. Ese chico usó su poder para detener a los amigos de Adlar sin golpearlos. El cómo lograba comunicarse con su mente, algo que nadie podía. La noche cuando escuchó la voz de esa mujer en el castillo, en los pensamientos del tipo que lo atacó. Al día siguiente, lo enfrentó y escuchó la duda en su cabeza exclamando confundido. ¿Valtre? Todas esas cosas que nadie podía hacer más que él, ahora, sabía que había alguien en el reino con el mismo poder.
Sentía cómo se le retorcía el estómago con molestia al pensar en todo esto, aparte del dolor que Adlar le provocó. ¿Qué encontraré ahí? Se preguntaba mientras caminaba hacia el bosque, pero la emoción crecía cada vez más al pensar que tal vez él podría ser. ¿Qué? ¿Un miembro de la familia real? ¿Algún cabo suelto que dejó la familia Valtre? No lo sabría si no se arriesgaba esa noche, de todas maneras, no tenía mucho que perder.
Llegó a una zona profunda del bosque, las luces de las casas se veían en el horizonte y escuchó que los pasos frente a él se detuvieron. Un sendero de árboles con troncos largos y altos se extendía hacia unas piedras enormes, donde el chico se recargaba con las piernas cruzadas mirando la luna llena.
Ewald lo observó durante unos segundos. —¿Quién eres? ¿Por qué nos ayudaste?
El chico se giró lentamente con una ceja levantada y su expresión intrigada. —¿Por qué me sigues?
—Tú sabes por qué —dijo molesto.
El chico se burló. —En eso tienes razón. Puedo ver tu mente, pero no puedo ver tus intenciones —se acercó lentamente hacia él, dirigiendo su vista a sus ojos. —¿Estás seguro de que eso es lo que quieres preguntar? —volvió a levantar su ceja, poniendo sus manos detrás de su espalda.
La respuesta le resultó demasiado confusa, tenía mil dudas, pero sentía que solo podía preguntar una sola cosa. —¿Qué quieres de mí?
El chico sonrió brevemente. —No eres tan ingenuo como pareces, me agrada —le dio la espalda. —Todo lo que has preguntado —giró de nuevo hacia él uniendo sus palmas —te lo preguntarás a ti mismo en un momento. Derterra.
Sus pies se sumergieron en la tierra. Ewald se asustó, se dio la vuelta y el chico lo empujó hacia el hoyo que se había formado. Gritó, mientras caía en la profundidad de la oscuridad. La humedad y el frío penetraron su ropa y cayó sobre sus pies, pero el impacto fue tan fuerte que se dobló y cayó de lado en dolor. Ya tuvo suficiente con la pelea. A su lado, el chico aterrizó con gracia, apoyándose con sus pies y la mano sobre la tierra.
—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? —preguntó ansioso y con el corazón acelerado. En dónde carajos me metí.
—Cálmate. Entre menos preguntes, más sabrás. Ven —el chico le dio la mano. No se había percatado que estaban dentro de un pequeño túnel con una puerta redonda frente a ellos. —Te acaban de golpear como costal. Nadie te hará daño, lo prometo.
—No te conozco —dijo desde el suelo, desconfiado.
—Quizá lo hagas. Eso depende de ti.
Ewald le dio la mano lentamente y se levantó con dolor en el abdomen. El chico caminó hacia la puerta. Giró la manija y tiró de una palanca con fuerza, escuchó un clic extraño y, de pronto, oyó voces que venían del otro lado. Ewald cruzó precavido, mientras que el chico cerraba la puerta tras ellos.
Unos pasos más adentro y el panorama había cambiado. Habitaban personas sucias y con mal aspecto. Algunas trabajaban en viejas maderas de construcción con martillos desgastados y otros usaban sus poderes para manipular el material a su antojo. Todo alrededor era de tierra, las paredes de una piedra gris y café, el lugar realmente era siniestro.
Nadie se fijaba en su presencia, a excepción de algunos que alzaban su rostro al chico, asintiendo con respeto. Estos son los túneles de los Valtre. El rey dedicaba el tiempo de sus soldados en buscarlos, si supiera que estaba aquí, lo mataría. Pero nunca se imaginó que fueran tan miserables y llenos de perdición.
Mientras avanzaba, se daba cuenta de que había personas de todas las edades, desde ancianos hasta niños, viviendo en condiciones horrendas. Algunos de ellos parecían muy cansados, otros enfermos y tosiendo.
El chico se detuvo frente a otra puerta en la esquina del túnel, que continuaba un buen tramo más hacia adentro. Aún no sabía su nombre. Ewald lo siguió, inseguro de lo que se encontraría. Estaba demasiado ansioso, no sabía si correr, pero sería inútil. Antes de entrar en la siguiente habitación, el chico volteó hacia él, revisando si estaba listo para enfrentar lo que hubiera al otro lado de la puerta y extendió la mano hacia la manija.