Valtremix

14. HANS

Hans no desperdiciaba ningún segundo de su entrenamiento. En cierto modo, le preocupaban sus clases, pero, con el permiso del rey y su esfuerzo por estudiar horas extra, no tendría ningún inconveniente para recuperarse.

El señor Mateo, su entrenador, lo esperaba temprano en el campo de exhibiciones del Castillo Feuer. En ocasiones, Hans se quedaba a dormir en su habitación del castillo. Él y su madre vivían en una residencia en la parte lujosa del reino, cerca del orfanato.

El cielo brillaba completamente despejado y los rayos dorados del sol iluminaban el castillo. En el campo, las banderas ondeaban suavemente por encima de los pinos más altos. El sol resplandecía sobre el estandarte de la antorcha llameante en una base de colores vibrantes. Ese era el sello representativo que su abuelo había creado para que los demás soberanos lo reconocieran.

El campo de exhibición estaba situado a un costado del castillo, en el noreste. En los laterales, había numerosas gradas de madera oscura, listas para cuando el público lo requiriera en eventos especiales.

En pocos días, se celebraría el torneo de aniversario de Valtremix, y estaba decidido a vencer a Adlar, que actualmente era el campeón. Nunca le había interesado ganar esa competición. En realidad, antes participaba porque su abuelo se lo pedía. Pero después de que Adlar se volviera más arrogante e insoportable, decidió que era hora de poner fin a su ego prepotente y sus aires de superioridad. No era justo que se aprovechara de los demás, molestándolos como si tuviera el control sobre sus vidas, y si podía ponerle un alto, lo haría.

El primer ejercicio consistía en alcanzar varios objetivos ovalados, lo suficientemente resistentes para soportar el fuego y extinguirse enseguida. Había objetivos móviles, que flotaban con un resplandor blanco y otros fijos.

Hans flexionó la rodilla, irguió la espalda y creó dos bolas de fuego que nacían de sus manos. Tan pronto como el Señor Mateo silbó con la mano, lanzó una llamarada a un objetivo fijo y luego a otro flotante, convirtiéndolos en cenizas. Creó otras dos llamaradas y las lanzó intercaladas a sus objetivos, mientras se movía de un lugar a otro.

Repitió el mismo proceso cuatro veces, hasta acabar con todos los blancos. Su entrenador volvió a silbar y Hans estiró la espalda y flexionó sus piernas.

A lo lejos, los empleados salían de la lavandería con carritos de toallas y sábanas para repartirlas. La mayoría de las personas que vivían en el castillo, aparte del rey, eran comandantes y guardias que hacían turnos nocturnos, además de miembros del consejo.

Entre ellos, pudo notar la figura delgada de Ewald batallando con un carrito. No lo reconoció fácilmente por el uniforme que llevaba.

—¡Evald! —gritó desde su lugar. Su voz era tan fuerte que se oyó por todo el campo. No debía distraerlo de su labor, pero necesitaba hablar con él. Después de todo, nadie podía detener a un príncipe.

Ewald volteó y paró el carrito al oír quién le había llamado. A medida que se acercaba, notó su peinado hacia atrás. Le resultaba raro verlo así, pero no le extrañaba por las políticas que tenían los empleados. Hans lo alcanzó y apoyó una mano en el carrito.

—Hans —Ewald siempre tenía una mirada sombría, esperando que empezara la conversación.

—Oye, ¿por qué no regresaste a la fiesta? ¿Sabes quién era ese chico? —preguntó ansioso.

—No, no… pude alcanzarlo, desapareció —por su rostro, no se esperaba hablar de eso.

—Qué extraño. Le pregunté a Lea si lo había invitado, pero tampoco sabía quién era.

Ewald miró hacia el carrito suspirando —Ni yo.

—Te diste cuenta de que…

—¿Qué? —Ewald lo miró fijamente.

Decidió cambiar sus palabras. —Nunca te había visto usar tus poderes, no así. Pensé que tu poder era la magia negra —dijo, centrándose en sus ojos plateados que pestañearon por un instante.

Ewald sonrió brevemente y miró hacia el campo, recargándose sobre el carrito. —Creí que no te importaba ganar ese tonto concurso.

—Quiero darle una lección a Adlar, se lo merece.

—Y se merece más. Pero, creo que ya le disté una lección.

—Sí, con ayuda —ambos se miraron con una sonrisa en sus caras. Habían ridiculizado a Adlar ante toda la escuela, juntos.

—No sé mucho de peleas, pero creo que… estar apuntando a unos blancos todo el día no será suficiente. Necesitas pelear con alguien.

Hans siguió su mirada. Era extraño recibir un consejo de Ewald, si es que podía llamarlo así. —Gracias, lo tendré en cuenta —dijo torpemente.

—Bien, tengo que... Ir —Ewald volvió la cabeza hacia el castillo.

—Lo sé, lo siento —dijo Hans y se alejó del carrito.

Ewald se marchó y lo dejó atrás. Del lado a donde se dirigían los empleados, un guardia se acercó.

—Príncipe Hans. Su majestad quiere verlo en su oficina.

—¿Ahora? —preguntó extrañado.

—Así es, alteza.

—Gracias —Hans se dirigió hacia el castillo, caminando junto al guardia a una de las entradas.

Hans y el guardia llegaron al pasillo de la oficina del rey. Antes de entrar, uno de los vigilantes tocó la puerta e hizo una reverencia ante su príncipe. Nunca le gustaron esos gestos hacia él, hubiera preferido haber nacido fuera de la línea real, pero ya había hecho las paces con su conciencia. Algún día sería el rey.




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