El metal frío bajo mis pies descalzos me recordó que esto no era un sueño. Mis ojos recorrieron el pasillo de la nave, absorbiendo cada detalle con una mezcla de asombro y cautela. Las paredes, de un material similar al acero pero con un brillo casi sobrenatural, reflejaban tenuemente nuestras siluetas mientras avanzábamos.
— ¿Una nave? — pregunté, mi voz más firme de lo que esperaba. — ¿De la NASA? — Antes de que pudiera responder, la expresión en sus ojos me dio la respuesta. — No, claro que no. Algo me dice que estamos hablando de algo más... ¿alienígena?
El hombre, cuyo nombre aún desconocía, esbozó una sonrisa que no llegaba a sus ojos verdes e intensos.
— Perspicaz, como siempre — respondió, su voz resonando en el corredor metálico. — Sí, es una nave, pero no del tipo que conoces. Y en cuanto a "alienígenas"... — hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas — digamos que ese término es más complicado de lo que imaginas.
Fruncí el ceño, mi mente trabajando a toda velocidad para procesar esta nueva realidad. — Entonces, ¿quiénes son "ustedes"? ¿Y qué quieres decir con que otras razas "admiran su trabajo"?
El hombre se detuvo frente a lo que parecía ser un panel de control en la pared. Sus dedos se movieron con precisión sobre la superficie, activando algo que no pude comprender.
— Somos los Creadores — dijo con un tono que mezclaba orgullo y algo que sonaba casi a resignación. — Los que ustedes, en sus mitos más antiguos, llamaron dioses.
Una puerta se abrió frente a nosotros, revelando una sala de observación. Me quedé sin aliento al ver el vasto espacio estrellado ante mis ojos, con un planeta de colores vibrantes ocupando gran parte de la vista.
— Bienvenida a la vista de Varaloon — anunció, haciendo un gesto hacia la ventana. — Un mundo que creamos, como tantos otros.
Di un paso adelante, magnetizada por la visión. El planeta tenía tres lunas que orbitaban en una danza hipnótica, y en su superficie podía distinguir claramente tres masas de tierra que parecían artificialmente creadas.
— Esto es... increíble — murmuré, apoyando una mano en el cristal. Luego, girándome hacia él con determinación, agregué: — Pero necesito respuestas. ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? ¿Por qué dices que soy importante? ¿Y qué quisiste decir con que soy una "abominación" para otros?
El hombre me miró con una mezcla de orgullo y preocupación. — Eres mucho más de lo que crees, más de lo que cualquiera de nosotros anticipó. Pero antes de explicarte tu papel en todo esto, necesitas entender nuestra historia y la de nuestras creaciones.
Crucé los brazos, adoptando una postura firme. — Bien, entonces empieza por el principio. Y esta vez, no te guardes nada.
El hombre —mi supuesto "Creador"— se acercó a un panel de control cerca de la ventana. Con un movimiento fluido de su mano, una proyección holográfica apareció en el centro de la sala, mostrando una línea de tiempo cósmica.
— Nuestra especie fue una de las primeras en existir — comenzó, su voz mezclándose con el suave zumbido de la nave. — Nacimos miles de años después de la Creación del universo, aunque, irónicamente, desconocemos nuestro propio origen.
Observé cómo la proyección mostraba la evolución de diferentes galaxias y sistemas solares. — ¿Cuántos son ustedes? — pregunté, sin apartar la mirada de las imágenes danzantes.
— Una cantidad limitada — respondió. — Y a diferencia de otras formas de vida, no envejecemos ni nos reproducimos. Somos eternos.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La idea de una existencia sin fin me pareció tan fascinante como aterradora.
— Con el tiempo — continuó — desarrollamos tecnología que nos permitió explorar más allá de nuestro planeta. Buscábamos respuestas sobre nuestra existencia, pero lo que encontramos fue... soledad.
La proyección cambió, mostrando ahora diversas formas de vida alienígenas, todas notablemente diferentes entre sí.
— Descubrimos otros seres, pero ninguno como nosotros — dijo, su tono teñido de una antigua melancolía. — Y ninguno capaz de crear vida como lo hacíamos nosotros.
— "A imagen y semejanza" — murmuré, recordando la frase bíblica.
El hombre asintió. — Exacto. Ese mito tiene su origen en nuestra primera creación: los que ustedes llamaron "hechiceros".
La imagen cambió nuevamente, mostrando seres humanoides manipulando elementos naturales con gestos de sus manos.
— Les otorgamos el don de manipular la naturaleza: agua, fuego, aire, vegetación... incluso algunos animales los obedecían.
Fruncí el ceño, procesando la información. — Pero dijiste que yo era tu creación más perfecta. ¿Cómo encajo en todo esto?
El hombre me miró directamente, sus ojos verdes brillando con una intensidad sobrenatural. — Paciencia. Tu historia es el clímax de todo esto.
Continuó explicando cómo el "Consejo" decidió crear más especies, introduciendo el concepto de maldad para hacer su existencia más "entretenida".
— ¿Entretenida? — interrumpí, indignada. — ¿Están jugando con vidas conscientes solo por diversión?
El hombre tuvo la decencia de parecer avergonzado. — No todos estábamos de acuerdo. Algunos iniciamos proyectos secretos. Las sirenas, por ejemplo...
La proyección mostró criaturas marinas de belleza etérea.
— Las creamos en un planeta cubierto completamente de agua — explicó. — Pero cometimos errores. La atmósfera provocaba una transformación en ellas cuando salían a la superficie.
— Las leyendas de sirenas transformándose en humanas — murmuré, conectando los puntos.
— Exacto. Luego vinieron los vampiros y los hombres lobo, cada uno adaptado a condiciones planetarias específicas.
Observé las imágenes de estas criaturas, tan familiares y a la vez tan ajenas. — Y supongo que los humanos fuimos los últimos, ¿no?
El hombre asintió. — Los más jóvenes y, en cierto modo, los más queridos. Compartimos tiempo con ustedes, pero nos dimos cuenta de que nuestra presencia los hacía dependientes.