—Lamento tener que preguntarlo, pero... allá adentro dijiste que mi vida corría peligro en la Tierra. ¿Por qué? —la pregunta se deslizó entre nosotros mientras caminábamos, sin poder disimular la inquietud que empezaba a apoderarse de mí.
Zatre no se detuvo. Su voz fue tan calma como siempre, pero no menos cortante por ello:
—Había un grupo de abogados que te veían como una amenaza. Se aliaron y pusieron precio a tu cabeza para asegurarse de que el puesto de socio, que acababa de abrirse, fuera suyo sin competencia.
Una oleada de rabia me recorrió el cuerpo. Lo primero que salió de mis labios fue un susurro furioso:
—Malditos... —pero pronto la indignación se volvió incredulidad—. ¿Y crees que habrían tenido éxito?
—Sin duda —afirmó sin titubeos, su mirada fija en el camino—. Robaron tu agenda y sabían exactamente dónde estarías en cada momento del día. Tenían planeado cómo matarte en cada una de tus citas. Si todos los demás planes fallaban, su último recurso era hacer explotar tu departamento mientras dormías. Pagaron una fortuna para asegurarse de que no habría errores.
No podía procesarlo. Era increíble que algo tan absurdo como un puesto en una firma de abogados justificara tal nivel de vileza. Se sentían tan amenazados por mí que preferían eliminarme... como si mi vida fuera un obstáculo más que remover.
—Gracias —dije finalmente, la voz apenas un murmullo, quebrada por una mezcla de alivio y sorpresa—. Me salvaste la vida.
Zatre me miró, y su voz adquirió un matiz más suave.
—Ya te lo dije, no dejaré que nadie te haga daño si puedo evitarlo.
Seguimos caminando, en silencio por unos instantes, hasta que Zatre retomó la palabra, su tono volvió a ser firme.
—Ven conmigo. Necesito explicarte las reglas y es vital que las sigas al pie de la letra. Has escuchado a Alfa y Omega; no dudarán en ordenar tu ejecución si rompes alguna de ellas. Primero te llevaré a la plataforma de lanzamiento. Allí esperarás mientras yo voy a mi laboratorio por unas cosas. No tienes que preocuparte por nada...
—Yo me encargaré de que no lo haga —una voz familiar interrumpió desde atrás. Era Ogbon, el hombre de cabello castaño que había estado presente durante mi audiencia.
Zatre frunció el ceño, aunque no con verdadera sorpresa.
—Ogbon, ¿qué haces aquí?
—Pidieron que alguien los vigilara hasta que partiera, y me ofrecí —respondió Ogbon con una sonrisa casual—. Pero no te preocupes, me mantendré a una distancia prudente. No escucharé nada de lo que digan...
Mientras se daba la vuelta para retirarse, hizo una pausa y volvió a mirarnos, sus ojos clavándose en mí por un segundo más del necesario.
—Por cierto, no quise decir nada allá adentro, pero tienes razón, Zatre... es prácticamente perfecta.
No pude evitar sentir un ligero escalofrío cuando se alejó unos metros de nosotros. La desconfianza que me había embargado en la audiencia regresó con fuerza. Zatre lo notó al instante.
—No te preocupes por él —me aseguró, su voz volviendo a esa tranquilidad habitual—. Podemos hablar con libertad.
Respiré profundamente, intentando sacudirme la incomodidad, mientras él continuaba:
—Volviendo a lo importante, una de las leyes fundamentales de Varaloon es que no puedes mencionar nada sobre la nave o sobre nosotros. A cada nuevo habitante le explicamos lo necesario cuando llegan aquí, pero luego les borramos todo recuerdo sobre su vida en la Tierra y sobre la nave. Lo único que dejamos en su subconsciente son las leyes, de modo que creen que han vivido aquí toda su vida.
Me quedé en silencio, procesando lo que decía.
—Cuando llegues a Terra, un Reprogramador revisará tu mente. Te implantará nuevos recuerdos, te asignarán un vehículo y podrás instalarte en tu nuevo departamento —concluyó Zatre, como si el proceso fuera algo tan rutinario como respirar.
Pero para mí, cada palabra hacía que la realidad que conocía se desmoronara más. No había vuelta atrás.
—¿Me van a quitar los recuerdos de mi vida? —pregunté, la preocupación traspasando mis palabras antes de poder contenerla.
Zatre me miró de reojo, sus ojos profundos, pero con un destello de calma intentaba transmitirme seguridad.
—No te preocupes, no dejaré que eso suceda —aseguró con una firmeza que no dejaba lugar a dudas, aunque luego añadió con un leve gesto hacia Ogbon—. Pero necesito que vayas con él.
Elevó la voz para que el hombre, que debía estar vigilándonos, lo escuchara:
—Ogbon, necesito que vengas un momento.
El hombre se acercó, arqueando una ceja en señal de curiosidad.
—¿Qué sucede? —preguntó, sin mostrar demasiado interés.
—Debo ir a mi laboratorio por unas cosas. ¿Podrías llevarla a la sala de lanzamiento en mi lugar? Los alcanzaré allí en cuanto pueda.
Ogbon soltó una risa ligera y se encogió de hombros, como si la propuesta le resultara inevitable.
—Pues, si no tengo otra opción...
Zatre asintió, agradecido.
—Gracias. Nos vemos en un rato.
Dicho esto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la pared. Desde donde estaba, parecía que iba a chocar de lleno, pero justo antes de llegar, una puerta se materializó frente a él. La atravesó sin detenerse, desapareciendo al otro lado.
—¿Cómo sabe dónde están las puertas? —murmuré para mí misma, sin darme cuenta de que había hablado en voz alta.
Ogbon soltó una carcajada corta.
—Cuando llevas viviendo aquí toda la eternidad, terminas conociendo cada rincón —explicó, con una sonrisa pícara en el rostro—. Además, Zatre es uno de los principales diseñadores de esta maravilla, asi que la conoce tanto como a el mismo.
Hizo una pequeña reverencia antes de añadir:
—Permíteme presentarme debidamente: soy Ogbon, uno de los padres de tu civilización.
Mis pensamientos se agolparon. ¿Qué se podía responder a algo así? Había escuchado muchas cosas sorprendentes ese día, pero esto...