—¿Una nave? ¿De la NASA? —pregunté, entrecerrando los ojos, tratando de leer algo en su rostro, alguna pista que me indicara si se estaba burlando de mí.
Antes de que pudiera contestar, vi la negativa en sus ojos. Era una respuesta que ya conocía pero que aún no había pronunciado.
—¿O más bien del tipo "alienígenas"? —agregué, mi tono sarcástico, casi burlón, intentando encubrir mi creciente incomodidad.
—Sí, algo así —respondió, con una calma que me resultaba exasperante. Su voz, baja pero firme, no dejaba lugar a dudas.
Me crucé de brazos, luchando por mantener una expresión neutral mientras el mundo que creía conocer empezaba a tambalearse.
—Pero los “alienígenas” que ustedes llegan a ver en su atmósfera no somos nosotros —continuó, como si hablara de un tema trivial—. Hay otras razas que admiran nuestro trabajo y deciden ir a estudiarlos.
Esa frase me golpeó con fuerza, desafiando todo lo que había dado por sentado durante mi vida.
—¿Admirar su trabajo? ¿Estudiarnos? ¿De qué estás hablando? —pregunté, mi voz más aguda de lo que pretendía.
Nada de lo que decía encajaba con la narrativa que me habían enseñado desde niña: el ser humano estaba solo en el universo. Era una verdad absoluta, casi reconfortante en su simplicidad. Ahora, todo ese cimiento comenzaba a desmoronarse bajo el peso de sus palabras.
Él suspiró y me lanzó una mirada que mezclaba paciencia y cierta irritación.
—Si no me interrumpes, tal vez pueda contestar esas preguntas sin necesidad de que las hagas —dijo, en un tono tan seco que me hizo sentir una punzada de vergüenza.
Bajé la vista y asentí, tragándome el impulso de seguir hablando. El miedo a que me "quitara la voz" de nuevo era suficiente para mantenerme en silencio. Me crucé de brazos, pero esta vez más como un gesto de protección que de desafío.
—Bien —continuó, como si mi docilidad fuera una pequeña victoria para él—. Te haré un breve resumen de mi especie.
Se detuvo un instante, como si estuviera organizando sus pensamientos. Aproveché para observarlo mejor. Su postura era relajada, pero había algo en sus movimientos, un control meticuloso, como si cada gesto estuviera calculado para transmitir autoridad.
—Nosotros fuimos una de las primeras razas —comenzó, con una solemnidad que me hizo contener la respiración—. Nacimos unos cuantos miles de años después de la Creación, y aunque te resulte difícil de creer, no conocemos nuestro propio origen.
Hizo una pausa, su mirada perdiéndose en algún punto del corredor. Por un instante, me pareció percibir una sombra de melancolía en su rostro, pero desapareció tan rápido que me pregunté si no lo había imaginado.
—Existimos solo en una cantidad limitada. Pasaron los años, y nunca envejecimos.
Su tono era casi monótono, como si estuviera relatando un hecho aburrido y no algo que desafiaba las leyes de la naturaleza.
—Desarrollamos tecnología y decidimos cruzar la frontera de nuestro planeta para buscar respuestas. Queríamos entender por qué existíamos, quién nos había creado.
Se detuvo, y el silencio que siguió estuvo cargado de algo que no supe identificar.
—En nuestras exploraciones descubrimos que existen otros seres, pero ninguno físicamente parecido a nosotros. Al menos no en las partes del universo que hemos explorado. Y créeme, hemos explorado bastante.
Lo miré fijamente, tratando de procesar lo que decía. Una parte de mí quería descartarlo como un delirio, pero la otra, la que había visto cómo desaparecían las cadenas de mis muñecas y cómo una puerta metálica se esfumaba sin dejar rastro, sabía que no estaba mintiendo.
—Por alguna razón, las demás razas no han podido crear vida a partir de ellos mismos, justo como nosotros lo hicimos. Por eso ustedes tienen esa creencia de que “Dios los creó a su imagen y semejanza”.
Solté una carcajada incrédula, pero él no pareció inmutarse.
—Nuestra primera creación fueron los "Jfugn..." —dijo, pero la palabra sonó tan extraña que me hizo fruncir el ceño.
Se detuvo a mitad de la frase, como si hubiera dicho más de lo que debía.
—Bueno, los que ustedes en la Tierra llamaron "hechiceros".
Mi mente dio un vuelco. Hechiceros. La palabra traía consigo imágenes de cuentos de hadas, de historias fantásticas que nunca había tomado en serio.
—El planeta de ellos era joven cuando los mandamos allí. Las especies aún estaban en formación. A nuestras criaturas se les otorgó un “don”: podían manipular la naturaleza.
Su voz adquirió un tono casi reverente, como si hablara de una obra maestra.
—El agua, el fuego, el aire, la vegetación. Incluso lograban que algunos animales los obedecieran. Fueron, dentro de los seres que creamos, los más parecidos a nosotros.
Noté cómo su mandíbula se tensaba, como si lo que estuviera a punto de decir le resultara difícil.
—Pero el Consejo no quería una especie parecida a nosotros. Así que se abrieron cuatro proyectos más.
Su tono se volvió más frío, más distante, como si hablara de algo que preferiría olvidar.