Varaloon: Terra

Capítulo 4

El silencio que nos envolvía mientras caminábamos era pesado, casi palpable. Mis pasos resonaban sobre el suelo metálico, un sonido hueco que se mezclaba con el sonido de mi respiración, que era lo único que podía escuchar.

La figura de Zatre caminaba a mi lado, firme y decidida, como un centinela que custodia un secreto demasiado valioso para ser confiado al azar. Su presencia era reconfortante y desconcertante al mismo tiempo. Había algo en él, una fuerza contenida bajo esa expresión aparentemente imperturbable, que me hacía sentir segura pero también pequeña, vulnerable, como una pieza fuera de lugar en un tablero demasiado grande para comprenderlo del todo.

Finalmente, el peso del silencio se hizo insoportable, como una cuerda que amenazaba con romperse en cualquier momento.

—Lamento preguntarlo, pero… allá adentro dijiste que mi vida peligraba en la Tierra. ¿Por qué? —mi voz sonó más temerosa de lo que quería admitir.

Zatre no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija al frente, como si analizara cada palabra antes de pronunciarla, midiendo el impacto que tendrían sobre mí. Cuando finalmente habló, su tono era tranquilo, casi aburrido, como si estuviera relatando un informe rutinario en lugar de describir algo que me concernía directamente.

—Había un grupo de abogados que se juntaron y pusieron un precio a tu cabeza —dijo, con una frialdad que me heló la sangre—. Querían el camino libre para obtener el puesto de socio que acababa de abrirse en la firma.

Sentí cómo el aire me abandonaba por un momento. El peso de sus palabras se asentó en mi pecho como una piedra, aplastante e inamovible.

—Malditos… —murmuré, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Mi enfado comenzó a hervir bajo la superficie, un calor que intentaba sofocar mientras buscaba entender la magnitud de lo que me decía—. Y… ¿crees que hubieran tenido éxito?

Zatre giró levemente el rostro hacia mí, pero no detuvo su andar. Su expresión seguía siendo inexpresiva, aunque sus ojos, claros y profundos como pozos sin fondo, parecían brillar con una chispa de algo que no podía identificar.

—Sí —respondió, sin titubear—. Robaron tu agenda y sabían exactamente dónde estarías en cada momento del día. Habían planeado cómo matarte en cada una de tus citas.

Un escalofrío recorrió mi columna, como si alguien hubiera pasado una hoja de hielo sobre mi piel. Era surrealista, como si estuviera escuchando la trama de un thriller barato en lugar de algo que me hubiera sucedido a mí.

—El último plan —continuó, con un tono tan casual que casi parecía cruel—, por si todos los demás fallaban, era explotar tu departamento mientras dormías. Pagaron mucho dinero e iban a asegurarse de que no fuera desperdiciado.

Me detuve un instante, incapaz de seguir caminando mientras mis pensamientos se arremolinaban en mi mente. Era absurdo, inhumano. Todo por un maldito puesto de socio en una firma. Me sentí un juguete roto, descartado por personas que apenas consideraban mi existencia como algo más que un obstáculo en su camino.

—Gracias… —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Salvaste mi vida.

Zatre se detuvo también y me miró por primera vez desde que comenzamos a caminar. Su expresión seguía siendo dura, pero había algo en sus ojos, algo que casi parecía… compasión.

—Ya te lo dije —respondió, con un tono firme que no admitía dudas—. No permitiré que nadie te haga daño, no si puedo evitarlo.

Se giró y comenzó a caminar de nuevo, como si con eso diera por cerrado el tema. Lo seguí, aunque mis piernas se sentían pesadas, como si cada paso requiriera un esfuerzo titánico.

—Ven conmigo. Necesito explicarte las reglas, y debes acatarlas al pie de la letra —continuó, con esa voz que sonaba como la de un padre estricto pero preocupado—. Escuchaste a Alfa y Omega. No dudarán en ordenar tu ejecución si rompes alguna de ellas.

Asentí en silencio, demasiado abrumada para responder.

—Primero te llevaré a la plataforma de lanzamiento. Esperarás ahí mientras voy a mi laboratorio por unas cosas. Tú no tienes que preocuparte por nada.

Antes de que pudiera decir algo, una voz detrás de nosotros rompió el momento.

—Yo estaré con ella.

Me giré, sorprendida, para encontrarme con el hombre de cabello castaño que había estado en mi audiencia. Había algo en su postura, una especie de confianza relajada que contrastaba con la tensión que sentía en todo mi cuerpo.

—Ogbon —dijo Zatre, su tono cargado de irritación—. ¿Qué haces aquí?

—Pidieron que alguien los vigilara hasta que se fuera, y yo me ofrecí —respondió Ogbon, encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más natural del mundo—. Pero no te preocupes, estaré a una distancia considerable. No escucharé nada de lo que digan.

Dicho esto, comenzó a alejarse, pero se detuvo a unos pasos, girándose para mirarme de nuevo.

—Oye, no quise mencionar nada allá adentro, pero tienes razón en decir que es prácticamente perfecta.

Sentí el calor subir a mis mejillas, una mezcla de incomodidad y algo que no quería admitir. Lo observé alejarse, manteniendo la distancia que había prometido, mientras mi mente seguía intentando procesar todo lo que había sucedido.




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