"Velaria: El Velo de las Estrellas"

Sombras en la Paz

La guerra había terminado.

Astrae y Luntharys intentaban reconstruirse, pero la victoria había dejado cicatrices profundas. Ciudades en ruinas, familias destrozadas, un pueblo dividido.

El mundo respiraba nuevamente.

Pero en la quietud de la reconstrucción… algo se movía en las sombras.

En las aldeas cercanas a las fronteras de Astrae y Luntharys, los campesinos hablaban en voz baja de extrañas luces en el bosque y sombras que se movían donde no debería haber ninguna. Algunos decían haber visto figuras encapuchadas merodeando cerca del antiguo santuario, un lugar que había sido abandonado desde los días de la Purga de Sangre.

Kael se encontraba en la gran sala del trono de Astrae cuando un emisario llegó a toda prisa.

El hombre, cubierto de polvo por su largo viaje, se arrodilló con urgencia.

—Mi señor… hay rumores en las tierras olvidadas.

Kael frunció el ceño.

—¿Qué clase de rumores?

El emisario tragó saliva.

—Aldeanos han visto luces extrañas en el cielo nocturno… y han escuchado susurros provenientes de un antiguo santuario.

Kael sintió un escalofrío.

Desde las tierras más lejanas de Velaria, voces comenzaron a susurrar.

Caravanas de mercaderes hablaban de tierras en las que la magia oscura aún latía.

Los viajeros que cruzaban por los Reinos Olvidados contaban historias de sombras que se movían sin dueño, de aldeas abandonadas donde las estrellas no brillaban.

—Dicen que las ruinas del antiguo Santuario de Eidolon han despertado —susurró un noble en el consejo de Astrae.

Kael levantó la vista.

—Ese santuario fue destruido hace siglos.

—Entonces explíquenos, Majestad, por qué emana energía oscura otra vez.

Kael se inclinó en su trono.

El fuego estelar dentro de él se removió con inquietud.

La guerra había terminado… ¿Pero el enemigo realmente había desaparecido?

Al otro lado del continente, en Luntharys, la luz del Velo palpitaba de manera inusual.

Selene, ahora Guardiana del Velo, podía sentirlo cada vez con más intensidad.

Y no estaba sola.

Selene se encontraba en la Torre Celestial de Luntharys cuando sintió el cambio.

El Velo Estelar, que antes era un flujo constante de energía, vibró con una interferencia desconocida.

Se giró rápidamente, su pecho agitado.

—Algo no está bien…

Conjuró un hechizo para expandir su percepción.

Por un instante, su visión fue arrastrada más allá del palacio.

Vio un lugar envuelto en niebla, antiguas piedras cubiertas de musgo… y en el centro, una grieta de sombra comenzando a abrirse.

El Santuario del Límite.

Selene retrocedió, su respiración entrecortada.

—No puede ser…

Pero lo peor aún estaba por venir.

Esa noche, Selene soñó.

Se encontraba en el Santuario de Eidolon, sus piedras ennegrecidas por siglos de olvido. El aire era denso, opresivo.

El antiguo santuario, ubicado en un valle remoto entre Astrae y Luntharys, había sido construido en una era olvidada. Sus muros de piedra negra estaban cubiertos de runas antiguas, y su atmósfera era pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de una energía antigua y peligrosa. Durante siglos, el santuario había permanecido inactivo, pero ahora, algo había despertado en su interior

Cada paso que daba resonaba en el vacío.

Y entonces, lo sintió.

Alguien… la observaba.

Giró lentamente, su corazón latiendo con fuerza.

En la penumbra, dos ojos brillaban.

Pero no eran los de Nyxmar.

No.

Esto era algo peor.

—Te estaba esperando, princesa.

La voz no era un susurro.

Era un eco dentro de su mente. Algo que había estado allí mucho antes de que ella lo notara.

Selene despertó con un grito.

Su corazón latía desbocado.

Se llevó una mano al pecho, tratando de calmarse.

El frío se aferraba a su piel.

Pero lo peor no era la sensación…

Era el hecho de que, en el espejo de su habitación…

Los ojos aún estaban allí.

Mirándola.

Esperándola.




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