Los días siguientes a su extraña confesión pasaron y seguimos con nuestra costumbre al terminar las clases. Ya ni siquiera debía ofrecerme a acompañarla, ella me esperaba en la puerta de salida cuando no compartíamos la última clase.
Pareciera que Sam nunca hubiera dicho tal cosa —que yo era peligroso para ella— y que no hubiera descubierto que yo había mentido solo para poder acompañarla a casa. Sí, sé que había dicho que odiaba las rutinas. Hacer lo mismo una y otra y otra vez era un poco irritante para mí, pero acompañarla a casa todos los días era... diferente. Era refrescante y no lo sentía como rutinario Cada día aprendía un poco más de Sam y eso hacía que cada vez me gustara un poco más.
Aunque también estaba empezando a asustarme lo rápido que crecía lo que sentía por ella. Era atracción y algo más que no podía explicar con precisión. Lo que sentía cuando un chico se le acercaba y ella sonreía era… No podía controlarlo. Y eso me frustraba.
Nunca había sido el chico celoso. De hecho, nunca una chica había atrapado mi atención como Sam lo hacía. Estaba bastante seguro de que algunos de mis amigos pensaban o llegaron a pensar que yo era gay, pero simplemente las mujeres que conocía nunca me habían cautivado, no me habían interesado. Ninguna había logrado captar mi atención como aquella pelinegra.
Sam... Ella ocupaba mis pensamientos día y noche; no podía concentrarme en nada que no fuera lo mucho que quería volver a verla otra vez. Lo peor de todo era que había logrado eso en tan solo un par de semanas y no quería ni imaginar lo que pasaría al final del año escolar. Seguro me tendría comiendo de la palma de su mano.
Creo que ya en esos momentos me tenía comiendo de su mano.
Pero incluso sabiendo todo esto, siendo consciente de que esa chica tenía tanto poder sobre mí, no era capaz de alejarme de ella. Al contrario, me hacía querer pasar cada segundo a su lado y estudiar nuestras interacciones, conversaciones y cualquier tipo de contacto que tuviéramos para saber qué era lo que la hacía tan especial.
—Dean, ayúdame a servir los platos, por favor. Derek no tarda en llegar —pidió Jan, mi hermana, mientras caminaba alrededor de la cocina. El vientre comenzaba a crecerle y era gracioso cómo ya no podía hacer las cosas que antes hacía con tanta facilidad.
—Deja te ayudo —dije cuando la vi tratar de alcanzar los platos en el estante superior de la alacena. Bajé los trastes y me sonrió agradecida.
Desde que había conocido a Derek, ella era una nueva persona. Más alegre, más relajada y más tranquila. Y desde que se había enterado de que estaba embarazada era más dulce y comprensiva.
Sin duda el amor te transformaba.
Serví la comida en los platos tal y como me había pedido mi hermana y me dispuse a ponerlos sobre la mesa cuando mi celular comenzó a sonar. Le lancé una mirada y ella me hizo un gesto con la mano para que dejara todo ahí,
—Contesta, yo puedo acomodar los platos. No me voy a quebrar la espalda por eso.
Reí y asentí a Jan, luego me dirigí a mi habitación para contestar en privado. Era Sam.
—Hola —respondí con una sonrisa tonta en mi cara.
—Dean. Hola. Oye, disculpa, ¿puedes decirme qué es lo que teníamos de tarea en matemáticas? No lo apunté.
Últimamente Sam me llamaba, casi a diario, para preguntar por la tarea en lugar de hacerlo cuando la acompañaba a su casa. Me ponía feliz pensar que solo quería hablar conmigo más tiempo o escuchar mi voz. Era eso o siempre se olvidaba, pero tenía la esperanza de que fuera la primera opción.
—Hoy no dejaron tarea, Sam. El profesor tendrá cursos los próximos días y no estará impartiendo clases tampoco. —Me recosté en la cama y miré el techo mientras le respondía.
—Oh, es verdad —se rio—. Bueno… Gracias.
—De nada.
Un silencio se instaló entre nosotros tras decirnos esto y supe que nuestra conversación había acabado. No quería colgar todavía, pero tampoco tenía mucho que decir. Comencé a buscar en mi mente por algún tema de interés, pero entonces ella habló.
—Creo que sería mejor que cuelgue —susurró. Hice una mueca y suspiré.
—Está bien —respondí en voz queda.
Otra vez el silencio llenó el espacio. Escuché su risa después de algunos segundos y no pude evitar imitarla.
—De verdad no quiero colgar —confesó.
—Ni yo.
—¿No tienes una respuesta que tenga más de dos palabras? —cuestionó divertida.
—Lo siento, es que no sé qué decirte —Me quedaba sin palabras cuando hablaba con ella—, pero… de verdad, de verdad no quiero colgar —admití.
Sam suspiró al otro lado.
—Me pasa lo mismo.
Y así nos quedamos sin decir nada pero no queriendo terminar la llamada por un rato más. Me gustaba que compartiéramos el silencio; con ella nunca sentía que necesitara llenarlos. Escuché murmullos al otro lado de la línea después de algún tiempo y Sam habló al fin.
—Mi madre ha llegado ya. ¿Nos vemos mañana?
—Sabes que sí.