Vendrell

1.- Voy a morir

Subido sobre un enorme árbol, un joven de cabellos castaños revueltos, y ojos negros observa con seriedad el enorme castillo imponente que se levanta a lo lejos bajo el nivel del bosque. 

La espesa vegetación no le impide ver ese castillo negro casi a las orillas del mar sobre un alto acantilado. Nadie va a ese lugar, bien saben que ir a ese lugar significa muerte. Hasta los animales parecen saberlo.

Arruga el ceño, contemplando con desprecio y odio aquel lugar, donde vive el monstruo que una vez atacó a su pueblo matando a muchos habitantes, entre ellos a sus padres. Si los aldeanos no fueran tan cobardes y fueran a atacarlo como él se los ha pedido no tendrían que vivir cerca de ese asesino. 

Suspira cuando los recuerdos de aquel espectáculo de sangre y cuerpos desmembrados vuelven a su mente. De su grito de niño, horrorizado, frente a lo que parecía la peor de sus pesadillas. Y los ojos quietos y fijos de los muertos que parecían mirarlo con fijeza. Movió la cabeza entrecerrando los ojos para quitarse aquellos dolorosos recuerdos de su cabeza. Pero los alaridos de terror y dolor no desaparecen de su cabeza.

—¡Ignacio! ¿Dónde estás? —se escuchó la voz de otro joven.

—Acá, ¡arriba! —contestó sin despegar su mirada del enorme castillo.

—Otra vez estas ahí —suspiró un joven pelirrojo con algunas pecas en su rostro mirando hacia la copa del árbol en que se encuentra el otro muchacho.

Con agilidad Ignacio bajó del árbol, el otro muchacho quien no deja de contemplarlo con reproche mueve la cabeza a ambos lados.

—¡¿Qué?! —exclamó molesto ante el gesto de su amigo—. Un día de esto me convertiré en cazador y acabaré con el monstruo que vive en ese lugar —señala en dirección al castillo.

—Sabes que ese es el hogar de la familia Vendrell —agregó cruzando los brazos ya que no es la primera vez que escucha esto—. No alcanzaras a poner un pie antes de que te maten.

—Ese tipo es un ser sediento de sangre —aprieta los dientes ante la expresión cansada del otro joven moviendo los brazos en forma exagerada.

—Son solo rumores —dijo con sequedad—. Nunca pudieron culparlo de lo que pasó...

Unas aves levantaron el vuelo chillando ruidosamente sobresaltando a ambos jóvenes. Ignacio y su amigo las observaron intrigados. La sensación de angustia que se apoderó de ellos los obligo a retroceder sin saber exactamente hacía que lugar, ya que por unos momentos las negras aves parecieron volar a su alrededor como si tuvieran la intención de amedrentarlos.

—Será mejor volver a casa, mi madre dice que vengas a comer con nosotros —habló el pelirrojo sin alejar su mirada de las aves que se alejaban. Su expresión asustada sigue en su rostro.

Sin articular palabras Ignacio movió la cabeza afirmando, aun embargado por la extraña sensación que se parecía haber alojado en su estómago.

—Iré en seguida, llevaré algo de leña —titubeó mirando en la dirección de la cual las aves acababan de huir.

—No seas tonto, está atardeciendo, sabes que el bosque se llenará de lobos —no quiso decirle que tenía un mal presentimiento ya que Ignacio solía burlarse de esto, pero algo le dice que deben huir de ese lugar lo antes posible.

Sin cruzar la mirada con su amigo, balbuceó, no quiere confesarle que esta tan asustado como él. Se giró y sonrió con seguridad, con una valentía forzada, una mezcla de curiosidad y miedo se alojaban en su pecho.

—Estaré bien.

La verdad ni siquiera lo pensó más pero su ansiedad de descubrir in-fragante a aquel monstruo, de sus ansias de venganza lo empuja a ir hacia el lugar desde el cual huyeron esas aves. Tal vez aquellas han sentido la presencia de ese asesino.

Luego de ignorar las advertencias de su amigo y obligarlo a volver al pueblo. Se aseguró a estar solo para dirigirse a ese lugar, Pero no encontró nada y desilusionado decidió regresar, sin embargo, al recordar que había prometido llevar leña no le quedó otra que salir a buscarla.

La Luna se asomó a medida que la oscuridad se consumía hasta la última luz del día. El silencio se apoderó del bosque y solo las aves y algunos insectos interrumpían la quietud nocturna. 

Recogía leña, atento al sonido de algún lobo. Apresuró su trabajo hasta que un susurro de voces le llamó la atención. Con cautela avanzó hacia el lugar de donde provenían tales voces encontrándose con dos personajes encapuchados y cuyos tamaños difieren completamente, se esconde detrás de un árbol intentando escuchar lo que hablan.

—No me asusta, él se siente tan poderoso que cree que nada podría pasarle —escuchó una voz femenina casi infantil.

Pero lo único que puede ver de aquella supuesta niña cubierta por una negra capucha es sus cabellos rubios y rizados que se asomaban a los costados de su pálido rostro. Sus labios rojos cambiaron de una mueca a una sonrisa.

—Creo que nos espían —señaló volteando ambos extraños hacia la dirección en donde Ignacio se esconde.

Dándose cuenta de que ha sido descubierto retrocedió con torpeza haciendo que sus pasos al pisar hojas y ramas no pasaran desapercibidos.

El hombre con quien hablaba la niña se giró sorprendido, se movió con una velocidad sorprendente a pesar de su tamaño, y de un salto quedó frente a Ignacio.  Su mirada se detuvo en los ojos aterrados del chico.

Ignacio tragó saliva notando el porte del sujeto y su mirada ansiosa de sangre. Su vida corre peligro echó a correr a través del bosque, y aunque una enorme Luna llena le muestra el camino bajo el follaje de los frondosos árboles la oscuridad lo enceguece. 

Se tropieza y cae, respirando agitado, aterrado, se esconde detrás de unos troncos al sentir los pasos cercanos. Esos seres son iguales que aquel monstruo pero ¡¿Cómo?! pensó que cerca del pueblo solo existía el monstruo del castillo negro. 

—Estúpido muchacho —maldice el individuo acompañado por la niña que llegan al lugar con clara pereza de perseguir a la presa que acaba de escaparsele.




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