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Verónica estaba muy emocionada. Era su primera excursión de verdad como una arqueóloga titulada. ¡Y estaba al lado ni más ni menos que del doctor Archundia! Uno de los más reconocidos profesores de la secretaría de arqueología y antropología del país. Este, así mismo, compartía su alegría.
–No se emocione tanto, señorita– le sugirió en tono amable –Esta ha sido una ocasión especial. Por favor no crea que la vida del antropólogo es ir por ahí descubriendo catacumbas nuevas todos los días. La verdad es que ya quedan muy pocas cosas que no hayan sido encontradas ya por exploradores previos a nuestros tiempos.
–Aún así, profesor– le dio la joven por respuesta –Lo que tenemos aquí es la prueba más clara de que siempre se puede descubrir algo nuevo si se escarba un poco más abajo.
El doctor no pudo evitar sonreírle.
La emoción de ambos personajes no era para menos. Habían descubierto un hallazgo demasiado increíble, algo que revolucionaría toda la historia de las civilizaciones antiguas de todo el país.
–Es divertido que así sea– admitió el profesor Archundia –Que nuestro mayor hallazgo haya sido en la pirámide de la Serpiente Emplumada, puesto que esta construcción es la razón de que haya decidido dedicarme al estudio de las civilizaciones mesoamericanas. ¡Quién habría dicho que aún había tanto por descubrir bajo una de las pirámides más famosas de México!
Para Verónica también había sido como un sueño aquel descubrimiento, el cual había comenzado como una pesadilla cuando supo que había ocurrido un gran terremoto en la zona arqueológica de Teotihuacán, donde reposaba la antigua pirámide. Para ella, como para todos los arqueólogos del país, había sido una sorpresa que la pirámide, además de permanecer intacta, había revelado un nuevo secreto.
–Una pared falsa en el interior de una de las tumbas de la pirámide de la Serpiente emplumada fue lo único que se dañó durante el terremoto de la semana anterior– fueron las palabras del reportero –Los expertos creen que podría ser un pasaje a una catacumba mayor, que podría llegar hasta los seiscientos metros de profundidad, y en su interior podría haber más altares, reliquias ceremoniales e incluso momias. La Secretaría de Antropología e Historia ha tomado la decisión de organizar una exploración comandada por el doctor Omar Archundia, con el fin de llegar al fondo de los nuevos pasadizos encontrados.
Lo que ella nunca se imaginó cuando escuchó la noticia, fue que tendría la oportunidad de estar en aquella expedición, al lado del doctor y su equipo. En el momento en que se vio frente a la imponente construcción, quedó boquiabierta. Las cabezas del dios Quetzacoatl, la serpiente emplumada y uno de los dioses más importantes de la cultura mesoamericana, le dirigían una mirada fría desde las paredes, que ella devolvía con expresión desafiante.
El equipo se adentró en el interior de la pirámide sin tener la menor idea del mal que se ocultaba en su interior.
Al estar adentro, Verónica se sorprendió al sentir el descenso en la temperatura. Hacía tanto frío en el interior de la tumba subterránea, que se arrepintió de haber escogido llevar un sombrero en vez de un suéter.
–Que nadie se separe– le pidió el doctor a su equipo de colaboradores –Y nadie se recargue en las paredes si no están completamente alumbradas.
Las linternas de los jóvenes del grupo apenas servían para vislumbrar puntos cercanos bajo los pies de los exploradores, y la luz de la lámpara del profesor se perdía en la intensa oscuridad del pasadizo abandonado. En las paredes Verónica sólo podía distinguir molduras que en otro tiempo quizás habrían tenido grabados, pero que los años y los temblores habían convertido en polvo. Comenzó a sentirse mareada. El olor a humedad de la fría caverna le aturdía un poco más que la posible ausencia de oxígeno conforme descendían.
–¿Cuántos metros hemos bajado?– preguntó uno de los colaboradores del arqueólogo.
–Cien metros. Tal vez doscientos– respondió el respetable hombre de ciencia –Si alguno de ustedes se siente mareado, inhale del tanque de oxígeno que va acarreando Martínez.
Verónica sentía deseos de lanzarse al tanque, pero pensó que el profesor lo vería como un gesto de debilidad y decidió que podía soportar más profundidad.
–¡Diablos!– gritó uno de los exploradores que estaban más atrás. Todos voltearon a verlo al instante, apuntándolo con sus linternas –¡Una serpiente!
Dirigieron sus luces hacia donde él estaba iluminando, y descubrieron una serpiente rojiza cubierta con franjas y no más larga que un cinturón, la cual se arrastraba lentamente intentando trepar en la pared. Sus siseos desesperados hicieron que Verónica se pusiera nerviosa.
–Es una falsa coralillo– observó el profesor, acercándose a mirarla bien –No te hará ningún daño. Es inofensiva y no posee veneno.
–¡Aún así odio a las serpientes!– se quejó el intrépido explorador.
–Profesor– preguntó Verónica –¿Cómo sabe que esa serpiente no es venenosa?
–Las coralillo reales tienen una franja negra entre dos franjas amarillas y la falsa tiene una franja amarilla entre dos negras. Además es fácil saber si una serpiente es venenosa por la forma de su cabeza. Si su cabeza es triangular como una flecha, la serpiente tiene colmillos capaces de segregar veneno. Si la cabeza de la serpiente es alargada y redonda, entonces es inofensiva.