La tristeza que sentía en ese momento era inmensa, ver las tumbas de sus progenitores frente a él, mientras trataba con todas sus fuerzas hacer que ese molesto nudo en la garganta desapareciera, así como sus ganas de llorar.
De un día para otro, la vida había cambiado para él, un cambio que aún le costaba asimilar. A pesar que ya había pasado un año desde que sus padres habían muerto en ese trágico accidente mientras regresaban a casa.
Se hincó hasta quedar frente a las tumbas de sus padres y dejó que sus lágrimas salieran. Por más que trataba de ser fuerte no podía, aunque le costara admitirlo, todavía era un niño que necesitaba que lo consintiera mamá y un papá que celebrara sus logros, pero nunca tendría eso, sus padres estaban muertos.
Volteo a ver a su hermano mayor. Daniel estaba de pie con su vista fija en las dos tumbas, no lloraba, ni mostraba ninguna expresión de tristeza en su rostro, mientras que él era todo lo contrario. Por un momento tuvo envidia de su hermano, Daniel siempre mostraba un fuerte control de sus emociones. Solo alguien que lo conociera lo suficiente podía ver la tristeza de sus ojos. Tal vez era porque Daniel era cinco años mayor que él, mientras que él era solo un niño.
—Tranquilo, Caleb. A mamá no le gustaba verte llorar.
—¿Crees que ellos saben que venimos a verlos? — Preguntó el menor de los hermanos.
Daniel asintió.
—Estoy seguro que ellos están felices de que estemos aquí.
Caleb se levantó y abrazó su hermano.
—Los extraño— Murmuró entre sollozos.
—También los extraño, enano— Dijo Daniel, limpiando sus mejillas.
—Pero no lo demuestras.
—Que no lo demuestre, no quiere decir que no los extrañe— Acarició el cabello de su hermano.
—Quisiera ser así de fuerte como tú— Le hizo saber.
—Lo eres, solo que a tú manera.
Ambos se sentaron, cada uno les platicó lo que había ocurrido desde la última vez que habían venido a verlos.
La tarde pasó. Los dos hermanos hicieron una oración y se pusieron de pie.
—Dan— Lo llamó.
—¿Qué pasa?
—Prométeme que nunca me dejaras solo— Pidió. —Prométeme que no me dejaras como papá y mamá.
—No lo haré.
—Promételo, promételo que siempre estarás conmigo.
—Te lo prometo, Caleb, siempre estaré contigo y te cuidaré como el hermano mayor que soy.
Caleb abrazó su hermano y se aferró a él, necesitaba escuchar que Daniel nunca se iría. Tenía miedo de despertar y que Daniel ya no se encontrara a su lado. Desde la muerte de sus padres, Daniel se había convertido en su única familia.