Venganza

Capitulo 3 : Muerto pero vivo

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**¿Qué se siente morir pero estar vivo? Sentir tanto dolor que el alma no lo soporta y morir por dentro. Aunque Hart era inmortal, nunca había experimentado un sufrimiento tan profundo hasta aquel día en que su amada, Elena, y su mejor amigo, Marcus, lo traicionaron, crucificándolo a una rueda de un metal extraño y dejándolo en el olvido de la historia.**

**Año 2015 - Territorio de Libia - Montañas cerca de Al Fuqaha.**

Un grupo de militares rusos, junto a arqueólogos, se encontraba excavando en las montañas. El jefe militar, conocido como Krasinski, estaba al mando de la operación. Sin embargo, ni ellos mismos sabían lo que realmente buscaban. Lo que encontrarían sería su perdición.

Krasinski descendió a la cueva atado a una soga. Las antorchas iluminaban las paredes, y se notaba que los arqueólogos habían trabajado arduamente para crear un túnel que condujera a algo desconocido. Al bajar, tres soldados bien armados lo acompañaron, rifles de asalto listos.

—Espero que sean buenas noticias, —dijo Krasinski, acercándose al arqueólogo encargado, David Kenyon, quien estaba sentado, revisando libros y pergaminos con unas anteojos que resbalaban por su nariz.

—Sí, —respondió Kenyon, sin apartar la vista de los documentos. —Parece que hemos encontrado algo. Al parecer, es una tumba, aunque no estamos seguros. Lo extraño es que hay señales de calor, como si algo con vida estuviera atrapado dentro, pero no se mueve del lugar. —Señaló unas hojas con gráficos que mostraban las anomalías térmicas. —Es demasiado grande para ser un animal común.

Krasinski frunció el ceño. —Algo raro, pero no venimos hasta aquí para que algo raro nos haga retroceder, ¿verdad? Solo hagan un hoyo para entrar. Debe estar lo que vinimos a buscar.

—Como digas, señor, —respondió Kenyon, algo reticente.

—Oye, Miklov, —llamó a uno de los soldados. —Ve y trae las dinamitas. Haremos una puerta aquí.

—Sí, jefe, ahora voy, —respondió Miklov, rápidamente.

Krasinski se volvió hacia Dimitri, el otro soldado. —Y tú, avisa a nuestro comandante por radio que hemos encontrado algo.

—Sí, jefe, —dijo Dimitri, mientras se alejaba para comunicarse.

Miklov regresó con las dinamitas y todos se retiraron a un lugar seguro. Krasinski dio la orden de detonar. La explosión resonó en la cueva, y el polvo se levantó en un torbellino. Con la linterna en mano, Krasinski avanzó hacia el agujero, seguido de Miklov y Dimitri, ambos con sus rifles listos.

Al entrar, Krasinski se quedó inmóvil. Un viento frío sopló, extraño en un lugar cerrado. Miklov, al notar la inmovilidad de su jefe, lo tocó.

—Oye, jefe, ¿estás bien? —preguntó, pero al mirar hacia adelante, su voz se apagó. Lo que vieron los dejó paralizados: un hombre cubierto de polvo y desnudo, con cabello y barba desarreglados, estaba amarrado por cadenas a una rueda de metal. Clavos atravesaban sus manos y pies. El hombre parecía muerto, pero su cuerpo no mostraba signos de descomposición, como si lo hubieran clavado allí no hacía mucho.

Krasinski, con el corazón acelerado, ordenó que lo bajaran. Los arqueólogos dudaron, temerosos de que fuera una trampa.

—Aquel que no quiera obedecerme... lo mataré y lo enterraré aquí mismo, —amenazó, mirando a su alrededor con ferocidad. —Así que, ¡bajenlo!

Los arqueólogos, temerosos, comenzaron a trabajar para liberarlo. Mientras tanto, uno de ellos, intrigado, notó algo extraño en la pared: una escritura antigua. Se acercó a investigar.

Las cadenas fueron desatadas y la rueda cayó. Alguien revisó el pulso del hombre y se dio cuenta de que no estaba muerto, sino vivo. Justo en ese momento, el arqueólogo que examinaba la escritura tradujo las palabras: **“No liberen a la bestia de los infiernos.”** Se volvió rápidamente para avisar a Krasinski, pero en ese instante, Hart despertó. Con una fuerza sobrehumana, movió su brazo, haciendo que el clavo atravesara su mano, liberándose. Repitió la acción con la otra mano y sus pies.

Krasinski, atónito, exclamó: —¡Pero qué diablos...!

De repente, Hart atravesó el pecho de Krasinski con su mano, dejándolo caer muerto. Miklov gritó: —¡Krasinski! —y ordenó disparar, pero las balas parecían no afectarle. Hart, con una mirada fría y decidida, se volvió hacia los demás, acabando con ellos uno a uno.

Miklov, aterrorizado, retrocedió, pero no había dónde escapar. Hart se acercó, su presencia era abrumadora, como si la oscuridad misma lo rodeara. Con un movimiento rápido, Miklov fue desarmado, su rifle volando lejos. Hart, en un instante, lo tomó del cuello, levantándolo del suelo.

—¿Por qué me han hecho esto? —susurró Hart, su voz resonando como un eco en la cueva. La rabia y el dolor se entrelazaban en su pecho, recordándole el rostro de Leila y la de Lucius quienes lo habían traicionado.

Miklov, con los ojos desorbitados, intentó hablar, pero solo pudo balbucear. Hart apretó su agarre, y en un último esfuerzo, Miklov se desvaneció.

Dimitri, el último soldado, intentó huir, pero Hart lo alcanzó en un abrir y cerrar de ojos. Con un movimiento ágil, lo derribó al suelo, y antes de que pudiera reaccionar, lo atravesó con su propia arma. El eco de los cuerpos cayendo resonaba en la cueva, mezclándose con el silencio que seguía a la carnicería.

Con cada vida que tomaba, Hart sentía que su rabia crecía. No eran los traidores que lo habían encerrado allí, pero su sangre lo alimentaba. Su mente estaba llena de visiones de venganza, de aquellos que habían conspirado para dejarlo en el olvido. Su amada, su mejor amigo, todos ellos debían pagar.

Finalmente, Hart se quedó solo, rodeado de los cuerpos sin vida de quienes lo habían encontrado. Su mirada se posó en la entrada del túnel, donde la luz comenzaba a filtrarse. Con cada paso, el peso de su dolor y su ira se desvanecía, y una nueva determinación lo invadía.

Al salir de la cueva, la luz del sol golpeó su piel como un renacer. El mundo había cambiado. Edificios altos y ruidosos reemplazaban los campos que conocía. Los vehículos se movían rápidamente, y la tecnología era desconocida. Pero eso no importaba; su objetivo era claro. La traición había dejado una marca imborrable en su alma, como una cicatriz ardiente que nunca sanaría, recordándole constantemente el amor perdido y la confianza traicionada.




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