**El Origen de los Inmortales**
El comienzo de la vida en el planeta Tierra siempre fue una incógnita. Teorías por aquí y teorías por allá sobre cómo surgió la vida. En el Génesis, Dios creó al hombre; en los libros de Darwin, el hombre creó a Dios. Pero… ¿quién puede confirmar la verdad detrás de estas historias?
**Año 314-316**
El Imperio Romano, bajo el mando del emperador Constantino, se encontraba en guerra contra Licinio, quien había salido derrotado tras la batalla de Cibalis. Entre los soldados de la legión romana había un grupo de hombres y mujeres que la historia nunca mencionó, pues ellos mismos borraron su existencia y la reescribieron a su antojo. Eran inmortales, seres que solo podían morir a manos de otros inmortales o con armas sagradas, de las cuales nadie conocía su composición.
Algunos decían que eran ángeles caídos, otros los llamaban demonios o monstruos. Algunos sospechaban que provenían de las estrellas, de otros mundos, y otros más los consideraban dioses o semidioses. Sin embargo, su origen seguía siendo un misterio.
Estos inmortales se unieron al Imperio Romano como legionarios, demostrando rápidamente su destreza en el campo de batalla. Eran decisivos y cumplían con todas las misiones que se les encomendaban. Constantino, al reconocer su potencial, los utilizó en diferentes enfrentamientos, especialmente en la guerra contra Licinio.
Entre ellos, un inmortal destacaba: Hart. Era el mejor de la legión, un guerrero sin piedad que cumplía todas las órdenes. Su mejor amigo, Lucius, era el líder de los inmortales, y su vínculo era tan fuerte que Hart habría dado su vida por él. También estaba Leila, su enamorada, cuyos ojos azules brillaban como estrellas. Juntos, compartían una pasión por la guerra y la sangre, disfrutando de la muerte que infligían a sus enemigos.
Sin embargo, el amor, incluso para los inmortales, no dura para siempre. El poder, más que el amor, se convirtió en la verdadera obsesión. Constantino, temeroso de que Hart, admirado por su ejército y el senado, pudiera volverse en su contra, ideó un plan secreto para eliminarlo.
**Roma**
Los pasos de un extraño resonaban en los pasillos del palacio. Abrió la puerta de una sala donde Constantino lo aguardaba, sentado en su trono. Al verlo, el emperador se levantó.
—Me alegro de que hayas venido —dijo, extendiendo su mano.
—¿A qué se debe este llamado del gran emperador? —preguntó el hombre, cubierto con una túnica negra.
Constantino lo invitó a sentarse.
—Es algo sumamente importante y urgente. Hablemos.
Minutos después, el hombre salió luciendo preocupado, mientras Constantino sonreía, reflexionando sobre su maquiavélico plan.
Al amanecer del día siguiente, las tropas de Lucius y los inmortales libraron una batalla sangrienta contra los enemigos del emperador. La masacre fue rápida; los enemigos, aterrorizados, huyeron al ver el desastroso destino que les esperaba. Hart y Leila, manchados de sangre, disfrutaban cada momento, riendo entre la carnicería.
Después de la victoria, celebraron con vino y risas. Lucius y Hart estaban sentados, cuando Leila se acercó y saludó a ambos.
—Gran victoria, ¿no crees, Hart? —dijo Lucius, alzando su vaso.
—Sí, fue gloriosa. He matado a muchos hoy —respondió Hart, riendo.
Leila se fue a traer más vino, y al volver, propuso un brindis.
—Por nosotros y la vida inmortal que nos tocó, por el poder y la gloria, el amor y las conquistas, y sobre todo, por la muerte.
Ambos levantaron sus vasos.
—¡Hasta el fondo! —gritaron, bebiendo de un trago.
Sin embargo, Hart comenzó a sentirse mareado y, de repente, cayó al suelo. Vio a Lucius sonreír mientras todo se volvía borroso.
—No es nada personal, amigo —susurró Lucius—, pero el poder no se puede compartir.
Hart cerró los ojos y se desmayó.
Cuando ¡Claro! Aquí tienes la última parte con una conversación más extensa entre los personajes y una descripción de cómo Lucius y Leila se retiran del lugar:
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Cuando despertó, se encontró encadenado en una cueva subterránea, rodeado por Lucius y Leila. Con horror, vio cómo su mejor amigo se preparaba para traicionarlo.
—Lucius, ¿por qué? —preguntó Hart, su voz temblorosa, llena de incredulidad y dolor—. ¿Eras mi hermano?
Lucius sonrió con frialdad, acercándose a él.
—Eras un gran guerrero, Hart. Pero tu fuerza se ha vuelto una amenaza. El poder que posees no puede ser compartido.
—¿Y Leila? —su mirada se posó en ella, buscando respuestas—. ¿Tú también? ¿Te has dejado llevar por sus mentiras?
Leila, con una mezcla de tristeza y determinación, se acercó.
—Hart, yo... —vaciló un momento—. Siempre te he amado, pero el poder es un juego peligroso. No puedo quedarme a tu lado mientras te conviertes en un peligro para todos.
—¿Amor? —replicó Hart, las lágrimas asomando en sus ojos—. ¿Es esto lo que llamas amor? ¿Traicionarme por miedo?
—No es miedo —intervino Lucius, alzando la voz—. Es supervivencia. Si te dejáramos vivir, algún día podrías volverte contra nosotros. No puedo permitirlo.
Leila se agachó, mirándole a los ojos, su voz suave pero firme.
—Hart, siempre estarás en mi corazón. Pero el tiempo de la lealtad ha terminado. No puedo arriesgar mi vida por un amor que podría destruirnos a todos.
Hart sintió el peso de sus palabras, su corazón se rompía en mil pedazos.
—Así que esto es lo que elegiste. —Su voz se volvió fría—. ¿Un futuro construido sobre la traición?
Lucius se cruzó de brazos, impasible.
—Es un futuro donde Roma sigue en pie, aunque no por mucho, el poder se mantiene en manos de quienes saben manejarlo.
Con un gesto, Lucius ordenó a los soldados que comenzaran a encadenarlo. Hart sintió el frío del metal contra su piel, y en ese momento, la desesperación se transformó en furia.
—¡No! ¡No me harás esto! —gritó, pero el eco de su voz se perdió en la cueva.
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Editado: 22.10.2024