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Hace muchos años, en un pueblo cercano llamado Cornville, vivian aproximadamente 300 personas, todas se conocían mutuamente, claro era un pueblo pequeño. Todos vivian felices, en armonía. Festejaban las fiestas como en cualquier parte. Pero para muchos la festividad favorita era la navidad. Por sus colores, la música, la nieve y la comida, sobre todo. Tenían una tradición muy bonita, cada 5 de diciembre, alrededor del árbol de navidad más grande ubicado en el centro del pueblo, se reunían todos a escuchar las historias más lindas, tomar chocolate caliente y galletas de jengibre.

Sin embargo, estando un poco aislada del resto, había una pequeña casa, sombría y gris. Los niños decían que ahí vivía el Grinch y sus dos hijos, y por obvias razones los adultos no les creían. En realidad, en esa casa vivian un hombre y dos niños, que se ganaron ese título por ser los únicos en el pueblo que no celebraban la navidad. Los Blossom.

Durante el año, el padre trabaja en un restaurante como chef, uno muy amargado y malhumorado chef, tanto así que decían que la leche se agriaba con solo estar cerca de él. Mientras, sus hijos iban a la escuela, donde, hacían travesuras sin mirar a quien. En sus trampas no solo caían los niños, también maestros y demás adultos. Eran malos. Pero especialmente en navidad, eran los peores: estropeaban la decoración, asustaban a las personas, tiraban bolas de nieve a cualquiera que se les atravesaba.

Pero, cuentan los pueblerinos que una noche de navidad, se reunieron como de costumbre alrededor del árbol, todos menos los Blossom. Sin embargo, un grupo de niños aburridos de sus travesuras se aventuraron a su casa para llevar a cabo su plan: era simple, invitarlos al árbol, contar una historia de terror que tenían preparada para asustarlos, de esa forma quizás el miedo les impida volver a ser malos en esas fechas. De esa manera se aventuraron a la casa de los Blossom, y de forma casi inmediata accedieron a la invitación. El plan iba a la perfección.