Verdet nació como un sueño de orden y prosperidad, un continente donde el caos sería reemplazado por la estabilidad y el control. Sus cimientos fueron construidos sobre la promesa de un gobierno fuerte pero justo, donde un único líder, elegido democráticamente, guiaría a la población hasta el día de su muerte. Entonces, y solo entonces, el ciclo comenzaría de nuevo.
Pero el poder nunca es eterno, y en Verdet, la transición entre un gobernante y otro es tanto un símbolo de esperanza como de miedo. La muerte de un líder no solo marca el final de una era, sino también el inicio de un ritual estricto, diseñado para preservar el equilibrio. Un ritual que exige sacrificios.
Cinco días. Ese es el tiempo que tarda Verdet en elegir a su nuevo líder.
El primer día es un luto obligatorio, un silencio impuesto por la fuerza. Las ciudades se detienen; las máquinas callan, las aulas quedan vacías y las calles se convierten en un eco de marchas militares. El sonido grave de los tambores resuena como un recordatorio de la fragilidad del orden.
El segundo día, las familias enfrentan la difícil decisión de escoger a uno de los suyos para enviarlo a la capital. No importa la edad, el género o la preparación. La selección es obligatoria. El elegido debe presentarse con la cabeza rapada, despojado de todo símbolo de estatus o posesión, vestido únicamente con una bata blanca. Humildad, valentía, pulcritud y respeto: esos son los valores que deben reflejar. Pero no todos lo logran. Aquellos que no cumplen las reglas, desaparecen. Sus cuerpos nunca son devueltos, sus nombres se pierden en el silencio.
El tercer día, los seleccionados abandonan sus hogares y son transportados en trenes de alta velocidad. No pueden llevar pertenencias. En los vagones, las despedidas se convierten en recuerdos mientras los trenes avanzan hacia la capital. Para algunos, el viaje representa esperanza. Para otros, el fin de todo lo que conocen. Cuando llegan, deben esperar dentro del tren si han llegado antes que los demás, en un ambiente tenso y cargado de ansiedad.
El cuarto día los seleccionados son conducidos a las cúpulas blancas de mármol, estructuras imponentes capaces de albergar hasta 120,000 personas cada una. Las cúpulas son tanto símbolo de esperanza como de opresión, templos de juicio donde las decisiones cambiarán el curso de muchas vidas. Es aquí donde comienza la verdadera prueba.
En el centro de cada cúpula, una tarima circular se alza como el escenario de ceremonias solemnes y aterradoras. Allí, los seleccionados son llamados a demostrar su valía. Conectados a través de máscaras que cubren completamente sus rostros, son lanzados a una simulación hiperrealista, un mundo donde el tiempo se distorsiona: 30 años simulados en solo 3 horas reales.
Dentro de la simulación, cada participante recibe un pedazo de tierra. Su misión es expandirlo, hacerlo prosperar y protegerlo. Pero no es solo una prueba para elegir al próximo gobernante. Es también un filtro diseñado para evaluar las habilidades de cada individuo y asignarlo a una de las castas que sostienen la estructura social de Verdet: agricultores, tecnólogos, juristas, guardianes, médicos, científicos, exploradores, diplomáticos y más. Cada casta tiene su lugar, su función, y aquellos que demuestran no encajar en ninguna son enviados a la temida Área 36.
Dentro de la simulación, los exámenes físicos y psicológicos no se realizan de manera tradicional. En cambio, la simulación es capaz de replicar dolor, emociones y limitaciones físicas, evaluando en tiempo real las respuestas de los participantes. Todo lo que sienten, todo lo que enfrentan dentro del entorno virtual, es tan real como en el mundo exterior. No hay escapatoria de la prueba, solo resultados.
Área 36. Su nombre es casi un susurro entre los habitantes de Verdet. Es un lugar subterráneo, un misterio envuelto en especulaciones y miedo. Nadie sabe qué sucede allí, pero todos entienden que ser enviado a esa oscuridad significa perderlo todo.
Sin embargo, no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que las voces disidentes se alzaban en las plazas. Hubo un tiempo en que los ciudadanos cuestionaban el sistema, luchaban contra el control del gobierno y desafiaban las normas impuestas. Pero esas voces fueron silenciadas.
Una enfermedad surgió, lenta y letal. Primero fueron los cansancios inexplicables, los dolores corporales, las dificultades para respirar. Luego vino el letargo, el sueño profundo del que nadie despertaba. No discriminaba entre los opositores y los inocentes, entre adultos y niños. El gobierno negó estar involucrado, proporcionó medicinas y ayuda, pero la sombra de la sospecha quedó grabada en la memoria colectiva.
La enfermedad desapareció tan rápido como llegó, pero dejó cicatrices. Las voces se apagaron. La oposición se desmoronó. Lo que una vez fue protesta se convirtió en un murmullo clandestino, un miedo silencioso de que el gobierno siempre supo más de lo que admitía.
Ahora, Verdet es un mundo de obediencia y rutina, sostenido por la tecnología de un chip implantado al nacer. Creado originalmente para registrar a la población, rastrear nacimientos y proporcionar acceso a salud y educación, el chip ha evolucionado. Hoy, implantado directamente en el corazón, controla la identidad de cada ciudadano. Si es removido, deja de funcionar.
Algunos defienden el chip como una herramienta para el bienestar, sugiriendo que podría incluso salvar vidas al detectar enfermedades. Otros lo ven como un símbolo de opresión, una imposición desde el nacimiento que elimina cualquier posibilidad de libertad. Y luego están los indiferentes, aquellos que lo aceptan como parte de la vida, como algo tan natural como respirar.
Verdet es un continente atrapado entre el orden y el miedo. Un lugar donde la esperanza y el control caminan de la mano, y donde cada elección puede definir el destino de generaciones.
Ahora, el tiempo vuelve a girar. Un gobernante ha muerto. Un nuevo ciclo comienza. Y entre los seleccionados que entrarán en la simulación, algunos buscarán poder, otros solo sobrevivir. Pero cuando el dolor es real y el miedo se filtra incluso en los sueños, la pregunta no es quién triunfará, sino quién resistirá lo suficiente para contar su historia.