Verdet: Hijos del control

Entre Rocas y Esperanza

El frío mordía su piel.

Eva abrió los ojos de golpe. Una presión en el pecho le dificultaba respirar, como si algo pesado la mantuviera clavada al suelo. Su vista tardó en ajustarse a la penumbra que la rodeaba, pero lo primero que notó fue el temblor incontrolable de su cuerpo.

El aire olía a humedad, a tierra y piedra, como si estuviera en algún lugar abierto pero encerrado al mismo tiempo. Intentó moverse, pero un mareo repentino la obligó a quedarse quieta. Su cabeza palpitaba con un dolor sordo, como si hubiera despertado de un sueño profundo, demasiado real para ser solo una simulación.

Se sentó lentamente, apoyándose con su brazo izquierdo para no caer de nuevo.

Entonces lo notó.

Su mano derecha no estaba allí.

Eva se congeló. Su corazón empezó a latir con fuerza. Bajó la vista, esperando ver su mano enredada en la tela de su bata o tal vez adormecida por la posición, pero no había nada. Solo un muñón vendado que terminaba a la altura de la muñeca.

—No... —susurró, su voz quebrándose en el aire.

Un escalofrío recorrió su espalda mientras pasaba la mano izquierda por el vendaje. Estaba firme, apretado, como si alguien lo hubiera colocado cuidadosamente. Su mente se llenó de preguntas. ¿Qué es esto? ¿Por qué? ¿Es parte de la simulación? ¿Es otra prueba?

Respiró hondo, obligándose a calmarse. Tal vez esto era parte de la evaluación, una forma de medir su capacidad para adaptarse, para demostrar que merecía permanecer en su casta. O tal vez era un error. Un maldito error del sistema.

La frustración la golpeó con fuerza.

Miró a su alrededor. La luz tenue de la madrugada comenzaba a filtrarse, tiñendo el horizonte de tonos naranjas y rosados. Podía ver las sombras de una montaña en la distancia, alta e imponente, como un guardián silencioso. A medida que el sol ascendía, la montaña proyectaba largas sombras sobre el suelo.

Eva se obligó a levantarse. Sus piernas temblaron al principio, pero logró mantenerse en pie. Se frotó los brazos, intentando entrar en calor. La bata blanca que llevaba puesta no hacía nada para protegerla del frío cortante.

Tantea el terreno. Evalúa la situación. Sobrevive.

Se repitió esas palabras como un mantra. Su padre siempre le había enseñado a no entrar en pánico en situaciones difíciles. “Primero observa. Luego actúa.” Eso era lo que haría.

Examinó el área. Estaba al aire libre, en lo que parecía ser una especie de llanura rocosa rodeada por colinas bajas. No veía ningún edificio ni estructura cercana, solo vegetación seca que se extendía hasta los pies de la montaña.

A lo lejos, escuchó un sonido. Era débil, como un eco que viajaba en el viento.

¿Voces? ¿Animales?

Se agachó detrás de una roca y esperó. El sonido desapareció. Podría haber sido su imaginación o tal vez algo más. Necesitaba moverse antes de que el frío la debilitara más.

Se levantó y comenzó a caminar lentamente hacia la montaña. Su corazón seguía acelerado, pero cada paso que daba la llenaba de determinación. Si esta era una prueba, iba a superarla. Si era un error, lo corregiría. Si era real...

No quiso terminar ese pensamiento.

El sol siguió elevándose detrás de la montaña mientras Eva avanzaba, dejando atrás las sombras de la noche y adentrándose en lo desconocido.

El crujido de las piedras bajo sus pies rompía el silencio.

Eva avanzaba con pasos inseguros, sintiendo cómo el viento frío mordía su piel expuesta. Su bata blanca apenas servía como protección, y cada ráfaga de aire hacía que se abrazara a sí misma en un intento inútil de conservar el calor. Pero no se detuvo.

La montaña seguía allí, recortada contra el cielo que comenzaba a teñirse de azul pálido. Su cima se perdía en una fina capa de nubes, dándole un aire casi inalcanzable. Pero para Eva no había otra opción. La vegetación muerta que dejaba atrás le provocaba una sensación de desolación, como si la tierra misma estuviera tan vacía como ella.

Piensa. Mantén la cabeza fría.

Sus pasos siguieron avanzando mientras su mente comenzaba a organizarse. Necesitaba un plan, algo que le diera un propósito en medio de esa incertidumbre.

Agua.

El pensamiento golpeó su mente con fuerza. Lo primero es agua. Sin eso no llegaré muy lejos. No sabía cuánto tiempo podría caminar antes de que el mareo y el cansancio se hicieran insostenibles.

Refugio.

Miró la montaña de nuevo. Con suerte, podría encontrar alguna cueva o formación rocosa donde protegerse del viento. No podía arriesgarse a pasar otra noche al descubierto.

Comida.

Sintió un vacío en el estómago, pero no podía permitirse pensar en eso todavía. Sin herramientas ni armas, cazar no era una opción inmediata. Tendría que buscar frutas, raíces o algo que pudiera comer sin enfermarse. ¿Y si no hay nada comestible?

El pensamiento le hizo apretar los labios. No. No pienses así. Encuentra agua primero.

Ropa y protección.

La bata blanca era poco más que un símbolo. Quizás en la montaña encontraría restos de algún asentamiento o recursos para improvisar algo que la abrigara mejor. Tal vez incluso trozos de tela o pieles abandonadas. Necesitaba cubrir su cuerpo para evitar que el frío siguiera robándole energía.

Fuego.

El fuego significaba calor, luz y protección. Pero sin herramientas, encenderlo sería difícil. ¿Rocas? ¿Madera seca? Tendría que buscar algo que pudiera utilizar.

Armas.

El sonido que había escuchado antes seguía en su mente. Si no estaba sola, entonces debía prepararse para defenderse. Aunque le asustaba la idea de tener que enfrentarse a alguien o algo, no podía ignorar la posibilidad. Una piedra afilada, un palo resistente... cualquier cosa serviría.

Su lista mental seguía creciendo, cada idea mezclándose con el miedo latente que la acompañaba desde que había despertado. Pero había algo más. Algo que no podía quitarse de la cabeza.

La mano.



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En el texto hay: misterio, distopia, supervivencia

Editado: 03.01.2025

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