Verdet: Hijos del control

Bajo el Cielo Quebrado

El suelo cambió sin que Eva se diera cuenta al principio.

Sus pasos seguían el ritmo monótono del crujir de las piedras bajo sus pies, pero poco a poco ese sonido se desvaneció. Las rocas ásperas y afiladas fueron reemplazadas por algo más suave. La arena se pegaba a las plantas de sus pies, fría y fina, hundiéndola ligeramente con cada paso.

Al mirar hacia abajo, vio cómo las piedras habían quedado atrás, y ahora la arena se extendía como un mar seco y silencioso. Cuando ocurrió? Eva no estaba segura. Tal vez había estado tan concentrada en poner un pie delante del otro que ni siquiera había notado el cambio.

Pero ahí estaba.

El paisaje parecía infinito. Las vías continuaban rectas, como un hilo de acero cosiendo el mundo roto que la rodeaba. Las sombras de la noche ya habían borrado cualquier rastro de color, dejando el terreno sumido en tonos de gris y negro.

¿Dónde estoy?

La pregunta se enroscó en su mente, pero no había respuesta. Sólo la arena, las vías y el cielo.

Eva siguió caminando hasta que sus piernas no pudieron más. Se dejó caer en la arena, abrazando las vías como si fueran lo único que la mantenía atada a la realidad.

Se arrepintió.

Tal vez había elegido mal. Tal vez debería haber seguido al tren en lugar de caminar en sentido contrario. Tal vez, si hubiese corrido lo suficiente, habría alcanzado algún vagón abandonado, alguna señal de civilización.

Pero ahora estaba allí. En medio de la nada.

El cielo estaba despejado, salpicado de estrellas tan nítidas y brillantes que casi dolía mirarlas. La luna, rota y agrietada, colgaba como una cicatriz en la oscuridad.

Nunca había visto un cielo tan hermoso.

Por un momento, quiso olvidar todo. Quiso cerrar los ojos y despertarse en casa. En su cama. Con el sonido de Mireyn gritando y corriendo por la cocina mientras su madre preparaba el desayuno. Con Oliver llamándola para que salieran a jugar.

Se acurrucó sobre la arena y cerró los ojos, dejando que esos pensamientos la envolvieran.

Tal vez, si me duermo aquí, despertaré en casa.

Pero el frío siguió arañando su piel. Su muñón latía bajo el vendaje. Su garganta quemaba con la sed.

Eva sabía que no podía quedarse allí.

Se obligó a abrir los ojos. Las estrellas seguían brillando, y la luna seguía observándola, silenciosa. Se sentó lentamente, sintiendo cómo el dolor volvía a apoderarse de su cuerpo.

—No voy a morir aquí. —susurró.

Y aunque cada parte de su cuerpo protestaba, se levantó.

Apoyó las manos en las vías y dio un paso. Luego otro.

Con el cielo como testigo, Eva siguió caminando hacia lo desconocido.

Eva temblaba.

La noche había caído por completo, y el calor abrasador del día había sido reemplazado por un frío que se colaba en cada rincón de su cuerpo.

Había intentado caminar, mantener su cuerpo en movimiento para conservar algo de calor, pero sus piernas no respondían. La arena, tan suave y engañosa bajo sus pies, ahora se sentía como hielo.

Se dejó caer junto a las vías. Su cuerpo dolía, y el hambre se había convertido en un eco lejano comparado con la sed y el frío.

Miró el cielo. La luna seguía allí, rota, observándola. Su luz pintaba sombras alargadas sobre la arena, y las estrellas brillaban como agujeros perforados en el velo oscuro de la noche.

Quería dormir. Solo un poco. Pero sabía que si lo hacía, tal vez no despertaría.

Piensa, Eva. Piensa.

Se abrazó a sí misma, buscando calor. Y entonces lo recordó.

Su padre.

Estaban en los campos. Había sido un invierno particularmente frío, y el viento cortaba como cuchillas mientras trabajaban. Eva se quejaba, lloriqueando porque no podía sentir los dedos.

—Siéntate un momento. —le había dicho su padre.

Ella obedeció, sollozando mientras él sacaba un poco de paja y la amontonaba alrededor de ella.

—La tierra sabe cómo protegerse, Eva. Solo hay que escucharla.

—¿Protegerse de qué?

—Del frío. Del calor. De todo. A veces, todo lo que necesitas es cubrirte. Como hacen los animales. Te entierras en lo que puedas, y la tierra hará el resto. No es mucho, pero puede salvarte.

Eva lo miró como si estuviera loco, pero cuando terminó de cubrirla, la paja atrapó el calor de su cuerpo. No fue suficiente para quitarle el frío, pero fue suficiente para seguir adelante.

Ahora, con la piel erizada y el viento helado arañándola, Eva entendió lo que su padre había querido decir.

Se puso de rodillas y comenzó a cavar.

Sus manos temblaban y la arena se escapaba entre sus dedos, pero no se detuvo. Cavó hasta hacer un hoyo poco profundo. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero se obligó a seguir.

Cuando el agujero estuvo listo, se deslizó dentro y comenzó a cubrirse con la arena. La textura rugosa se pegaba a su piel, pero conforme iba cubriéndose, sintió cómo el viento dejaba de tocarla directamente.

No era cómodo. No era cálido. Pero el frío ya no mordía con la misma intensidad.

Se acurrucó en posición fetal, dejando su rostro fuera de la arena para poder respirar.

Esto no es suficiente. Pero es algo.

El recuerdo de su padre la reconfortó por un momento. Lo vio claramente en su mente, inclinándose para asegurar que la paja cubriera bien sus piernas. Su rostro estaba tranquilo, como siempre lo había estado cuando trabajaba la tierra. Un hombre que sabía cómo escucharla.

—Voy a volver a casa. —susurró Eva.

Su voz era apenas un hilo, pero la promesa estaba ahí.

Con la arena aislándola y los ojos pesados, se permitió descansar por un momento. No dormir, solo descansar. Unas pocas horas más, solo para sobrevivir la noche.

Y cuando el sol volviera a salir, seguiría caminando.

El temblor comenzó como un latido.

Eva sintió cómo su cuerpo empezaba a sacudirse. Otra vez el frío. Su mente lo interpretó como un espasmo involuntario, un síntoma más de la deshidratación y el cansancio.



#132 en Ciencia ficción
#2027 en Otros
#124 en Aventura

En el texto hay: misterio, distopia, supervivencia

Editado: 03.01.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.