Verdet: Hijos del control

Las Nubes de los Pobres

El cielo se oscurecía demasiado rápido.

Eva se detuvo, levantando la vista hacia las nubes que se apilaban en el horizonte como montañas de humo. El amanecer aún no llegaba, pero el día ya parecía estar desvaneciéndose en sombras.

El viento se levantó, arrastrando la arena en ráfagas irregulares que le golpeaban la cara y le obligaban a entrecerrar los ojos. El aire estaba cargado, como si algo invisible se moviera en él, apretándole el pecho.

Eva se cubrió la cara con el brazo mientras avanzaba a trompicones, pero entonces se detuvo. Algo más se movía en el cielo.

Pájaros.

Pequeños puntos oscuros contra las nubes, volando en círculos como hojas arrastradas por el viento. No los había visto antes. No había oído nada más que el rugido del tren y el eco de sus propios pasos. Pero allí estaban, altos y lejanos, sus siluetas recortadas contra el cielo en movimiento.

¿Pájaros? Aquí?

El corazón de Eva se aceleró. Los pájaros significan agua.

Su padre lo había dicho tantas veces que las palabras aún resonaban en su mente.

—Si ves pájaros volar en grupo, sigue su dirección. Siempre llevan a agua.

Pero su madre había advertido otra cosa:

—Cuando vuelan bajo y rápido, significa tormenta. Y si vienen antes de que salga el sol, corre y escóndete.

Eva los observó con el estómago revuelto. ¿Están buscando agua o están huyendo?

El viento sopló más fuerte, levantando remolinos de arena que le hicieron cerrar los ojos. El frío de la noche ya estaba desapareciendo, pero el calor del día aún no llegaba. En su lugar, el aire tenía un peso extraño, como el que precedía a una tormenta.

Un trueno retumbó en la distancia.

Eva tragó saliva. Su mente estaba dividida entre la esperanza y el miedo. Si llueve, tendré agua. Si llueve demasiado, no tendré dónde esconderme.

Miró hacia las vías. Seguir adelante o buscar refugio.

No había rocas grandes, ni cuevas, ni árboles a la vista. Solo arena y vías que parecían interminables.

Los pájaros no se esconden. Siguen volando.

Con esa idea fija en la cabeza, Eva empezó a caminar más rápido, ignorando el ardor en sus piernas. Si los pájaros podían seguir adelante, ella también.

El viento empujaba su espalda, como si el cielo estuviera tratando de advertirle que se moviera más rápido. Pero las nubes se cerraban sobre ella como un telón, y el trueno volvió a sonar, más fuerte esta vez.

Eva apretó los labios. Sea lo que sea lo que venga, lo enfrentaré. Pero no aquí. No en esta arena.

Con los ojos fijos en las aves y el corazón golpeando en su pecho, siguió caminando hacia lo desconocido.

Eva se detuvo.

El viento agitaba su bata blanca, levantando granos de arena que se pegaban a su piel como pequeñas agujas. Sus ojos seguían fijos en el cielo, en las aves que giraban y se alejaban hacia el horizonte.

Dos caminos.

Las vías del tren se extendían ante ella, firmes y rectas, una promesa de algo construido por el hombre. Una estación, un pueblo, un refugio. Pero también podrían llevarla a la nada. Podrían perderse en kilómetros interminables de vacío, dejándola sin fuerzas para volver atrás.

Luego estaban las aves.

Moviéndose libres, caóticas, pero juntas. No vuelan sin un propósito. Eso lo había escuchado una y otra vez de su padre. “Sigue a los pájaros y encontrarás agua.” Pero también recordaba las palabras de su madre: “Si vuelan antes del amanecer, huyen de algo.”

¿Agua o peligro?

El trueno retumbó de nuevo, más cerca esta vez, y Eva sintió el corazón acelerarse. No tengo tiempo.

Miró las vías. Firmes. Claras. Seguir lo que está construido. Lo seguro.

Luego miró a las aves. Indecisas. Vivas. Seguir lo impredecible. Apostarlo todo.

Decide, Eva.

Sus manos temblaban mientras se llevaba los dedos a los labios para calmarse. Sentía el peso de la decisión como una roca en el pecho. Si elegía mal, podría morir. Pero si no elige nada, también.

El viento la empujó, llevándola a girar ligeramente hacia las aves. Como si el mundo mismo la empujara en esa dirección.

—Está bien. —susurró.

Respiró hondo y empezó a caminar. Hacia las aves.

No sabía si estaba siguiendo el instinto o la desesperación, pero sus pasos se volvieron más rápidos. El cielo se cerraba sobre ella, oscureciéndose cada vez más. Las aves seguían volando, y ella las siguió.

Tal vez la tormenta traiga agua. Tal vez traiga destrucción. Pero no puedo quedarme aquí.

Con los pies hundiéndose en la arena y el viento rugiendo en sus oídos, Eva dejó las vías atrás y se perdió en el horizonte, persiguiendo sombras aladas.

Las primeras gotas golpearon su piel como agujas heladas.

Eva se detuvo, levantando el rostro hacia el cielo. Las gotas caían pesadas, una tras otra, dispersas pero contundentes. Frías. Más frías de lo que esperaba.

El viento aulló, arrastrando la lluvia como pequeñas dagas que cortaban su piel. Se estremeció, pero no retrocedió. Su lengua salió para atrapar una gota y luego otra. Agua. Al fin agua.

Por un instante, sintió alivio. Bebió lo que pudo, dejando que las gotas se deslizaran por sus labios agrietados. Pero la sensación duró poco.

El cielo rugió.

Un relámpago partió la oscuridad, iluminando las nubes como si el mundo se estuviera desgarrando desde adentro. Las aves, que antes habían sido su guía, desaparecieron en el horizonte. Ya no quedaba rastro de ellas, como si hubieran sabido exactamente cuándo huir.

Eva sintió el pánico regresar. No tengo refugio.

Miró a su alrededor, pero la arena y las dunas eran interminables. Nada. No hay dónde esconderse.

La lluvia se intensificó. Las gotas se convirtieron en torrentes que golpeaban el suelo, levantando pequeñas explosiones de polvo antes de que la arena comenzara a absorberlas.

Eva corrió. No sabía hacia dónde, solo sabía que tenía que moverse. Sus pies se hundían en la arena mojada, haciéndola resbalar con cada paso. Su muñón ardía, y su cuerpo gritaba por descanso, pero no podía detenerse.



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En el texto hay: misterio, distopia, supervivencia

Editado: 03.01.2025

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