PRÓLOGO
«La cabeza piensa donde los pies pisan»
Frei Betto
El mundo desigual puede ser leído por la óptica del opresor o por la del oprimido; y es ante esta reflexión y la necesidad de las víctimas anónimas de la historia por contar su testimonio, que surge en la autora la idea de plasmar en esta obra sus vivencias en los campamentos de refugiados ubicados en Colomoncagua, Honduras, durante el conflicto armado que atravesara El Salvador desde 1980 hasta 1992.
Hoy, una distancia de más de un cuarto de siglo nos separa de los acontecimientos que se narran en estas páginas, a las que la autora nos invita a dar un paseo tomados de su mano infantil, inocente y vulnerable ante un mundo que se le mostraba confuso y caótico.
Verónica, siendo apenas una niña campesina, nos lleva a conocer las historias no contadas y silenciadas por el estruendo de las metrallas que protagonizaron el conflicto armado, por el simple hecho de no ser historias pertenecientes al campo de batalla; en el recorrido por sus vivencias iremos compartiendo el drama humano de una niña que, junto a su familia, vecinos y amistades, se ve forzada a abandonar sus tierras, llevándose consigo lo único y más valioso que podía conservar: su propia vida.
Ser una niña refugiada de guerra en un país extranjero es ser «Pueblo crucificado», lenguaje útil y necesario al nivel histórico-ético. Jon Sobrio SJ, en su libro Principio misericordia nos dice que «morir crucificado no significa simplemente morir, sino ser matado»; significa que hay víctimas y verdugos.
En este sentido, la recuperación de la memoria histórica es una forma de devolverles dignidad a las víctimas, devolviéndoles voz, reconociendo su existencia a través de llamarlos por sus nombres y que no solo cuenten como datos numéricos fríos.
Hay una constante construcción de la esencia salvadoreña en la historia misma. Y esa construcción está íntimamente ligada con los acontecimientos que en el tiempo han forjado lo que hoy conocemos como patria. La historia cambia, y vive en el presente mismo…
La autora en fidelidad a la identidad de sus raíces ha logrado mantener el lenguaje coloquial de la época haciendo uso de una variedad de regionalismos propios de El Salvador, y principalmente de la zona norte del departamento de Morazán; de igual manera, trae hasta nosotros el sentido inocente, juguetón y pícaro de su infancia y juventud, llevándonos como lectores a remontarnos a nuestra propia infancia, en la que también compartimos diversidad de aventuras.
Acompañaremos a Verónica en su recorrido por sus encuentros y desencuentros con la vida, la muerte, las enfermedades, las dificultades, las alegrías y esperanzas, siendo testigos de cómo la muerte no tiene la última palabra, sino la vida.
Con cariño y admiración agradezco a la autora y su familia por permitirme acompañarle en el camino de elaboración del presente libro; descubriendo en el proceso recuerdos y experiencias que han venido a fortalecer mis más profundas convicciones.
El mensaje del libro es fundamental: vivir es una decisión, que ni la pobreza más extrema, ni la marginación y persecución más voraz podrán arrebatarnos, pues se sustenta en la esperanza misma y la lucha constante por hacer de nuestra vida un camino de justicia, solidaridad y paz permanente.
Miguel Guzmán San Salvador, 2018