Capítulo 2
¿Qué es ser refugiado?
Se pueden mencionar muchas apreciaciones o percepciones sobre quiénes fueron los refugiados, sin importar la edad: eran personas campesinas que andaban huyendo de su país. Algunos quizás consideraban que habían hecho cosas muy malas y en algo andaban metidos, como: criminales, terroristas, comunistas, subversivos… posiblemente este pensamiento se acercaba más a cuerpos políticos, económicos, armados y a la oligarquía de la derecha salvadoreña; o personas civiles que erróneamente las habían confundido con ideas como estas, o muchas veces habían sido víctimas de los cuerpos armados del bando opositor, para ser más específicos, guerrilleros.
Era guerrillero o familiar de este, por lo tanto, se merecía ser violentado hasta terminar con su vida. Como habitantes de este campamento de Colomoncagua, Honduras, significaba ser campesinos luchando por la supervivencia y la vida de sus familias, personas excluidas y marginadas, indignas de derechos humanos, especialmente en El Salvador, viviendo dentro de un cerco militar, como prisioneros de guerra en una cárcel sin paredes, pero sin libertad. Con el tiempo, se tuvieron otras apreciaciones: eran personas campesinas, pero capaces de aprender y ofrecer su trabajo en equipo y comunidad, con una gama de valores: solidaridad, cooperación y de servicio a los más necesitados y sin esperar nada a cambio.
Un refugiado debía ser activo, listo para ver el peligro en lo más mínimo, aprender de la experiencia de los demás, porque se estaba convencido que en esta estadía no se perdía el tiempo o se quedaba en lo mismo, tenía que ser una escuela de aprendizaje para toda la vida.
Fue un espacio sin fronteras a las oportunidades, de aprender cualquier oficio que se apegara a las habilidades y necesidades de cada uno, tomando en cuenta los recursos. Era amar al hermano. Olvidar todo prejuicio, sobre cuál fuera su credo religioso, pues se pensaba en común, se defendía la misma ideología política, obviamente por la condición de ser refugiado. Se valoraba al otro sin discriminación de género, especialmente en el trabajo comunitario. Se estaba pendiente de que a nadie le faltara comida, vestimenta; y de que se viviera libre de violencia en todas las formas y ámbitos: intrafamiliar, comunitaria y por parte de autoridades militares.
La forma devestimenta y calzado fue igual para todos, se podía andar con o sin zapatos, ponerse calcetines o grandes cañoneras rayadas. Los modelos, colores y combinaciones pasaban desapercibidos, nadie se sentía avergonzado. Se aguantaba hambre, aplaudíamos, callábamos, reíamos, llorábamos y gozábamos cuando se ameritaba. Teníamos situaciones en común, hasta dábamos la vida deseando que, en nuestro país, hubiera más oportunidades, inclusión, igualdad y justicia social.
Niños del subcampamento de Limones II.
Pero una percepción desde la óptica de niños, además de los conceptos anteriores, es más infantil y específica: éramos conscientes de ser bastante traviesos, curiosos, divertidos, creativos, valientes. Nos sabíamos defender, enfrentábamos peligros, creíamos ser valientes, aunque nuestro corazón latiera a mil por horas y nos temblaran las piernas. Actuábamos con mucha responsabilidad, conscientes de nuestros actos, con fronteras y límites en la familia y comunidad. Deseábamos golosinas y frutas. Teníamos mucho miedo a la muerte y los acosos de militares.
La disciplina fue fundamental para ser buen refugiado, la edad no importaba en este contexto vivido. Vivíamos de la imaginación y fantasía, disfrutábamos y aprovechábamos cada momento en compañía con cosas humildes y sencillas. Mentíamos en los momentos más difíciles, molestábamos a los otros, sin causarle mayor daño. Vivíamos deseando, soñando, riendo y llorando. Todos los cipotes éramos pedigüeños, nos sentíamos importantes y tomados en cuenta. Nos considerábamos capaces y productivos, aun en nuestra etapa, fuimos sujetos y personas de bien. Pasábamos deseando cosas fantásticas, dándole vida a todo, convirtiéndolo en juguetes.