Durante una excursión escolar a la montaña, el chico popular y el chico "nerd" se pierden accidentalmente del grupo. Con el bosque como único testigo, se ven obligados a depender uno del otro, compartiendo diálogos y pensamientos que normalmente guardarían en silencio. Al final, aunque no se declaran sus sentimientos, nace una amistad genuina, llena de miradas que dejan en el aire todo aquello que aún no se atreven a decir.
Poema:
Era el último lugar donde pensé que estaríamos,
tú y yo, solos en el bosque,
lejos de las risas y del bullicio
que siempre nos rodea.
“¿Estamos… perdidos?”
Tu voz quebró el silencio,
y aunque el temor en tus ojos
era evidente, intenté parecer tranquilo.
“Creo que sí… pero no te preocupes,
alguien vendrá a buscarnos,” respondí,
tratando de no dejar ver
que mi corazón latía fuerte,
porque aquí, en la soledad,
éramos solo tú y yo, sin máscaras.
Caminamos sin rumbo,
tropezando con raíces y ramas,
intentando encontrar el camino
de vuelta a la seguridad.
Y en medio de ese andar incierto,
el silencio entre nosotros
se fue llenando de palabras.
“¿Te gusta leer, verdad?”
preguntaste de pronto,
y fue extraño,
pues nadie nunca me había preguntado eso,
como si a alguien realmente le importara.
“Sí… me hace sentir en casa,” respondí,
y no pude evitar sonreír
al ver cómo asentías,
como si entendieras lo que quería decir.
A medida que el sol bajaba,
el frío se colaba entre los árboles,
y tú, el chico que parecía tenerlo todo,
te acurrucaste más cerca,
buscando calor en el silencio de la noche.
“¿Alguna vez te has sentido solo?”
Tu pregunta me tomó por sorpresa.
Tú, el chico rodeado de amigos,
el centro de todas las miradas,
me hablabas como si, en este momento,
fueras tan vulnerable como yo.
“Sí, más veces de las que puedo contar,”
admití en un susurro,
y nuestros ojos se encontraron,
revelando secretos que las palabras
aún no se atrevían a decir.
“Es curioso,” dijiste con una sonrisa suave,
“rodeado de tanta gente…
pero contigo aquí, siento que soy yo,
sin nada que probar.”
El silencio volvió a caer,
pero esta vez no era incómodo.
Era como si estuviéramos en otro mundo,
uno donde las etiquetas no importaban,
donde el chico popular y el chico “nerd”
eran solo dos personas,
compartiendo algo más que un espacio.
La noche avanzó, y la luna iluminaba
nuestros rostros cansados.
Me recosté contra un árbol,
y tú, a mi lado, en una cercanía
que no habíamos compartido jamás.
“Si te soy sincero,” murmuré,
“siempre pensé que no me notabas.”
Te reíste suavemente,
y tus ojos brillaron en la oscuridad.
“Pensé lo mismo de ti.
Te veía tan… distante, tan diferente.”
Nos quedamos así,
sin decir nada más,
mirando las estrellas
que apenas se asomaban entre las hojas,
dejando que nuestras miradas
contaran las palabras que temíamos decir.
Y en ese momento supe,
que aunque nunca lo confesáramos,
algo había cambiado entre nosotros.
Nos habíamos encontrado,
no solo en el bosque,
sino en el silencio compartido,
en la mirada que no necesitaba explicación.
El amanecer nos sorprendió juntos,
y cuando los demás nos encontraron,
seguíamos tan cerca,
como si hubiéramos sido amigos
desde siempre.
No hablamos de lo que pasó,
ni de las miradas, ni del calor
que sentí al estar junto a ti.
Pero algo quedó entre nosotros,
un secreto que solo tú y yo entendíamos,
un lazo que el tiempo y las palabras
no podían romper.
Y aunque jamás dijimos “te quiero,”
aquella noche en el bosque,
supe que, de alguna manera,
tú y yo estábamos destinados
a encontrarnos,
a ser más que un par de desconocidos,
a ser algo más,
aunque las palabras aún nos faltaran.