El chico popular decide abrirse con su padre y confesarle sus sentimientos hacia su amigo. En un acto de liberación y valentía, luego decide expresar públicamente su amor. Este poema muestra la belleza de un apoyo inesperado y la libertad de ser uno mismo.
Poema:
Llevo días con esto en el pecho,
este peso de un secreto que duele,
no por vergüenza,
sino por miedo a perderlo todo.
Y, sin embargo,
hoy siento que ya no puedo más,
que mi corazón late con fuerza,
y que necesito decírselo a alguien,
antes de que esta verdad me consuma.
Respiro profundo,
el timbre de la voz de mi papá
al otro lado de la puerta me recibe.
“Papá, ¿tienes un minuto? Necesito…
necesito hablar de algo importante.”
Su rostro se vuelve serio,
pero su mirada sigue cálida,
como si supiera que me cuesta,
como si entendiera sin palabras
que lo que voy a decir es importante.
“Claro, hijo,” responde,
dejando el periódico a un lado,
mirándome con esa calma
que siempre me hace sentir seguro.
“Dime, ¿qué pasa?”
Me siento frente a él,
las manos entrelazadas,
y el corazón golpeando en mi pecho.
“Es que… hay alguien, papá.
Alguien que me importa mucho.
Alguien que es… un chico.”
Su mirada no cambia,
sus ojos se mantienen en los míos,
pero noto que respira hondo,
como si también estuviera procesando.
“Y… este chico… ¿te hace feliz?”
Asiento, con una mezcla de alivio y nerviosismo.
“Sí, papá. Me hace feliz.
Es diferente a todos, y, aunque parezca raro,
me hace querer ser mejor,
me hace sentir completo.”
Su expresión suaviza,
y entonces me pone una mano en el hombro.
“Sabes que te quiero, ¿verdad?
Lo que sientas, con quien quieras,
siempre que sea verdadero,
siempre que te haga bien,
yo estaré aquí para apoyarte.”
Esas palabras me golpean como un alivio,
un peso que se desliza de mis hombros.
“Papá, no sabes lo que esto significa para mí.
Gracias, de verdad. No sabía cómo…
no sabía si podrías entenderlo.”
Me da una palmada en la espalda,
una sonrisa llena de orgullo.
“No tienes que esconderte.
Sé tú mismo,
y sé feliz. Es todo lo que deseo.”
Ese día salgo de casa
con una sonrisa que no puedo contener.
Su apoyo es todo lo que necesitaba
para dar el siguiente paso,
para ser yo mismo sin miedo.
En la escuela,
veo a mis amigos,
a él, esperándome en el mismo rincón.
Y, sin pensarlo,
sin importar los ojos que me miran,
me acerco a él,
mi amigo, mi amor secreto,
y lo tomo de la mano.
Él me mira,
su rostro se ilumina con sorpresa y duda.
“¿Estás seguro?” susurra,
y yo le respondo sin palabras,
acercándome y besándolo,
ahí, frente a todos,
dejando que el mundo vea
quién soy realmente.
Mis amigos se acercan,
su expresión cambia de sorpresa a una sonrisa.
Uno de ellos, con una risa traviesa, dice:
“Ya lo sabíamos, ¿sabes?
Solo estábamos esperando
a que tú estuvieras listo para decirlo.”
Otro añade, sonriendo:
“Lo único que importa es que seas feliz,
y parece que con él lo eres.”
Lo miro,
él me mira,
y entonces nos reímos,
porque todo el miedo, toda la angustia,
se disuelven en este momento perfecto.
“¿Así que no les molesta?” pregunto,
todavía incrédulo.
Uno de ellos da un paso adelante,
me da un ligero empujón amistoso.
“¿Molestarnos?
Por favor, somos tus amigos.
Esto solo nos hace ver
que confías en nosotros.”
Nos quedamos ahí,
rodeados de amigos que nos aceptan,
de miradas que ya no esconden
nada,
y de la seguridad
de que el amor que sentimos
ya no tiene por qué ocultarse.
La mano de él,
firme en la mía,
se convierte en un ancla,
una promesa sin palabras
de que, juntos,
podremos con lo que sea.
Y mientras camino a su lado,
siento que, al fin,
puedo ser quien soy,
sin miedo,
sin sombras,
amándolo libremente,
sabiendo que, ante el mundo,
esto es real,
esto es nuestro,
y nadie,
nadie puede quitárnoslo.