…
Estaba paseando por el mismo camino de siempre.
Los mismos árboles, las mismas plantas, la misma tierra, e incluso sentía que eran los mismos animales los que veía o escuchaba pasar.
Los veloces conejos corrían rápidamente a mi lado.
Los pájaros volaban haciendo sonar las hojas y las ramas de los árboles.
La verde vegetación que se veía a lo lejos, desde la colina en la que me encontraba.
Todo era hermoso, muy relajante y... monótono.
Incluso el frío viento de por la noche me parecía el mismo al de ayer.
De todos modos, siempre me repetía lo mismo:
«No tengo derecho a estar deprimido, hay gente que sufre verdadero dolor, vive en hambruna, ha perdido a algún ser querido, etcétera. La vida que tengo es un lujo.»
Supongo que de tanto repetírmelo me lo había creído, y la felicidad ya se había alejado de mí. No recordaba cómo se sentía el divertirse, el estar feliz o incluso enamorado, todos los comunes placeres de la vida ya no existían para mí.
El hacer algo nuevo ni siquiera entraba en mi mente, siempre era lo mismo. Despertarme a las 7:00 de la mañana, desayunar, trabajar, pasarme el resto del día en el trabajo, comer y cenar allí y llegar a casa a las 10:00 de la noche, solo dándome tiempo para un mísero paseo de 30 minutos en el campo que tenía cerca de donde vivía.
La gente de mi alrededor, resumiendo, mis familiares y compañeros de trabajo, siempre me habían dicho que era inexpresivo, y yo no entendía a que se referían.
Lo que pasaba era que no tenía emociones para expresar, era un cascarón vacío.
Lo más triste de todo es que esta vida venía dada de mi inteligencia: de mi capacidad de comprensión, de mi memoria y de mi capacidad lógica por encima de la media.
"Tú tienes que conseguir grandes cosas con la cabeza que te ha dado Dios" me decía mi madre constantemente.
Estaba bendecido por Dios, venía de una familia bien adinerada, tenía una familia que me quería y oportunidades gloriosas de futuro.
No solo no podía estar deprimido, sino que tenía que llegar a conseguir algo grande, por ello tenía la vida que tenía.
Trabajaba como ingeniero aeroespacial en la empresa más grande del mundo, siendo uno de los empleados más valiosos del lugar.
Es por esto mi poco tiempo libre, por no decir mi inexistente tiempo libre.
Ese día estaba realizando mi paseo diario cuando escuché una especie de voz extraña, o al menos eso interpretó mi cerebro.
Preocupado, alteré mi recorrido y me dirigí hacia la voz.
Siempre me habían dicho que tenía que preocuparme más por los demás que por mí, por lo que no lo pensé dos veces antes de encaminarme hacia el extraño sonido.
No paraba de escuchar la supuesta voz, lo que me hizo pensar que la persona detrás podría estar en peligro, causando la aceleración de mis pasos. En ese momento no lo sabía, pero esa hipótesis era completamente errónea, y hasta que no estuve cerca del misterioso ruido no me enteré de ello.
Cuanto más me acercaba al sonido, más iba cambiando mi opinión sobre la proveniencia del ruido.
Poco a poco iba pareciéndose menos a una voz y más a una especie de aguda alarma.
Ahora más por curiosidad, seguí dirigiéndome hacia el sonido hasta encontrar la causa.
El sonido provenía de una luz azul muy llamativa y preciosa en composición con la oscuridad de la noche, iluminando el suelo del prado desde debajo de unas raíces de un árbol.
Me extrañé mucho pensando las posibles causas de esa luz azul.
Pocas opciones tenían lógica, por lo que decidí descubrir que causaba esa preciosa luz por mí mismo, acercándome al origen.
Cuanto más me acercaba, más alto escuchaba el sonido.
Pensé que era un teléfono móvil o un juguete para niños, lo que resultó no ser ni próximo a lo que era en realidad.
Era una piedra muy bonita, la cual nada más tocarla dejó de producir ese sonido, aunque siguió brillando, lo que es más, la intensidad del brillo aumentó.
Fue entonces cuando la luz azulada me cegó, impidiéndome ver.
Abrí la mano y la elevé para soltar la piedra, pero no sentí que tirara nada al suelo, es como si la piedra hubiera desaparecido de mi mano.
Poco a poco fui perdiendo mis demás sentidos, lo que me produjo mucha angustia. Sentía que no podía respirar, teniendo una mezcla de frío y de calor al mismo tiempo. Temblaba y quería llorar, tenía mucho miedo.
Estaba en medio de la nada, ciego y sin ninguno de mis otros sentidos.
Pensé que perdería la consciencia y que, tras ello, o bien fallecería en ese mismo lugar o recuperaría la consciencia al día siguiente.
El resultado no fue el esperado por mí. No perdí en ningún momento la conciencia, mi mente estuvo todo el tiempo activa a su máximo rendimiento.
Muchas preguntas se me pasaron por la cabeza, y entre ellas si estaba muerto, pregunta la cual se me respondió cuando empecé a recuperar la vista.
«Ha sido una falsa alarma, estoy bien» pensé lejos de la realidad.
Cuando pude diferenciar lo que tenía enfrente, me encontré ni más ni menos que con un entorno rural, con unas paredes similares a las de un castillo, una mujer dolorida con su frente llena de sudor junto a una pequeña sonrisa que producía mientras me miraba a mí, un grupo de desconocidos a mi alrededor también observándome y, más importante, uno de ellos conmigo en brazos.
"¡Uah!" dije intentando hablar para preguntar sobre todas las dudas que tenía en ese momento.